Leyendo algunos diarios digitales me encontré con un encabezado que llamó mi atención: “Es ‘inadecuado’ usar fotocopias de la Biblia en misa, considera el Vaticano” (https://www.eluniversal.com.mx/mundo/es-inadecuado-usar-fotocopias-de-la-biblia-en-misa-considera-el-vaticano). Al leer la información, me enteré que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la iglesia católica, había hecho público un documento llamado Nota sobre el domingo de la palabra de Dios, en el que el prefecto de la congregación, el cardenal Robert Sarah realiza una serie de recomendaciones sobre las celebraciones litúrgicas.
En el numeral 8 del listado que se contienen en la Nota vaticana, se dice: “Los libros que contienen los textos de la Sagrada Escritura suscitan en quienes los escuchan la veneración por el misterio de Dios, que habla a su pueblo. Por eso, se ha de cuidar su aspecto material y su buen uso. Es inadecuado recurrir a folletos, fotocopias o subsidios en sustitución de los libros litúrgicos”.
Soy y siempre he sido respetuoso de todos los credos religiosos sin excepción y no voy a polemizar ni cuestionar el documento ni a la iglesia ni a los creyentes. Sin embargo, debo confesar que me llamó poderosamente la atención el contenido de esta instrucción y me provocó ciertas reflexiones que quiero compartir.
¿Vale la palabra por el lugar, el material, la forma en que está impreso?
Entiendo que el cardenal firmante quiere trasmitir la fuerza simbólica que tiene el uso de un libro grande, de buena y tal vez elegante edición, que por sí mismo genere ese impacto visual de respeto y veneración acorde con el sentido del culto. Pero, ¿vale menos un texto, en razón del soporte que lo contiene?
No pude menos que acordarme del caso aquel del cantante Luis Miguel cuya empresa productora tuvo que pagar una multa porque en la portada de su disco “México en la piel” se utilizó una imagen de la bandera mexicana en tonos sepia, alterando el color original del símbolo patrio.
También me vino a la mente el texto de Anatole France sobre Crainquebille, aquel verdulero que es arrestado en las calles del París decimonónico, supuestamente por insultar a un policía, lo cual era una falsedad. France nos narra como Crainquebille, sentado en medio del tribunal, rodeado de togas negras, muebles elegantes y sobrios, guardias de mirada impenetrable y severos uniformes y los símbolos de la justicia, se sentía culpable pues, aun siendo falsos los hechos ¿quién era él, un pobre verdulero sin instrucción, para contradecir a todas esas personas de apariencia tan sabia?
La palabra “símbolo significa, según el Diccionario de la Lengua Española, elemento u objeto material que, por convención o asociación, se considera representativo de una entidad, de una idea, de una cierta condición, etcétera.
Si algo representa esa entidad, esa idea, esa cierta condición, es decir, si tiene ese contenido para quien lo percibe, ¿es menos símbolo, según el material de que esté hecho? ¿se pierde el sentido de la bandera nacional si se cambia el tono del verde, si sigue siendo verde? ¿el símbolo, por sí mismo, tiene valor si se pierde el sentido de lo que representa?
¿Sabe usted, lector, cuales son los colores reales de la bandera mexicana? Me refiero al tipo específico de verde y de rojo (lo del blanco es obvio) que deben tener, enterados de que existen más de cien variantes de cada uno de estos colores. La Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales solo dice, en su artículo 3, verde y rojo.
¿El empleo de fotocopias, impresiones en hojas sueltas o en folletos, hace que pierda sentido la palabra de un sacerdote, de un imán, de un rabino, que se eleva para dar a conocer el texto sagrado en que se basan las diferentes religiones?
A mí me parece que traspasar la racionalidad en el uso de los símbolos, para caer en extremos como los que he referido, simplemente hace que se pierda el verdadero sentido que representan.
Cuando el contenido de los símbolos se interioriza tanto, se adopta y se incorporan a la cotidianidad, es cuando entonces cumplen su función; dificultar su empleo, su desmesurada sacralización, hace que pierdan su sentido.