Un día como hoy no pasó nada

Las efemérides siempre me han intrigado. La paciencia que se necesitaba para buscar acontecimientos que de alguna manera resultaban importantes para la Historia, me hacía imaginar a una mujer anciana sentada en un escritorio de madera sobre el cual reposaba una lámpara de pantalla verde bandera con ángulo amplio de iluminación y, alrededor, un montón de libros abiertos y una máquina de escribir con una hoja inserta a medio teclear. La idea de recabar datos, personajes y fechas me parecía una tarea absolutamente romántica, tanto como tratar de recrear la receta de sopa de pollo de la casa de los abuelos, o el último beso recibido del ser amado y, al mismo tiempo, una tarea profundamente racional, deliberativa, para elegir qué cosa entraría a la lista y cuál no.  Sin embargo, hoy las efemérides han perdido el halo místico que creía las rodeaba.

Si tecleo “efemérides del día de hoy,” Google arroja por lo menos diez páginas con recopilación de fechas  nacionales e internacionales, algunas de incuestionable trascendencia. Por ejemplo, hoy que escribo, 2 de septiembre, Japón firmó su rendición frente a los aliados en el año 1945 y puso un broche más de clausura a la Segunda Guerra Mundial.  En un día como hoy, pero de 1973 murió JRR Tolkein y  siglos antes, Ahuizotl . Sin embargo, hay también fechas que no estoy segura sean tan importantes. Por ejemplo, no encuentro utilidad alguna en recordar que el 4 de febrero es el día del orgullo zombie, o que el 9 de marzo es el día mundial de la tortilla de patata, que, aunque me gusta un montón, no le veo mérito así como para dedicarle un día. Tampoco me parece trascendente que estemos a tres días de conmemorar el día mundial del tocino, o que el 19 de este mes es el día mundial para hablar como pirata.

Resulta en estos días y con todo el flujo de información que tenemos a la mano, encontrar fácilmente que en algún lugar del orbe algo pasó y aunque lo que sea que haya pasado no necesariamente haya cambiado el curso de la humanidad, o de por lo menos una pequeña porción de ella, que alguien lo pueda tomar y hacer un gran arguende alrededor. ¿Será entonces que estamos banalizando lo importante haciendo todo significativo? ¿Cómo podrán nuestros descendientes  distinguir aquello que resultaba trascendente para nuestra generación de lo que no? ¿Cómo vamos a explicarles que el 5 de enero, día mundial de la crema batida, no fue importante, salvo para los dedicados a la repostería? 

Deberíamos reconocer que hay días en donde no pasa nada. Nada para el mundo, nada para nuestra pequeña existencia. Hay días que simplemente son. Nos levantamos, desayunamos, nos bañamos, trabajamos, estudiamos, nos reímos, nos da hambre, sufrimos poquito, caminamos, nos da sueño, dormimos, fin. No todos los días algo trascendente ocurre, ni siquiera algo medianamente interesante. Sin embargo, parece que esta corriente de “somos únicos, inigualables, maravillosos, centro del universo, Masters de nuestra existencia” quisiera, en lugar de rescatarnos del olvido, salvar nuestros frágiles egos intentando que cada minuto se vuelva fantástico. No todo es maravilloso ni tiene por qué serlo. Si bien entendiéramos, con vivir es suficiente, con gozar la sencillez de una merienda en paz, de una risa en horas de oficina. No es conformismo, es, sencillamente, entender que lo ordinario también es deleite. 

Quiero levantarme un día y encontrar en el calendario que un día como hoy no pasó nada, y así entender que por fin desciframos el misterio de sabernos humanos.