Remedio en fase de prueba

Quienes tenemos la suficiente edad hemos sido testigos a lo largo del último medio siglo del incremento sustancial en la eficiencia del consumo de gasolina que han experimentado los automóviles. Al respecto, recordamos los automóviles fabricados por las compañías de nuestro vecino del norte en las décadas de los años cincuenta y sesenta, de gran tamaño y dotados con potentes motores, y para los cuales la eficiencia en el consumo de gasolina era la menor de las preocupaciones. La situación cambió en la década de los años setenta del siglo pasado con motivo del llamado embargo petrolero que produjo grandes incrementos en el precio del petróleo, y hoy en día la eficiencia energética es una de las virtudes que más apreciamos en un automóvil.

En los días que corren la eficiencia energética de los automóviles es también una virtud por la contaminación atmosférica ocasionada por la quema de combustibles fósiles que amenaza con un colapso climático. De hecho, un incremento en la eficiencia energética en general -y no solamente de los automóviles- es una de las estrategias que se han implementado para mitigar el cambio climático. De acuerdo con esta estrategia, entre más eficientes seamos, disminuiremos el consumo de energía en el transporte, la industria, la iluminación, y en general en todas nuestras actividades como sociedad, y con esto mitigaríamos nuestros problemas climáticos.

Estaríamos quizá de acuerdo en que esto último suena razonable. No lo es necesariamente, sin embargo, según un artículo aparecido esta semana en la revista en línea PLOS ONE. El artículo fue publicado por Timothy Garret de la Universidad de Utah, Matheus Grasselli de la Universidad McMaster y Stephen Keen del University College de Londres, quienes llegan a la conclusión que la eficiencia energética, más que disminuir el consumo de energía tiende a aumentarlo. Pero vayamos por partes.

Garret y colaboradores conciben -de manera poco usual- a la civilización humana como un ente biológico o físico que consume y desperdicia energía para el cumplimiento de sus funciones. En este contexto, el motor de un automóvil, por ejemplo, obtiene energía a partir de la combustión de la gasolina y parcialmente usa esta energía para impulsar al vehículo. Al mismo tiempo, y de manera inevitable de acuerdo con las leyes de la física, desperdicia parte de la energía que consume. De manera análoga, la civilización humana consume y desperdicia energía pero, a diferencia del automóvil, no solamente la emplea para mantenerse en funcionamiento -en todas las facetas de la actividad humana- sino que también la usa para crecer en tamaño. Y en la medida en que la civilización crece, crece también su apetito por la energía.

Los investigadores ejemplifican esto último con la evolución que sufrimos desde que nacemos. Es decir, cuando niños tomamos energía de lo que comemos y la empleamos para mantener nuestro metabolismo como seres vivos, y para crecer hasta llegar a ser adultos. 

Lo mismo sucede con la civilización humana que consume energía para mantener su metabolismo y para crecer en tamaño. Y en esto último, según Garrett y colaboradores, es donde radica el problema, pues en la medida en que transcurre el tiempo crece la economía global y en esa medida se incrementa su demanda de energía. Así, por un efecto de inercia, la demanda de energía en el presente depende del nivel de consumo de energía que se tuvo en el pasado. 

Para corroborar esta última hipótesis, Garret y colaboradores compararon el consumo anualizado de energía a nivel global en el periodo 1980-2017, con la producción económica histórica que se había alcanzado en cada uno de los años de periodo estudiado. Encontraron que en dicho periodo, ambas cantidades –que se multiplicaron por un factor mayor a dos- cambiaron de manera proporcional, apoyando la hipótesis.

¿Qué consecuencia tiene el que la demanda de energía en un determinado momento dependa del comportamiento de la economía en el pasado? En ese sentido, Garret y colaboradores concluyen que el crecimiento económico es estimulado por las innovaciones en materia de eficiencia energética. Es decir, que dichas innovaciones en lugar de contribuir al ahorro de energía estimularían su consumo.

Y en estas circunstancias, no nos queda sino cruzar los dedos para que la conclusión sea incorrecta y que el remedio no agrave la enfermedad.