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Por: Naomi Alfaro
El cine, desde sus inicios, ha sido uno de los pasatiempos favoritos para compartir con amigos y familiares. En su época dorada, ir al cine era una salida que ameritaba socialmente el traje para los señores y un buen arreglo para las damas.
En los años cuarenta del siglo pasado, tomó auge la construcción de cinemas, en donde la experiencia del cliente no se limitaba a una butaca cómoda y una buena pantalla, sino que incluía acudir a edificios de lujo, por lo que con pretensiones artísticas se edificaron más espacios como estos en diferentes puntos de la ciudad. Algunos cines incluso se convirtieron en un referente urbano para San Luis.
Para los años sesenta, ver y ser visto en el cine ubicaba socialmente a las personas. María Luisa Cortés recuerda que a sus 10 años “nos llevaron a ver la Novicia Rebelde de parte de la escuela, a una matiné, todo el grupo escolar junto viendo la película”.
Las dulcerías iniciaron como una forma de obtener un ingreso extra –hoy son parte gruesa del negocio-. En la mejor parte de la función aparecía un anuncio: “Visite nuestra dulcería”, y se abría un espacio para salir a consumir, un “break” impensable el día de hoy.
Parte del ritual antes de acudir a las salas consistía en escoger cuidadosamente la vestimenta, ya sea vestido y zapatillas para las mujeres, o camisa corta y pantalón de mezclilla para hombres, porque a pesar de acostumbrarse a asistir al cine de manera casual, aún se buscaba “lo mejor” que se tenía, así como se decidía el medio de transporte para llegar: camión, carro, o caminando; luego se seleccionaba el cine al que se iba a ir dependiendo de la distancia a la que se encontrara, sin embargo influían otros factores, como el lujo y el precio. En esta época tenían como opciones el teatro “Azteca” y el “Alameda”, así como el cine “Potosí”, “Avenida”, “Othón” y el cine “Hidalgo”.
El cine Azteca fue reconocido por presentar “Sonny Boy”, interpretada por Al Jonson, primera cinta de sonido que se emitió en San Luis Potosí, éste se inauguró en el año de 1928. Dos años más tarde se inauguraría el Teatro Othón, al que ahora se le conoce como “La plaza de la tecnología”.
En el caso del cine “Potosí”, a fin de promover su apertura el 2 de mayo de 1947, ofreció más comodidades con butacas acojinadas, clima artificial, proyección extra-luminosa y planta eléctrica con iluminación indirecta. Unos meses más tarde, el 10 de octubre de 1947, se estrenó el cine “Avenida”.
El cine Avenida, como otros de su época, estaba adaptado como cine y como teatro, de manera que podía ser rentado para eventos como graduaciones, ya que al encontrarse situado en la avenida Carranza era de fácil acceso, así como muy amplio.
En la puerta se encontraba la taquilla, la cual contaba con escalinatas para acceder al mismo, y después había que bajar para tomar los asientos correspondientes, “su aspecto era el de un gran teatro de la bella época, adornado con grandes tapetes y cortinas rojas, los asientos de plástico, un techo altísimo, era agradable la sensación de estar ahí”, recuerda Velia Martínez Turiján de su experiencia en el cine cuando tenía 21 años.
Al llegar al cine, se debían comprar los boletos en taquilla; si hay algo que causa nostalgia entre la gente que frecuentaba el cine son los precios, pues con el costo de una ida al cine en la actualidad era suficiente para llevar a la familia, además, con la permanencia voluntaria que consistía en quedarte a ver la siguiente función si así lo deseabas, salía incluso más rentable, esto ayudaba a que las decisiones fueran más sencillas sobre a qué cine asistir. Nicolás Alfaro Ortiz recuerda: “Yo frecuentaba el Potosí y el Hidalgo, porque pasaban 3 películas por $.50”
Antes de la película se compraban palomitas y refresco, y para quienes llevaban refrigerios desde casa porque no existían restricciones en cuanto a la comida, sólo gastaban en la dulcería, y éstos se podían comprar antes de la función, o durante el intermedio –aunque muchos esperaban este descanso para ir al baño-. A diferencia de los cines de hoy, los asientos se encontraban de bajada, por lo que para los niños el intermedio significaba más diversión, y debido a que no había seguridad y todo estaba oscuro, aprovechaban la bajada para ponerse a correr y jugar.
Cuando la película estaba a punto de empezar, en vez de proponerte más películas para ver la próxima vez que fueras al cine, se transmitían noticieros y un programa de espectáculos. La fila que debían realizaban antes de entrar rendía frutos, ya que no existían los asientos asignados y cada quien era libre de buscar la mejor opción.
La cartelera era variada, se exhibían películas nacionales e internacionales, aunque la mayoría de los espectadores recuerda con más emoción las películas de la época de oro mexicano. Los “cácaros” eran personas a quienes se les designaba la tarea de proyectar las películas, y cada vez que una cinta fallaba o se paraba, se escuchaba en la sala a toda la audiencia chiflar, y entre chiflidos se distinguían los gritos diciendo “¡Cácaro!”.
Enedino Cano fungió de cácaro durante más de 40 años, empezó a trabajar en el año 1937 a la edad de 12 años, y dejó de trabajar a principios de los 80. Recuerda el cine “Imperial” como el más popular de la época, esto se debía en parte a que era muy barato porque su estructura era de madera, no tenía los mismos acabados que cines como el “Azteca” o el “Othón”.
De los cines más emblemáticos se encuentra el cine “Del Valle”, o conocido por muchos como “Los Gemelos”, pues éste cine presentó más de una sala para la proyección de sus películas. El teatro “Othón” se queda en el recuerdo de los capitalinos debido a que en su cartelera se encontraban películas pornográficas, sin embargo, al querer incorporar películas infantiles, su táctica salió contraproducente y llevó al cierre de sus puertas.
Existe un cine que ha persistido desde su inauguración, el 27 de febrero de 1941, salvo por una interrupción a principios de los 90. La cineteca Alameda se ha mantenido a través del tiempo inclusive de la competencia de cadenas de cine de gran popularidad como lo es “Cinépolis”, que en su apertura el 4 de septiembre de 1998 brindó gran comodidad y avances tecnológicos. José Mario Candia, director general de la cineteca Alameda, comenta que esto se debe a la visión de los administradores, cuya estrategia es la de ofrecer un “cine inteligente que busca hacer reflexionar a la gente” a “un público muy reducido y muy específico”.
Las cadenas de cines tienen amenazas en común y son los avances tecnológicos, en 1992 se reconoció este problema, pues la renta de películas en videoclubes, el aumento de usuarios en Cablevisión y de las antenas, propició el cierre de varias salas.
En la actualidad, el uso de las nuevas plataformas digitales ha reducido la asistencia, ahora se pueden ver películas sin la necesidad de ir al cine y en la comodidad que se desee.
Estos cines sólo forman parte de la memoria, pues la infraestructura de muchos de ellos ha sido modificada, o en el caso de San Luis 70 y el teatro “Azteca”, desaparecen. Finalmente, el Plan de San Luis fue comprado por Elektra, San Luis 70 ahora funciona como Office, el cine Avenida es un restaurante, el teatro O’Farril es ahora un Banamex, el teatro Othón es “La plaza de la tecnología”, entre otros cambios, que marcaron el fin de una época y que significó que estructuras con miles de historias fueran consumidas por la modernización natural de la ciudad.