¿Ya fueron a votar? Es la hora de la responsabilidad individual, ya vendrá la hora de los nervios o hasta de los reproches. Solo faltan unas horas para que empiecen a fluir los resultados oficiales y las declaraciones de los “contendientes en la “arena electoral” (nunca tan bien aplicado el concepto).
Esperemos que las entidades públicas (partidistas, electorales y de justicia) se comporten como debería corresponder a resolver esta temporada electoral, precuela apenas de lo que se nos viene durante seis años (al menos).
Cobra Kai es un serie (en televisión de paga, modalidad más conocida como streaming) en la que explotan bien y bonito la nostalgia ochentera. Y no, no es queja. A partir de la película original de Karate Kid (John G. Avildsen, 1984), donde surgieron Daniel LaRusso, el señor Miyagi, Johnn Lawrence, Ali Mills y John Kreese, entre otros personajes, se han dado secuelas, algún mal reboot, adaptaciones a dibujos animados o cómics y ahora esta serie que ubica a los personajes 34 años después de aquel torneo.
Casi todos conocen la historia: el pequeño Daniel es buleado por los “chicos malos” de su escuela, sobre todo por Johnny Lawrence, estrella del dojo Kobra Kai y exnovio de Ali. El señor Miyagi lo entrena en karate de manera poco convencional, lo inscribe en el campeonato local y en el último momento vence en la pelea estelar a Lawrence, quien reconoce el triunfo de LaRusso.
El lema de “los malos” es “Golpea primero, golpea duro, sin piedad”, que son las reglas de su sensei Kreese. Cobra Kai (estrenada en 2018 y va por su cuarta temporada para finales de 2021) muestra los golpes que le ha dado la vida al villano de hace unas décadas, y cómo parece estarle yendo muy bien a Daniel san. Sus vidas y las de sus hijos se cruzan y el karate los llama. Nada complicada argumentalmente (enemistades, romance, alianzas y redención como base), con muchos guiños a la nortalgia chavorruquera, Cobra Kai se disfruta y bien puede mostrarnos algo de cómo se da la política a la mexicana.
Aunque nunca fui del clan LaRusso, y aunque más que karate las campañas semejaron un combate de vale tudo, van algunas ideas al vuelo antes de irme a votar.
Las rivalidades se pueden volver alianzas, por gusto o sobrevivencia. Los malos a veces no lo son tanto y los buenos también tienen su lado oscuro. El peligro real pueden serlo los secretos y las alianzas desafortunadas, y cualquiera puede tomar una mala decisión. La política para una mayoría no debería tratarse de lealtad a un sensei al que solo le importa ganar.
Los funcionarios son nuestros representantes, nuestros mandatarios y se les olvida con frecuencia. Un maniquí colgado de un puente de la capital del estado fue el último acto (hasta la tarde del sábado, espero ya se calmen unas horas) de este encuentro en la arena que más que katas mostró mucho de pelea callejera.
Votar es un derecho y una obligación, es el no quedarse con la duda en clase o no rebatir una decisión en lo laboral, aunque parezca que no tiene caso: “Puede que no siempre gane, pero jamás abandono una pelea.
“Vota primero”: no te esperes a que ya casi cierren las casillas. Aunque se han esparcido demasiados rumores malintencionados, y hay que cuidar casillas, boletas y actas, algo se ha mejorado nuestro sistema electoral. El riesgo mayor es en lo comunitario, lo municipal, donde se juegan territorios físicos y simbólicos. Que no te cuenten.
“Vota duro”. Los nombres que están hasta arriba en las boletas tienen colores, suplentes, planillas, intereses. Tienen pasado y varios ya han ejercido cargos públicos pero se atienen a su discurso, sus bailes o al apoyo corporativo. La duda es necesaria, y más cuando ha habido tanto jugo sucio de un lado y otro. Kreese estaría orgulloso de tantos que parecen sus alumnos y solo le importa ganar.
“Sin piedad”. Las circunstancias cambian cada que entramos al tatami. Que no nos tiemble la mano para evaluar errores y cruzar otro nombre u otro color al de siempre. El otro equipo lo ha hecho sin ningún prurito. “Lo que importa es que te vuelvas rudo”, alecciona Lawrence a sus estudiantes antes de entender que el lema agresivo son solo “letras negras en una pared blanca”.
Como dijo el señor Miyagi: “Ganar, perder, no importa; si peleas bien, ganas respeto, y entonces nadie te molestará”.
[Reverencia.]
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