Al desembocar al océano Pacífico después de dar la vuelta al extremo sur del continente americano, la expedición de Fernando de Magallanes se encontró con un océano cuya inmensidad no esperaba. Así, sin prever la enorme distancia que habría de recorrer antes de tomar tierra, Magallanes no se hizo de las suficientes provisiones de comida y sufrió las consecuencias. En palabras del italiano Antonio Pigafetta, quién sirvió como cronista de la expedición, “Navegamos por espacio de tres meses y veinte días sin probar ni un alimento fresco. El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino un polvo mezclado de gusanos que habían devorado toda su sustancia, y que además tenía un hedor insoportable por hallarse impregnado de orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber estaba igualmente podrida y hedionda. Para no morirnos de hambre nos vimos aun obligados a comer pedazos de cuero de vaca y a menudo estábamos reducidos a alimentarnos de aserrín y hasta de ratas”.
Prosigue Pigafetta: “Sin embargo, esto no era todo. Nuestra mayor desgracia era vernos atacados de una especie de enfermedad que hacía hincharse las encías hasta el extremo de sobrepasar los dientes en ambas mandíbulas, haciendo que los enfermos no pudiesen tomar ningún alimento. De éstos murieron diecinueve. Además de los muertos, teníamos veinticinco marineros enfermos que sufrían dolores en los brazos, en las piernas y en algunas otras partes del cuerpo, pero que al fin sanaron”.
Hoy sabemos que los marineros de la expedición sufrían de escorbuto, que es una enfermedad debida a una deficiencia en la ingesta de vitamina C, y que sus desventuras se debieron en último término a una alimentación que no incluía frutas frescas y verduras. Los expedicionarios, sin embargo, no pudieron saberlo, pues fue solo hasta el siglo XVIII que el médico escocés James Lind descubrió que los enfermos de escorbuto mejoraban con la ingesta de naranjas y limones. Así, la expedición de Magallanes, por ignorancia y circunstancias del viaje, estuvo sujeta a una alimentación a la que nuestro cuerpo no está adaptado.
Este último comentario vale con respecto a la exploración espacial, que ha tomado nuevos bríos y que tiene en la mira la realización de misiones tripuladas que expondrán a los astronautas a las condiciones del espacio por tiempos prolongados a las que nuestro cuerpo tampoco está adaptado. En particular, los exploradores espaciales estarán sujetos a condiciones de microgravedad, es decir, de ausencia de peso, que son extrañas a los habitantes de la Tierra que han evolucionado en un medio ambiente con gravedad.
¿Cómo afecta al cuerpo la exposición prolongada a la microgravedad? Un artículo aparecido esta semana en la revista Small intenta arrojar luz al respecto, en particular, sobre cómo la microgravedad afecta las conexiones de cerebro. El artículo fue publicado por un grupo de investigadores encabezado por Steven Jillings de la Universidad de Amberes, en Bélgica.
Jillings y colaboradores llevaron a cabo una investigación con 14 astronautas, que fueron sujetos a estudios para determinar si sus conexiones cerebrales fueron modificadas después de una estancia de seis meses en la estación espacial internacional. Para este propósito, los astronautas fueron sujetos a tres estudios de resonancia magnética, antes de la misión, inmediatamente después de finalizada, y ocho meses después de esta finalización. Encuentran los investigadores que hay algunos cambios en la organización del cerebro inmediatamente después del término de la misión, y que después de ocho meses algunos de ellos permanecen, mientras que otros desaparecen, regresando el cerebro a su estado original. Interpretan los investigadores que los cambios no permanentes corresponden a adaptaciones del cerebro a las condiciones de microgravedad -por ejemplo, a la pérdida de la sensación arriba-abajo- que se revierten una vez de regreso a la Tierra. Los cambios permanentes, por otro lado, corresponderían a un proceso de aprendizaje del cerebro durante el tiempo que estuvo sometido a nuevas condiciones ambientales.
Quinientos años atrás, Magallanes y su tripulación pudieron haber superado el escorbuto consumiendo frutas frescas y verduras. Para esto, sin embargo, tendrían que haber sabido algo que solo se supo más de dos siglos después, además de haber contado con refrigeradores, todavía más lejanos en el tiempo. Por su lado, los exploradores espaciales enfrentarán condiciones mucho más severas que aquellas que enfrentaron los exploradores del pasado. Ahora, no obstante, sabemos mucho más. Por ejemplo, que el cerebro se modifica en el espacio. Además de contar con la capacidad de construir máquinas mucho más sofisticadas.