El maestro Adolfo Gilly, fallecido recientemente, deja un gran legado intelectual. Promotor del pensamiento crítico y solidario con las luchas de la izquierda progresista, seguirá siendo un referente indispensable para el análisis socio-histórico y político. Una de sus obras más conocidas e influyentes en el debate académico es “La revolución interrumpida” (Ed. El Caballito, México, 1971), donde narra las vicisitudes de una guerra esencialmente campesina por la tierra y el poder en nuestro país, entre 1910 y 1920. Una obra de investigación en la que se describen las diversas determinaciones materiales e ideológicas del movimiento revolucionario mexicano y su carácter de clase específico. Siguiendo a Trotsky, para Gilly la connotación de la revolución mexicana es la de todas las revoluciones precedentes: la irrupción radical de las masas en el gobierno de sus propios destinos, en este caso de manera violenta para desmontar y transformar el aparato de Estado controlado por los terratenientes, gracias a la participación de tres grandes ejércitos: el de Villa, el de Zapata y el de Obregón (con todo y que éste último era un desprendimiento de ese Estado).
Evidentemente, esos tres movimientos no dilucidaban en términos del Estado, sino de los gobiernos, pero con sus acciones se colocaban fuera del tipo de Estado que dominaba en esos momentos. Las luchas de resistencia del campesinado (en su doble carácter: tanto como despojado de la tierra o explotado -laboralmente- como peón acasillado) en diversas partes del país, pero sobre todo en el norte con Villa y en la región centro-sur con Zapata, constituyeron el motor de ese movimiento transformador que, en la Constitución de 1917, tendría su expresión del cambio social. Por cierto, el 5 de junio pasado se conmemoró el natalicio de Villa y el 20 de julio próximo será su aniversario luctuoso; grande y complejo personaje que, entre otras cosas, recuerda Paco Ignacio Taibo II, como demócrata radical, en 1916 consideraba que burlar la voluntad popular debía castigarse de manera ejemplar. Y de la fracción zapatista, dice Gilly, nunca interrumpió la guerra, tuvo que ser traicionado el caudillo sureño y embestido con toda la fuerza estatal el movimiento zapatista original.
Pero la memoria de la experiencia comunal trascendió y se mantuvo permanente como contenido ante los vaivenes de la forma estatal posrevolucionaria. Una de sus expresiones fue la irrupción del EZLN en 1994, recordando las promesas incumplidas de ciertos gobiernos que se asumían como la revolución vuelta institución, cuando la revolución es por definición la transformación de fondo de las instituciones en el marco de un proyecto de amplio espectro y de larga duración para la nación -en cuya base se encuentra el pueblo como soberano, como decisor pleno, en última y primera instancia, de su presente y de su futuro como comunidad-. La continuidad y la ruptura, nos recuerda Gilly, siempre se expresan en distintos niveles de comprensión en el marco de un proceso desigual y combinado de toda formación económico-social. En el fondo de las formas, pues, la memoria y la experiencia de la vida comunitaria, es lo que siempre destacó el maestro Gilly. En 2108, se refirió al ascenso de AMLO como la respuesta del pueblo mexicano a un memorial de agravios que impulsó el cambio histórico, tanto como alternativa de un proyecto de nación distinto, como atajo a una minoría depredadora del país que, por cierto, pretende regresar por sus fueros en 2024, pero que no alcanza a otear que el tiempo del pueblo es algo más que el recuerdo de su existencia en cada coyuntura electoral.