Soberanía

Uno de los mayores logros del actual gobierno federal es, sin duda, la recuperación de la dignidad republicana en las relaciones internacionales. Mientras que con Fox, Calderón y Peña Nieto se tuvieron vergonzosos actos de sumisión a directrices de los gobernantes estadounidenses en turno, con el gobierno de la Cuarta Transformación se ha vuelto a los principios normativos de política exterior, contemplados en la Constitución Mexicana (artículo 89, fracción X), que debe observar el titular del Poder Ejecutivo Federal, entre otros: la autodeterminación de los pueblos, la no intervención y la solución pacífica de las controversias. Un ejemplo de esto último es la decisión del Presidente López Obrador de no avalar (dentro del Grupo de Río) la entrega de la presidencia de la Alianza del Pacífico a un gobierno proveniente de un golpe de Estado, tal y como aconteció en el caso de Perú con el depuesto presidente Pedro Castillo, donde la represión popular se ha hecho presente para sostener a Dina Boluarte al precio de un considerable número de muertos en las protestas sociales que se han generado. (La pregunta que se hace uno de los personajes del escritor Mario Vargas Llosa en “Conversación en la Catedral” se actualiza: “¿cuándo se jodió Perú?”). 

La soberanía popular mexicana fue lesionada gravemente con los actos de humillación que permitieron, hasta gustosos, los exmandatarios prianistas señalados. Desde el caso de Fox con el famoso “comes y te vas” hasta el zarandeo de Trump a Peña Nieto en nuestro propio país con el tema del muro fronterizo, pasando por escándalos como el de “Rápido y furioso” con Calderón y su inefable secretario García Luna (que “hoy, hoy, hoy” -diría Fox- está en el ojo del huracán). Estos sujetos llevaron la apertura del país a extremos de alentar la rapiña de intereses comerciales poderosos y, por supuesto, de incurrir en descarados conflictos de interés al ingresar a corporaciones económicas que, antes, favorecieron para realizar jugosos negocios durante sus mandatos. La soberanía como auto-determinación política o auto-emancipación económica les parecía fuera de época a esos expresidentes. Lo que importaba era hacer negocios sin importar que se pudiera perder autoridad y evitar relaciones de subordinación en el exterior.

Por supuesto que no se trata de volver a un debate superado y reducido a una simple contraposición entre soberanía y globalización, adoptando extremos de cerrazón o apertura plenas, puesto que la soberanía no es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario (diría un clásico), esto es, no se reduce a sí es absoluta o relativa, real o formal, etcétera, porque es, en todo caso, “indivisible” (Rousseau, dixit); por tanto, de lo que se trata es de lograr (aquí sí, en términos sobretodo económicos) una razonable relación con el exterior, en términos de un intercambio equilibrado y justo de bienes y servicios que posibilite el desarrollo de nuestro país, sobretodo propiciando la capacidad de producir con un modo técnico propio. El ejemplo más claro, aunque también controvertido (precisamente por la cerrazón de la derecha que reduce la soberanía a mero apéndice de la despiadada globalización, señaladamente en países en vías de desarrollo) es el de la Refinería de Dos Bocas que, antes de que termine el sexenio, será otra de las obras que apuntalarán la transformación del país, en términos de lo aquí planteado.