Sobre injusticia histórica

La reciente declaración del ministro de asuntos exteriores de España, Juan Manuel Albares, en el sentido de reconocer que durante la denominada “conquista” en tierras americanas se cometieron actos de “injusticia” contra los pueblos indígenas, ciertamente es un primer paso, como lo ha advertido la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, para avanzar en un deseable proceso de reconciliación entre gobiernos. El posicionamiento de tan destacado miembro del gobierno español representa la aceptación de un reclamo legítimo que, en 2019, hiciera el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, sobre la importancia de pedir perdón a los pueblos originarios por la barbarie cometida. En aquel momento pudo más la soberbia que la razón y el argumento utilizado para la negación fue que “no se puede juzgar el pasado desde lo contemporáneo”.

Siguiendo al gran pensador crítico Walter Benjamin, cuando afirmó que “no hay un documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”, la historia siempre tiene que ser “cepillada a contrapelo”; esto es, que debe analizarse e interpretarse aún en contra de versiones que pugnan por desvirtuar la realidad imperante en un momento determinado, entresacando a los actores o acontecimientos de los meros “instantes de peligro” porque, precisamente, son esos instantes en los que se advierte la magnitud de agravios acumulados y se revela su importancia epocal y no sólo secuencial en un tiempo cronológico dado. Ese tipo de versiones que impiden cepillar la historia a contrapelo son las que la derecha esgrime de inmediato para evitar lo que Benjamin denomina como “principio constructivo” para articular históricamente el pasado.

Por eso, allí tienen que, más rápidos que el rayo, sectores políticos de la derecha española, como personeros del Partido Popular, de inmediato se le fueron a la yugular al ministro de asuntos exteriores Albares y pidieron su dimisión, asegurando que “la política exterior española no puede construirse sobre agravios simbólicos ni sobre falsificaciones históricas”, así sea que ni los agravios sean meramente simbólicos ni la historia reducida a simples falsificaciones.

Pero como también suele ocurrir, resulta que la derecha mexicana se muestra “más papista que el Papa” y, por ejemplo, un representante partidista panista de nombre Jorge Triana se limitó a espetar que todas las disculpas que puedan venir desde España “carecen de sentido” y son meros “berrinches ideológicos”, quedando la impresión que por “berrinches ideológicos” se refirió a las rabietas de los personeros del derechista Partido Popular, aunque después trató de enmendarse a sí mismo la plana y señalar como destinatario de su invectiva al expresidente López Obrador. Y, para rematar su peculiar ponderación política del tema, propuso una lógica simplona del análisis: ¿para qué pedir disculpas a España si hace 500 años no existía como país, si lo que existía era el Reino de Castilla? Si eso ya no existe, según Triana pues entonces es un sinsentido andarle pidiendo peras al olmo. Una vez más, la confusión del análisis en sentido lógico (reducido a una extrema simplicidad) y el análisis en sentido histórico y, dentro de éste, la confusión entre el tiempo meramente cronológico y el tiempo como época o salto cualitativo que permite conocer la verdad de manera integral.