En diversas ocasiones se ha señalado que tanto al gobernador como al alcalde les resulta complicado controlar sus emociones frente a preguntas incomodas que ponen en la palestra de la opinión pública sus malas decisiones. Sin embargo el alcalde, en ese ánimo socarrón y campechano, de aparentar que las cosas siempre resultan como él las visualiza, no se complica la vida ni se engancha en discusiones bizantinas o problemáticas ociosas, a diferencia del gobernador quien pareciera disfruta de almacenar en su cofre interno de emociones negativas, los rencores añejos contra cualquier semejante y en el momento menos pensado acaba externándolas, envolviéndose en absurdos soliloquios que lo asemejan con Vicente Chico Sein en tercas, sordas y desbocadas arengas contra los espíritus que al final de sus días lo perseguían.
De nuevo la crítica con fundamento y razonada, ésa que no puede enfrentar por carecer de argumentos sólidos y una adecuada asesoría, que más allá de los múltiples membretes que se puedan encontrar en su organigrama no existe, lo acaba enloqueciendo y provoca que una vez más aflore su humor biliar, ése que –teniendo como respaldo su lengua bífida– siempre evidencia su carácter fosfórico, alacranado y proclive a la pendencia.
Una vez más la delegación federal del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) se convierte en la diana donde busca acertar los ponzoñosos dardos de la descalificación y la ofensa; los únicos existentes en su arsenal discursivo.
Por fin se entregaron a los vecinos del barrio San Miguelito, las obras iniciadas hace más de un año que tenían como objetivo aparente el mejorar la imagen urbana del barrio. Obras que, aparte de satisfacer el enorme ego gubernamental, no tenían otra finalidad que aparentar que se trabaja en beneficio de los potosinos. Beneficio inexistente que desde un inicio estuvo rubricado por maltrato hacia los vecinos, alteración y destrucción de una zona patrimonial, ineficiente cobertura de evidentes e inmediatas necesidades, corte en el suministro de servicios municipales básicos, ecocidio, inundaciones, retrasos y ataques verbales que llegaron a poner en riesgo a activistas y críticos de la obra.
Obra sin proyecto ejecutivo, como cualquiera que emprende la administración gallardista, con más propaganda que beneficio real, la cual al momento de ser cuestionada y sometida a revisión por los verdaderos especialistas en el tema, provocaron las rabietas del gobernador. Después, se recuerda, el asunto de la remodelación (que no necesariamente implica rescate) de la Alameda, volvió a encender los ánimos al acusar al INAH de no conducirse de manera coordinada con sus ocurrencias y caprichos.
Al denuesto y la ofensa del gobernador la instancia federal respondió con diplomacia y, como siempre ocurre después de verse evidenciado, optó por el prudente silencio, como esperando el asunto y sus dislates se olvidaran.
Esta semana, cuando su secretaria de Obras Públicas le organizó un acarreo masivo para un acto en el que se dijo que las obras se habían concluido y se entregaban, volvieron a manifestarse los furibundos embates, en los que ahora –para ir un poco más lejos y hacerlo más espectacular– amenazó con solicitar el cese del delegado del INAH y solicitar su reemplazo por alguno que se adecúe a sus fallidos intentos de esteta urbano. Cómo ha de extrañar al abyecto arquitecto que en algún momento ocupó ese cargo.
Hay algo, en todo este repertorio de estibador, que no cuadra con la realidad pero que en apariencia preocupa, al menos de dientes para afuera –como todo lo que dice– al gobernador, el que la dependencia federal se encuentre en manos de “extranjeros”, “de gente de ni es de aquí”. Resultó xenófobo Ricardo Gallardo.
Reflexionemos, lo más probable es que tenga razón. Los extranjeros, ésos que ha dado refugio, protegido, acomodado y distribuido en todo su gabinete desde el inicio de su sexenio, no han hecho otra cosa que perjudicar a San Luis y a los potosinos.
Nota al margen: sea o no sea de aquí, algún estúpido o estúpida con iniciativa y malqueriente de la naturaleza (muy posiblemente empleado(a) del INAH aunque también pudo ser del Ayuntamiento), tuvo la ocurrencia de podar de manera criminal uno de los árboles que sobre la calle de Galeana enmarcan el acceso del Museo Regional Potosino. A ése(a) sí (sólo a ése o ésa) ojalá que el gobernador lo destierre.