No es fácil hablar con alguien que se niega a escuchar. La relación de México con Estados Unidos nunca ha sido fácil, y la personalidad de quienes presiden ambos países, y las de sus representantes, mucho tiene que ver con periodos tranquilos o difíciles en esta historia de amor-odio.
En el reciente acuerdo con Estados Unidos, mediante el cual México se obliga a desplegar la naciente Guardia Nacional en la frontera sur, y se evitó la amenaza de aranceles, “indefinididamente”, ¿perdimos?, ¿ganamos? ¿fue lo mejor que se pudo lograr?
Más que Think Tank —cuya escritura erronea por parte del canciller mexicano provocó una oleada de memes— se trató de un Shark Tank.
Hay un libro muy interesante, disponible en línea, que publicó la LXIII legislatura de la Cámara de Diputados. Se trata de México en las miradas de Estados Unidos, de José N. Iturriaga, donde recopila 122 testimonios de escritores, actores, comerciantes y viajeros “gringos” sobre nuestro país.
Hay interesantes crónicas, cuentos, testimonios y fragmentos de diario de Henry W. Longfellow, John K. Turner, John Reed, Jack London, Ray Bradbury, Groucho Marx, Tennessee Williams, Elia Kazan o John Womack, entre otros.
Allí podemos enterarnos de que el embajador J. R. Ponsett fue enviado a nuestro país en 1825, apenas terminada la guerra de Independencia, con las encomiendas de:
«Hacer adeptos hacia el sistema democrático estadounidense; defender la Doctrina Monroe contra la tendencia mexicana de concertar alianzas con Europa; […] insistir en el principio de “la nación más favorecida” comercialmente, cuando el gobierno de México otorgara concesiones recíprocas a los estados hispanoamericanos; protestar en contra de cualquier ley perjudicial al comercio de Norteamérica; oponerse a los ardientes intentos de México sobre Cuba; y adquirir territorio mexicano en el momento más oportuno».
Sobre la guerra con el vecino del norte en 1846, donde se perdieron los territorios de California, Nuevo México y Texas, el autor dice que el presidente James K. Polk buscaba la anexión total de nuestro territorio. Polk aseguraba: “si México continuaba obstinadamente rehusándose a tratar, opinaba yo decididamente en el sentido de que se insistiera en la adquisición de más territorio”. El Tratado de Guadalupe-Hidalgo, dice el autor, fue un mal menor, gracias a que el negociador estadunidense Nicholas Trist desobedeció a su presidente en la redacción del convenio de cesión.
Poco se habla de cuando en 1914 Estados Unidos, con su política de “buen vecino”, invadió México para apoyar el derrocamiento del usurpador Victoriano Huerta. El presidente allá era Woodrow Wilson, y su secretario de Marina era Josephus Daniels. El saldo de la invasión en Veracruz fue de 125 muertos pero Daniels fue nombrado luego embajador en México, en los gobiernos de Rodríguez, Cárdenas y Ávila Camacho. A pesar de que hubo protestas, el apoyo del embajador a la expropiación petrolera le granjeó amistades.
Iturriaga cita también El oso y el puercoespín, de Jeffrey Davidow, embajador de EU en México de 1998 a 2002, quien dijo acerca de las cancilleres Madeleine Albright y Rosario Green:
«se reunían con un puñado de otras embajadoras y algunas funcionarias de alto rango de la ONU para cenar, intercambiar impresiones y quejarse acerca de sus colegas masculinos. Tenían puntos de vista radicalmente diferentes acerca de muchos asuntos internacionales, pero sentían que las unía una especie de parentesco por ser mujeres que habían llegado a la cima. Una vez que se resolvían los asuntos formales, echaban a todos los demás, se quitaban sus siempre demasiado estrechos zapatos de tacón alto y compartían opiniones sobre lo difícil que es vivir en un mundo dominado por los hombres, al que ellas habían accedido con éxito.
Es probable que Green tuviera más de qué quejarse en comparación con las demás. A pesar de toda la sofisticación y mundo de los funcionarios mexicanos, el sexismo seguía en apogeo. En una ocasión, a Green le agarraron la pierna por debajo de la mesa de las reuniones de gabinete. También me dijo que uno de sus principales asistentes en la Secretaría de Relaciones Exteriores la acusó de tener cambios de humor debidos a cuestiones hormonales.…»
Dice el escritor Jack London: “Los dirigentes mestizos en México parecen incapaces de tratar a un peón con la medida de justicia existente y tal como se le practica en el mundo actual. Los peones mexicanos que viven hoy en Estados Unidos —y hay miles— reciben mejor trato que al sur de nuestra frontera”.
El protagonista de la novela La suma de todos los miedos, de Tom Clancy, se entera de los planes japoneses de comprar al presidente mexicano para sus planes malévolos. “Dirigiría una nueva corporación [...] pagándole un impresionante salario”. Hace una llamada (exitosa, obviamente, para asegurarse de la cooperación mexicana:
«Necesito que llame al presidente de México ahora mismo, y que le diga que requerimos su cooperación […] Dígale que sabemos de su plan de jubilación. ¿De acuerdo? Use estas palabras exactas: Sabemos de su plan de jubilación».
Hoy ni alardes ni condenas. Solo queda esperar los resultados, las protestas y los posibles cambios de humor del presidente de EU, que ya busca su reelección y necesita antagonistas. No ha sido ni será fácil porque “Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses”, como dijo J. F. Dulles.
A propósito del tema, Que se queden allá. La historia de la migración mexicana y repatriación durante la Gran Depresión, un estudio de Fernando Saúl Alanis Enciso, del Colsan, fue premiado en la Universidad de Carolina del Norte. De él también los invito a leer ¡Yo soy de San Luis Potosí! Con un pie en Estados Unidos (donde incluye un texto de este columnista, je).
Web: https://alexandroroque.blogspot.mx
Twitter: @corazontodito