EL PATRIMONIO HISTÓRICO EN CÁRDENAS, SLP.

La privatización de los ferrocarriles no sólo dejó en el extravío económico y social a Cárdenas, también condujo a la comunidad a la pérdida de la riqueza arquitectónica local que, ligada a la actividad industrial y de transporte, le dio identidad desde principios del siglo pasado.

 

a historia de la ciudad de Cárdenas, como actualmente la conocemos, tiene sus orígenes durante la Revolución Industrial capitalista que tuvo lugar en nuestro país a finales del siglo XIX e inicios del XX, en el periodo conocido como Porfiriato. En ese contexto se delineó y construyó la vía férrea San Luis Potosí-Tampico, la cual propició el desarrollo de Cárdenas como una estación y después como un importante polo obrero. A partir de 1890 en ese punto de la geografía potosina se edificaron muchas de las construcciones que dieron origen a una urbe moderna e industrial, que dejó a un lado a su antiguo paisaje silvestre, agrícola y ganadero, vinculado a la hacienda de Cárdenas, por otro, dominado por los caminos de hierro y su industria.

Entre las construcciones y espacios que se edificaron y dieron una peculiar aura arquitectónica a Cárdenas se encontraban distintas edificaciones como la estación de pasajeros, la primera fue construida en la década de 1880 de lámina y madera, y se ubicó cerca de la entrada de los talleres de reparación, posteriormente, en 1914, fue construida una de mayor tamaño y se recolocó al frente de los talleres, y fue fabricada con muros de ladrillo, y con un techo laminado en dos aguas. 

Los talleres y oficinas ferroviarios, estas instalaciones fueron transferidas de Rascón a Cárdenas en 1894, y a partir de ese momento, se alzaron a ambos costados de los patios una serie de construcciones hechas de columnas de rieles que sostenían cobertizos de lámina, muros de ladrillo, madera y adobe para crear oficinas administrativas y espacios para las distintas especialidades como carpintería, cobrería, pailería, entre otras; así como bodegas y tinacos. 

Con la mudanza de talleres y oficinas llegó a Cárdenas personal cualificado como ingenieros, maquinistas, oficinistas y otros más, todos ellos de origen americano, mismos que recrearon en la Colonia Americana un barrio estadounidense en suelo potosino, con casonas de estilo californiano hechas de ladrillo, madera y lámina. 

El auge ferrocarrilero permitió el desarrollo de una naciente industria, el turismo, por ello aparecieron hoteles en tierras cardenenses, como el Central y Castilla, pero uno de los más emblemáticos fue el Esperanza, mismo que fue construido en la década de 1920 y reprodujo en su arquitectura de madera el estilo Old West. 

El hospital ferrocarrilero, al igual que el hotel Esperanza, fue construido en esa misma década e imitó la arquitectura de las casas de la Colonia Americana, con sus porches y amplios frentes, muros de ladrillo y techo de lámina. 

Las casonas vernáculas, la vivienda popular de tradición norestense, hogar de los obreros y jornaleros mexicanos de Cárdenas, tuvieron un auge con la llegada de los ferrocarriles, pues surgió un nuevo barrio conocido como El Rasconcito, mismo que colindó eventualmente con los otros barrios fundacionales, de origen agrícola y ganadero, vinculado a las labores de la hacienda, como El Corito y La Palma. En esas colonias las casas de adobe, caliche y madera de mezquite se mezclaron con materiales de la industria ferroviaria como los techos laminados y los trabes hechos con rieles. 

Entre las construcciones emblemáticas de aquellos barrios, construidas entre los siglos XVII y XX, destacan el antiguo casco de la hacienda, la parroquia de San Nicolás, el templo presbiteriano Bethel, el antiguo palacio municipal y la logia “Ignacio Ramírez”.

Todo este conjunto de construcciones y barrios constituye la génesis urbana de Cárdenas, y por tanto son el casco antiguo de la ciudad, o como popularmente se conoce en México, su Centro Histórico. Sin embargo, debido a la “reciente” edificación de dichos espacios y el desconocimiento, por parte de autoridades y habitantes, no es considerado como tal, y todas las edificaciones anteriormente mencionadas se encuentran en riesgo de desaparecer, han sido mutiladas o simplemente ya no existen más que en la memoria de los más viejos y las fotografías. 

A lo anterior le debemos sumar que la actual legislación federal de sitios y monumentos históricos no considera como objeto de salvaguarda y protección a aquellas herencias históricas edificadas durante el siglo XX vinculadas a la industrialización, pues la Ley Federal cataloga como histórico sólo aquello que fue construido entre los siglo XVI y XIX, mientras que lo hecho durante el XX sólo se considera como artístico. Para el caso de lo arqueológico solo es lo edificado antes del siglo XVI. Dentro de los inmuebles históricos que protege esta ley se encuentra la arquitectura religiosa, educativa, de ornato, antiguas sedes de autoridades civiles y militar, y aquellas obras civiles singulares de carácter privado.

