El tema: la lectura
Lo que me deja
Lo que me hace sentir e imaginar hasta casi experimentar el olor que desprenden las escenas de las páginas del par de librosde los últimos dos meses.
El primero que es más bien el tercero, “La cabeza de mi padre”, de Alma Delia Murillo a quien había dejado de leer desde que dejó de publicar en el Reforma. Me gusta la crudeza de su lenguaje, la velocidad con la que uno se monta en sus páginas; la historia: un tema doloroso con final difícil de imaginar.
El segundo -que más bien fue el primero-, es de Paul Auster. Un autor muy sonado que leí a partir de un regalo hace un par de años y que desempolvé para estrenarlo después de 24 meses. “Invisible” es el título con el que inicié el año, un relato locochón en un París que puede uno sentir y una intriga que inquieta y penetra hasta querer intervenir para distorsionar los diálogos y cambiar la realidad de la ficción que narra en voz de un estudiante de Letras, involucrado en un submundo estudiantil junto a un profesor residente con quien verá cruzado su destino.
Leer. De tanta pantalla se me había olvidado cómo se experimentan las historias entre las páginas de los libros. No es que haya dejado la pantalla, pero el tiempo en ella se ha convertido en lectura de lo podemos llamar “libros de verdad”. Nada de artículos, podcasts, series y lo que le sigue. Santa Claus me trajo un kindle y desde ese momento decidí que el 2024 sería el año de retomar la lectura, las historias y los personajes y admirar cómo cada autor construye mundos a través de hechos reales o de su mera imaginación.
Verdad o ficción dejan de ser antónimos cuando uno se sumerge en la vida de los protagonistas. Las tretas y embrollos, los líos, las tragedias, la generosidad o la maldad de cada trama tejen historias en las que es posible a pesar del escenario irreal, remitirnos a experiencias tangibles. ¡Nada como un libro para entender la realidad e intuir hacia dónde nos dirigimos!
Ambas historias, la de AD Murillo y la de P Auster, por coincidencias de la vida están centradas en la figura paterna, en su calibre y su resonancia en el desarrollo de la personalidad o del carácter. El padre como una marca; la madre a su vez, saliendo y entrando de los estereotipos para salvar situaciones que parecen dirigidas al abismo.
Leer transporta al lector, lo relaja, pero también lo tensa porque parece ser que el cerebro no distingue que lo que entra en la mente es solo un invento de alguien, puesto en palabras y letras a través de la vista, sin tener que participar en ellas. Un libro, sin embargo, por más letal que resulte, sigue siendo un antídoto contra la realidad. Especialmente para este tejido de realidades en las que el absurdo cotidiano y el realismo mágico son parte de una las aventuras de un país latinoamericano como México que creíamos muy lejos de las ocurrencias de los líderes de países bananeros que sirvieron como locación para los relatos de García Márquez o Vargas Llosa. Hoy, nuestra realidad nos coloca más allá de Macondo o de República Dominicana en donde caciques o militares dominan la vida de cada uno de los habitantes. Estamos viviendo momentos que, si bien creíamos increíbles de suceder, si vamos a los libros, veremos que es muy claro el destino que se nos quiere determinar. Y si no queremos leer, vayamos con alguien que haya leído y que pueda interpretar la realidad para que actuemos para detener la inercia que nos quiere transformar en país no de tercer mundo que ya hasta pasaron de moda. Sino en un país que, metido en el túnel de la 4T, en un dos por tres nos vuelva a la época de los autoritarismos y similares
En resumen: leer me tiene entretenida y me coloca en un mejor lugar después de cada tanda de páginas brillantes mostrando mundos y destinos inéditos y admirables. Hay que decir sí a los libros y a la libertad de expresión y de imaginación, sí al relato, sí a las historias, sí.