Mi patrimonio lo debo a mi matrimonio. En materia de finanzas soy un lego, por no usar otro término peor más ajustado a la dimensión de mi ignorancia en asuntos monetarios. No sé manejar el dinero. Se me escurre como agua entre los dedos; se me va sin siquiera saber yo a dónde se me fue. Incontables errores he cometido en mi vida. Incontables por numerosos, y también porque los más de ellos no se pueden contar. Pero entre todos esos yerros tuve dos aciertos. El primero fue haberme casado con la que durante 60 años fue mi compañera. El segundo fue haberle entregado desde el primer día de casados todo el dinero que ganaba. Si yo me hubiera encargado del dinero, según machista usanza que privaba entonces, ahora estaría sentado en un hormiguero, y no de muy buena calidad: un hormiguero, digamos, jodidón. Pero la amada eterna era administradora sabia y cuidadosa, y gracias a ella pudimos tener bienes en vez de, por mi culpa, tener males. Digo todo esto para reconocer que no puedo opinar sobre asuntos tan abstractos y abstrusos como el Fobaproa y otros manejos económicos hechos durante el mandato del Presidente Zedillo. He oído a expertos, sin embargo, según los cuales si no se hubiera aplicado esa medida el sistema bancario mexicano se habría desplomado, con graves consecuencias para el país tanto en lo interno como en lo exterior, y los ahorradores habrían sufrido pérdidas irreparables. Doloroso remedio fue el del Fobaproa, opinan los más de los conocedores, pero necesario. Una cosa sí puedo yo decir, y la diré sin rodeos ni tapujos: Ernesto Zedillo Ponce de León salvó a la democracia en México, y evitó lo que habría sido un verdadero golpe de estado. Poderosas fuerzas políticas se disponían a negar el triunfo en las urnas de Vicente Fox y a imponer, con uso de violencia de ser necesario, al candidato del partido oficial. El Presidente Zedillo se les adelantó. Salió temprano a la televisión a reconocer oficialmente la victoria del candidato opositor. Esa valerosa acción evitó que México cayera en la tiranía, y abrió el camino de la alternancia política, vale decir de la democracia. No vacilo entonces en decir que Zedillo fue un patriota. Aquel sólo acto hace de él uno de los mejores presidentes que ha tenido este país. Los ataques que ahora le dirige López Obrador lo exaltan en vez de disminuirlo. Yerros tuvo Zedillo, es innegable. ¿Quién no los tiene en el ejercicio del poder? Pero sus aciertos son considerablemente más y mayores que sus equivocaciones, de ahí el buen nombre de que goza, y la calidad de estadista que se le confiere en el extranjero. Ya puede AMLO desgañitarse en críticas injustas contra el ex presidente, celoso quizá de la buena fama que Zedillo tiene, en contraste con las opiniones adversas que los mexicanos conscientes vierten contra el cacique de la 4T. Los hechos son muy tercos; la verdad acaba por imponerse siempre sobre todas las mentirosas propagandas, y pone a cada quien en su lugar. El lugar de Ernesto Zedillo está en lo mejor de la historia moderna de México. El lugar de López Obrador está en su rancho... Urbiano, joven citadino faceto, presuntuoso, fue a ver a Eglogia, hermosa doncella campirana. Abrigaba en relación con ella malas intenciones, pues era hombre de vicios y dado a placeres deshonestos. En la granja donde la muchacha vivía con su familia salieron a pasear por un ameno prado. Sucedió que el toro semental cubría en ese momento a una vaca. El tal Urbiano le dijo con sugestivo acento a Eglogia: “Me gustaría hacer lo mismo”. Replicó ella: “Tendrás que esperar a que el toro acabe, y luego a ver si no se te enoja”. FIN.