¿Quién podría representar a la oposición en la candidatura presidencial de 2024? En “Morena”, partido gobernante, ya se han considerado varias opciones con perfil muy competitivo; sin embargo, en la oposición parecen perdidos en el espacio. La carta que más se había mencionado era la de Ricardo Anaya, pero luego de sus traspiés pretendidamente moralizantes, como ese de sugerir que ya no se proceda, en estratos de bajos ingresos, a gastar en las consabidas “caguamas” de fin de semana, pareciera haberse esfumado su ánimo de calar hondo en sectores populares. Encontrar un perfil fuerte en la oposición, que se muestre con posibilidades de ganar la Presidencia de la República, se antoja complicado para los partidos de la coalición denominada “Sí por México”, conformada por PAN, PRI y PRD, empezando porque no es lo mismo contender así para otros cargos distintos que para el considerado como “la manzana de la discordia” del sistema político mexicano. Por supuesto que no se descarta que de la necesidad se haga virtud y, ante la debilidad de las partes, se impulse una suerte de “Frankenstein” que termine por volverse contra sus propios creadores.
Hasta el momento, pareciera que la búsqueda de la oposición, de un prospecto a la candidatura presidencial, se asemeja a la forma que Bauman describiera para “la búsqueda del espacio público” en la modernidad, esto es, como la de aquel borracho que pierde la cartera y se concentra alrededor del poste de una lámpara, no porque allí la haya extraviado sino porque tiene más luz que le alumbre. Una lógica pragmática del desplazamiento. De igual manera, la suma de fuerzas políticas dispares de la coalición opositora, y que se pretende siga para 2024, no se abocaría a restaurar identidad, arraigo, legitimidad o compromisos perdidos en cada una de sus partes ni a evaluar posibilidades de tejer un proyecto político que supere el programa de la 4T, sino que se enfocaría en conseguir al personaje que resulte menos incómodo para la suma de las partes, enarbolando un proyecto restaurador de los intereses de poderes facticos del viejo régimen. Pero el tiempo juega en contra de la oposición y no es fácil digerir que uno o más de los tres partidos que hasta hace apenas unos años dominaban la escena política nacional, podría no tener candidato presidencial (como el PAN, guardadas las proporciones, en 1976).
Un problema crucial, pues, para la eventual construcción de una candidatura opositora en coalición, estaría en la escasa legitimidad que conllevaría ponerse de acuerdo entre las élites de fuerzas políticas históricamente confrontadas en proyectos de nación, no tanto porque sean incapaces de traicionar sus idearios correspondientes, sino porque no contarían con el consenso de militancias que, una vez más, serían ignoradas hasta para simular una mínima democracia. Si a eso se agrega que pareciera no prestarse atención a una creciente fuga de militantes (sobre todo en las bases de PAN y PRD), el problema de la legitimidad se agrava. En esa lógica, se atiza el desplazamiento de la autocrítica interna dentro de esos partidos y su consiguiente corrección mediante la elaboración programática de propuestas viables para la mayoría de la población, hacia el avivamiento del discurso de odio en contra del obradorismo y su programa de transformación institucional que, por lo demás, está ya en una etapa positiva y de construcción que, empero la oposición quisiera, paradójicamente, regresar a la época deconstructiva que implicó empujar la demolición del antiguo régimen.
Así las cosas, la sucesión presidencial ciertamente se ha acelerado, no sólo porque la 4T requiere consolidar el proceso de transición iniciado, sino porque la oposición anda a la deriva pero buscando regresar por sus fueros y, en esa tarea, tratando de encontrar una candidatura que, mínimo, les garantice dar una pelea que, por ahora, se ha quedado en meros rounds de sombra.