Secretos fantásticos

Imagino que viajar a la India es algo más que llegar a un destino; siento que es abrir una puerta hacia otra dimensión. Mi mente la dibuja como un tapiz de mil hilos donde cada uno es un dios, un mercado, una vaca sagrada, una plegaria, un sabor picante o una melodía sin partitura. Un desorden místico en donde todo parece fuera de lugar, pero cada detalle ocupa su sitio con una lógica que es difícil procesar con la lógica occidental.

Probablemente es un viaje hacia una renuncia a cualquier expectativa de orden como muchos lo entendemos. Es atreverse a que el caos nos atraviese y, en lugar de resistirlo, dejarse llevar como quien se entrega al ritmo de un río sagrado. No hay otra manera.

Todo ocurre al mismo tiempo: el sonido de los cláxones, las vacas que deambulan indiferentes entre coches y motocicletas, los bazares que hierven de especias, los colores que gritan desde cada sari, desde cada altar improvisado. La India debe sentirse lejos del concepto del turista clásico, hay que solarla y respirarla al tiempo que se le recorre … y  quizá luego, extrañarla con una fuerza inexplicable.

Los que la conocen describen sus ciudades como un universo. Delhi con su energía desenfrenada. Agra con su amor esculpido en mármol. Jaipur y sus fortalezas rosadas. Y luego Varanasi donde la vida y la muerte conviven como hermanas. Donde las oraciones se elevan como humo, entre cánticos, flores, fuego y agua, a lo largo del Ganges. Allí sobre sus peldaños o ghats, el alma parece entender cosas que el cuerpo nunca sabrá explicar 

La India, dicen penetra con ese primer aliento profundo entre cardamomo, comino, incienso y polvo. Cuando eres testigo por primera vez, de una ceremonia Aarti al anochecer, o cuando compartes el silencio con una mujer que te mira desde su balcón sin decir una palabra.

Me dicen que la India no busca agradar. Su belleza no es fácil. Hay que mirar con otros ojos, con los del corazón despierto. Porque bajo cada capa de ruido, polvo o multitud, vive una verdad que no pertenece a este mundo: la certeza de lo sagrado, el misterio de lo invisible, el perfume de lo eterno. La majestusidad de sus edificaciones, el arte en la piedra y la sensibilidad en su música.

Cuentan que estar  en la India es una forma de rendirse. De liberar. De recordar que estamos vivos. Que la vida es sagrada, colorida, contradictoria. Y que, a veces, para encontrarnos, hace falta perdernos completamente.