Es comprensible que dicha legislación haya considerado tales criterios para 1972, año de su publicación, pero en la actualidad resulta bastante limitada y miope dicha reglamentación, pues lo arqueológico también puede tener un valor histórico y viceversa, e incluso se puede hacer arqueología de construcciones del siglo XX, sólo por mencionar algunas hechas por la cual dicha legislación es anticuada. Esta ley está pensada exclusivamente para aquellas poblaciones cuyo origen tiene un pasado íntimamente vinculado a lo indígena o hispánico y no aquellas que rompen con este esquema, como ocurre con Cárdenas, que, si bien su pasado más remoto es el de una hacienda novohispana, su génesis está vinculado más al siglo XX y a la industria ferroviaria. 

Por ello, las herencias históricas de Cárdenas, que le dieron identidad arquitectónica, encajan con una definición que no está plenamente considerada por la Ley Federal de 1972, el cual se refiere al patrimonio industrial, es decir todas aquellas herencias culturares tangibles e intangibles de las revoluciones industriales, que guardan una serie de valores históricos, científicos, artísticos, económicos, entre otros. Este hueco dentro de la legislación cultural de México ha servido como campo fértil para la destrucción de esta clase de categoría patrimonial, cosa que ocurrió en Cárdenas a principios del actual siglo tras la privatización del sistema ferroviario en México en la década de 1990.

Con la concesión de los caminos de hierro y su infraestructura, muchas de las construcciones edificadas en México desde la segunda mitad del siglo XIX sufrieron distintos y variados destinos. En algunos casos se hicieron esfuerzos por darle vida a aquellas instalaciones que ya no servían para lo que habían sido creadas, como fue el caso de las estaciones de pasajeros y anexos de Querétaro, San Luis Potosí y Puebla, mismas que se convirtieron en museos y/o centros de investigación académica vinculadas a los ferrocarriles. En otros casos, los talleres fueron reconvertidos de centros obreros a espacios culturales, como fue el caso del complejo Tres Centurias, en Aguascalientes. Sin embargo, existieron otras realidades en las que la infraestructura ferroviaria de ciertas poblaciones fueron presas del abandono, saqueo, desmantelamiento y especulación como fue el caso de Rio Laja, Guanajuato; Compostela, Nayarit; Matías Romero, Oaxaca, y por supuesto en Cárdenas, San Luis Potosí.

En el caso cardenense, desde la década de 1970 el aura arquitectónica ferroviaria de la ciudad se fue modificando paulatinamente, distintas estructuras fueron borradas del mapa como fueron los casos del antiguo edificio del sindicato y el centro médico, otras más fueron derribadas para dar paso a una escuela primaria y un kínder. 

Ya para 1996, en los inicios de la privatización, la mayoría de las casonas gringas ya habían perdido sus jardines, mismos que habían sido fraccionados para otorgar vivienda a los obreros, una demanda histórica de los ferrocarrileros que provocó la ruina de un histórico barrio. Para el caso de los talleres, una vez concluido el proceso privatizador, estos fueron desmantelados por miembros del sindicato y pobladores, mismos que se llevaron un botín inmenso que consistía en rieles, láminas, herramientas, maquinaria, cableado, pintura, madera, cristales, papelería y un largo etcétera. Mientras que las oficinas administrativas, la escuela y hospital rielero fueron presa de la especulación y enajenación privada a causa del limbo en el que cayeron dichas propiedades, pues ni la Federación ni la concesionaria se hicieron cargo de ellas por lo que fueron materia de negocios privados, en perjuicio del patrimonio. Ya para 2016, lo que durante más de cien años se había construido en Cárdenas, en menos de una década había sido reducida a la ruina y el abandono.

A pesar de la distancia temporal que nos separa de esos acontecimientos, se debe de generar una reflexión entre los habitantes de Cárdenas en torno a sus herencias históricas tangibles que aún se mantienen en pie y en ruinas, partiendo de una pregunta básica ¿es patrimonio perdido o en peligro lo que los cardenenses tienen en su centro? y ¿valdría la pena rescatarlo?

Si la respuesta es positiva esta debe de estar orientada también a buscar concientizarse sobre la identidad local y la funcionalidad que ha de tener aquel patrimonio que ha de rescatarse.

Este debe ser un ejercicio de autoreconocimiento de lo que se tiene en el municipio, para sanar la profunda herida y huella que dejó en Cárdenas la privatización del Ferrocarril y como un proyecto en común que rescate el patrimonio industrial vernáculo pueda servir, a su vez, como una respuesta a las necesidades sociales, educativas y económicas de una ciudad que perdió 

el rumbo.