En la historia de las ideas políticas hemos tenido personajes que teorizaron sobre la soberanía popular, así como como otros que actuaron y reflexionaron a partir de su puesta en práctica. Un ejemplo de ese contraste es, guardadas las ´proporciones, el de Juan Bodino y Nicolás Maquiavelo, donde la descripción de los hechos políticos de sus tiempos con respecto al ejercicio soberano del poder, más allá de los depositarios de tal prerrogativa, tiene que ver con el uso (inteligente) del consenso o con el uso (estratégico) de la fuerza, respectivamente. También está el contraste que hiciera, más o menos en el mismo sentido, Maurice Joly con su clásico texto “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”. Pero quien llevó a su mejor desarrollo el concepto de soberanía, en términos del sujeto histórico en el que no solamente se deposita sino que, sobre todo, la ejerce, fue Emmanuel José Sieyés, considerado el autor del programa revolucionario que llevaría a los representantes populares de Francia, en 1789, a darle sentido a un movimiento de cambio social, luego de la crisis económica y de legitimidad política del poder monárquico.
Es bien conocido que la Revolución Francesa de 1789 se generó por una serie de acontecimientos o precondiciones, como la crisis económica, que, a su vez, catalizaron otros eventos precipitantes de la vorágine del cambio social que se produjo, como lo fue la Convocatoria a los famosos Estados Generales en los que se decidiría el futuro de Francia, bajo un esquema en el que ya no contarían tanto los votos por estamento, sino por cabeza; esto es, que el peso decisivo lo llevaría lo que se conocía como pueblo o estado llano. Sieyés fue el genio que planteó esa inversión del estado de cosas y por el cual el pueblo ganaba primacía como sujeto político. En tres obras fundamentales quedó plasmada la idea central de Sieyés: “Consideraciones sobre los medios de ejecución de los que podrán disponer los representantes de Francia en 1789”; “Ensayo sobre los privilegios” y “¿Qué es el Tercer Estado?”, siendo consignada en ésta última obra la célebre frase de su batalla programática: “¿Que es el Tercer Estado? Todo; ¿Qué ha sido hasta ahora? Nada; ¿Qué pide? Ser algo”.
Lo antes planteado tiene que ver –haciendo, como dirían los clásicos, una extrapolación- con el momento que corre en nuestro país, en términos de reflexión sobre el papel central que toca jugar a un sujeto histórico al que todos los actores políticos aluden: el pueblo llano, el que decidirá con su voluntad general el derrotero del país, el depositario de la soberanía en términos del artículo 39 de nuestra Constitución General de la República, donde se establece que: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo momento el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”. Puede parecer simple y gastado el texto constitucional anotado, pero el sentido de lo allí enunciado es mucho más amplio: es el contenido de todo un proceso histórico en el que el pueblo ha trascendido el mero pedir “ser algo”. Tiempos de reflexión teórica y/o tiempos de actuar práctico, en todo caso, de no perder de vista las lecciones de los tiempos cortos y, sobre todo, largos de la historia.