“El toro y el vino, debe ser fino” se dice por allí. Aficionados a uno y a otro acuden a la plaza y a la cata a menudo: a mayor afición, mayor frecuencia. Se mira, se aplaude, se juzga desde el tendido como se observa, se huele y se paladea desde el canto de la barra o de la mesa. La vida del taurino está perfumada por pañuelos blancos, carteles, tertulias y olés; la del enófilo, adornada por etiquetas, corchos, copas e interjecciones que desean salud. En ambos mundos hay solera, arte, emoción, brindis… y campo. Pero, por lo general, ni uno ni otro entusiasta pasa suficiente tiempo en el campo.
La soledad del campo es un mundo alterno al de la corrida, al de los manteles largos y los choques de copas. Alejados del bullicio, los novillos crecen y los racimos maduran, en una atmósfera de sobriedad, de paz, de pabellones lejanos y neblinas en el crepúsculo. Este entorno idílico, cuya paz es raramente perturbada, dista mucho del movimiento en los toriles, de la música y el gentío, de los sonidos y vapores del restaurante, del jaleo de los comensales. La ganadería y el viñedo son la parte oculta del iceberg, son la basa de los instantes que dura la faena y el vino en la copa, son el fundamento de lo efímero.
Campo bravo y viña comparten además espacios allá donde la tauromaquia es patrimonio cultural. En México, todos y cada uno de los Estados productores de vino de mesa tienen una tradición ganadera de lidia, verbigracia: Aguascalientes y Zacatecas, en donde las reses de Santa Fe del Campo pastan no muy lejos de las vinícolas Santa Elena y Tierra Adentro; Baja California, en donde la región vitivinícola más reconocida de nuestro país recibe el mismo sol que don Hernando Limón; igual que Coahuila, Chihuahua, Guanajuato (la legendaria Guanamé fue y es una ganadería homónima a la Vinícola Guanamé, en San Felipe), Hidalgo, Jalisco, Querétaro y San Luis Potosí.
No se diga en la península ibérica, en donde las 10 provincias con mayor número de ganaderías albergan también las denominaciones de origen españolas más famosas: Jerez, Ribera del Duero, Campo de Borja, Rioja, Priorat, Toro, etc. Hasta en Francia los vinos del Sur del Ródano tienen manadas cerca.
En San Luis, la centenaria tradición ganadera se ha vuelto a reunir con la enológica. El esplendor de otros siglos ha vivido un renacimiento que vuelve a ocupar tiempo y espacio con el insigne ocupante de nuestra tierra brava, su majestad el toro, que vigila entre cactos, huizaches, mezquites y jaras una lejanía de parras y sarmientos.
La Fiesta y el vino tienen una tripa, una cuna, una dimensión más holística y más íntima, un origen de naturaleza y terroir que no puede apreciarse desde la butaca y la silla. Es necesario hacer un viaje, ir a la fuente, tener la experiencia, tan perseguida hoy en día. Vayamos al campo, vivamos el campo.
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