“El hombre razonable se adapta al mundo;
el irrazonable persiste en tratar de adaptar
el mundo a sí mismo”
George Bernard Shaw
La relación entre México y Estados Unidos ha sido, como lo señaló Alan Riding en su libro “Vecinos distantes” (1984), un complejo vaivén entre la cercanía física y la desconfianza. A pesar de compartir frontera, historia y vínculos económicos, ambos países siguen siendo para el otro un enigma en muchos sentidos. Como dos vecinos que se saludan en la puerta sin entender del todo las preocupaciones del otro, México a menudo mira hacia el norte con la esperanza —o quizás la expectativa ingenua— de que las decisiones estadounidenses tomen en cuenta las inquietudes mexicanas. Sin embargo, la realidad es que el electorado estadounidense se mueve bajo clivajes internos como la economía y la migración, temas que rara vez son influenciados por los intereses de su vecino del sur.
Esta “inevitable asimetría”, como lo llamaría Riding, hace que México se encuentre en una posición siempre reactiva ante el resultado de cada elección en Estados Unidos (esto lo escribí ya hace algunos meses). Con la reelección de Donald Trump, las ilusiones de una administración más amigable o comprensiva —que algunos depositaron en Kamala Harris— se desvanecen, dejando a México frente al retorno de una figura que despierta temores y, curiosamente, algunas oportunidades. Nuestro país se ve una vez más obligado a ajustar su postura, para confrontar la realidad de un vecino que sigue su propia agenda y explorar qué ventajas podría sacar de esta nueva fase en la relación bilateral.
Para muchos en México, los resultados de las elecciones en Estados Unidos cayeron como un cubetazo frío e inesperado. Algunos pronósticos parecían sonreírle a Kamala Harris, quien en muchos círculos locales fue vista como una garantía de cooperación y, más aún, como una “opción natural” para el votante latino. La realidad es bastante más compleja: el electorado estadounidense es un galimatías de intereses, y la idea de un “voto latino homogéneo” es, a todas luces, una simplificación intelectualmente perezosa. Desde alguna perspectiva mexicana, podría parecer lógico esperar que todos los latinos prefirieran a Harris, pero esto pasa por alto el amplio espectro de factores que mueven el voto en Estados Unidos.
Aquí entra en juego una premisa que, aunque se diga en voz bajita, resuena en las redacciones de análisis político: la presunción de que las elecciones en Estados Unidos tratan en gran medida sobre México. Nada más lejos de la realidad. Como país vecino y principal socio comercial, es comprensible que pongamos el foco en cómo impactan estos resultados en nuestro día a día; sin embargo, el estadounidense promedio (latino o no) suele preocuparse por su situación inmediata: economía doméstica, trabajos locales y seguridad social. Los clivajes políticos en Estados Unidos están marcados por temas internos que, aunque repercutan en el ámbito global, no nacen con esa intención.
Tal como ocurrió en la elección en México de 2018 o la de 2024, la reelección de Trump no es sino una manifestación de estos clivajes. A diferencia de lo que sugiere la narrativa de un montón de medios de comunicación en nuestro país, la decisión de los estadounidenses no es una suerte de referéndum sobre México. En su mayoría, votaron por razones tan diversas como las preocupaciones sobre la economía interna, el desempleo, el control migratorio y el papel de Estados Unidos en el mundo. Trump ha sido hábil en capitalizar la preocupación por el empleo y la economía local, factores que pesan más en los centros industriales del Medio Oeste que cualquier argumento de diplomacia latinoamericana.
Así, Trump se consolidó como un tótem de protección económica, utilizando a la migración como chivo expiatorio de problemas internos. Su retórica, directa y simplificada -tan de moda en estos tiempos-, apela a una porción importante del electorado que sigue viendo en él una figura que “defiende sus intereses” sin regateos. El control migratorio, lejos de ser una obsesión exclusiva con México, es parte de una fórmula que explota el temor a lo desconocido y a la pérdida de empleos.
Entonces, ¿qué significa la reelección de Trump para México?. Su postura sobre el libre comercio es ambivalente, y aunque el T-MEC ha funcionado para ambos países, persiste una incertidumbre sobre posibles cambios en las políticas comerciales ya que Estados Unidos tiene una balanza comercial deficitaria con México -cosa que no le encanta a Trump-. ¿Y sabe que sí le encanta? La palabra “aranceles”. Es muy probable que enfrentemos un panorama de aranceles y regulaciones restrictivas que impactarían directamente en sectores claves como la manufactura y la agricultura. En paralelo, se prevé una presión mayor para endurecer las políticas migratorias, que afectan tanto a los mexicanos en tránsito hacia el norte como a los connacionales que ya se encuentran en Estados Unidos.
Otro aspecto crucial es el tratamiento de la seguridad. Trump suele reducir el problema a una cuestión de fronteras y “criminalidad extranjera”. Una perspectiva tan simplista podría derivar en mayores dificultades para la cooperación binacional en temas de seguridad, ya sea en la lucha contra el narcotráfico o en la contención de la violencia.
A pesar de este negro panorama, quisiera proponerle una visión de oportunidades: la victoria de Trump podría también abrir algunas puertas inesperadas. Su estilo de negociación, pragmático hasta la provocación, podría jugar a nuestro favor en ciertos aspectos. Pienso que el endurecimiento de la política comercial con China podría beneficiar algunas condiciones de renegociación del T-MEC en 2026. No hay que olvidar que tan solo el comercio de Texas con México es superior al comercio de todo Estados Unidos con algunos países europeos. “Los negocios son negocios, socio. En los negocios no hay amigos” dice una canción de Residente.
El endurecimiento de la política migratoria debería (por favor subraye la palabra “debería”) impulsar a México a anticipar políticas de desarrollo económico interno basado en el empleo y en la seguridad social. Se trata de transformar una amenaza en oportunidad, como se enseña en la escuela.
Lo que ocurra de aquí en adelante depende más de nuestra capacidad política de adaptación ante un entorno que puede leerse con mucha anticipación. ¿Quiere ver capacidad política? Esta es una magnífica oportunidad para demostrarla.
X. @marcoivanvargas