Mi hijo mayor vive en Lyon, Francia. Mi hija conoció a mi yerno en esa ciudad y se casaron. Esa es la relación que tengo con esta hermosa e histórica ciudad que fundaron los franceses hace poco más de dos mil años.
Francia, después de Japón es uno de los mayores consumidores de historietas en el planeta. Las artes plásticas colocan en un sitio privilegiado a los creadores por algo sus museos son de los más visitados a nivel mundial. La caricatura en general tiene varios adeptos y ser un caricaturista en Francia es sinónimo de admiración y respeto, yo lo viví en ocasiones anteriores cuando me observaban mientras hacía mi cartón para Pulso.
Generalmente y cuando menos lo esperaba ya me rodeaban -en total silencio- varias personas mientras terminaba mi mono. Te observan, sonríen, asienten y se retiran.
La semana que llegué, mi hijo me propuso intervenir espacios públicos. A pesar de que en la ciudad hay miles de grafitis, uno puede observar verdaderas obras creativas por doquier, pasando claro, por caricaturas. Mi primera pregunta fue, “es legal” y por supuesto que no lo es y esa es la razón por la que encuentras obras sin terminar o trabajos realizados previamente y se colocan en determinados sitios, adhiriéndolos con pegamento ya que resulta rápido para escapar a la vista de la autoridad.
Él me escogió varios lugares, digamos que de la periferia hacia el centro. Elegí un túnel peatonal, una banca de concreto, un panfleto para adherirlo a la pared y una calle junto a un puente vehicular. Los sitios van adentrándose hacia el centro de la ciudad y por supuesto son zonas más vigiladas, por lo tanto, más peligrosas para hacer algo prohibido.
Los temas fueron: “El primer mundo” y sus efectos devastadores para el planeta. En la banca realicé un Quetzalcóatl como papalote sostenido por un niño ya que en ese sitio las familias pasan a menudo. Sobre un papel bond representé a la madre naturaleza sosteniendo las complicaciones del mundo moderno y en la pared del puente, representé algo que presencié en la calle y que en todo el mundo sucede: una persona encorvada y embobada en su celular. Decidí hacer la secuencia de la evolución.
Durante las cuatro intervenciones, jóvenes y adultos se detenían a observar expresando palabras de aprobación. Niños pedían a sus padres que los llevaran a ver qué hacía. Hubo personas que me preguntaban si el ayuntamiento me había enviado, de ese tamaño la suspicacia que generaba lo que hacía. Solo en una ocasión un señor se acercó a reclamar que yo dibujara en la pared, que a él no le parecía y que ya estaba cansado de ver tantas pintas por todos lados, solo alcancé a decirle “desolé” y pensé con que no le llame a la policía pues el cuartel estaba a unas cuatro cuadras de distancia.
En esa misma pinta a la que llamé “l’evolution” un joven dijo mientras recorría las figuras: “totalmente de acuerdo” y “estábamos mejor cuando vivíamos en el agua”.