Es una metáfora pertinente, planteada por el presidente López Obrador para rescatar a Pemex. Sembrar petróleo significa poner en primer plano la necesidad de recuperar los niveles de producción, sanear la crisis financiera que padece la principal empresa del Estado mexicano y, luego, cosechar los frutos, esto es, con el producto excedente contribuir al desarrollo nacional. Parece algo tan elemental, pero se trata de una postura que anteriores gobiernos no se plantearon porque sus premisas eran, en efecto, de corte neoliberal. La denominada “reforma energética”, empujada desde Calderón y, sobre todo, Peña Nieto, no logró modernizar a Pemex, tampoco abaratar gasolinas y, mucho menos, detonar la producción de hidrocarburos; al contrario, la caída en el nivel de producción en los últimos años fue tan drástica que, si no fuera porque ciertamente contamos con veneros que parecen inagotables (“del diablo”, diría el clásico), ya nos habríamos quedado… “más jodidos de lo que nos dejaron”.
Paradójicamente, el programa de rescate de Pemex, recién anunciado por el gobierno federal, se denomina “plan de negocios” y se pensaría que su objetivo tiene que ver con lo que todo proyecto neoliberal contempla de principio: “hacer negocios”, sobre todo para unos cuantos, incluyendo allí la rapiña y el despojo de la cosa pública, por supuesto. Pero resulta que el meollo del asunto estará orientado a “priorizar la producción” del petróleo, antes que su comercialización con fines de lucro particular, sin que eso implique que no haya inversión privada, sino que sería en una segunda etapa, de consolidación de la capacidad endógena de reproducción del capital (semilla). En su famosa “Introducción general a la crítica de la economía política (de 1857)”, Marx enfatizaba la necesidad de recuperar la primacía de la producción sobre la distribución (sin desconocer que, históricamente, la distribución puede ser también previa a la producción), advirtiendo: “un pueblo está en su apogeo industrial cuando lo principal para él no es la ganancia, sino el ganar”.
Pero, además, la metáfora es entendible cuando se considera el contexto histórico que actualiza su pertinencia como horizonte de acción política: acabar con la corrupción imperante, para sembrar y no robar o saquear el petróleo como ha sido la constante. Invertirle a un proyecto que sea detonador del desarrollo y no fuente de enriquecimiento interminable de políticos y caciques sindicales, como el tristemente célebre Carlos Romero Deschamps que, por cierto, acepta que se le subieron a la garganta “los cuates” cuando fueron los policías ministeriales por el “abogángster” Juan Collado y el sempiterno dirigente petrolero imaginó que la aprehensión sería para él y… hasta un clavado se aventó al suelo. Pues que ponga sus barbas a remojar este personaje porque, como señalamos hace poco en este espacio, “los demonios andan sueltos” y es tiempo de llamar a los vivales a cuentas; además, hay que recordar que nuestra peculiar “cueva de Alí Babá”, que tanto tiempo hemos padecido, siempre ha tenido un titipuchal de ladrones (más de cuarenta).
Así las cosas, si el gobierno actual considera que es viable rescatar a Pemex para lograr, en un mediano plazo, que se convierta en una palanca del desarrollo nacional, vale la pena considerar el planteamiento de hacer de la producción petrolera la base de ese salto modernizador que, antes, con el “prianismo”, ha sido al vacío por tanta corrupción y desmadre bien organizado. Recuérdese como el ex-presidente José López Portillo, locuaz y acelerado como era, hasta sugería “prepararse para administrar la abundancia” y, en efecto, él y su jauría se dieron vuelo saqueando a manos llenas; también hay que tener presente que Chente Fox se dio vuelo con los excedentes de los altos precios petroleros y hoy, hoy, hoy, resulta que no le alcanza ni para pagar los “chescos”.