En la actualidad, las ciudades se caracterizan por ser espacios saturados de imágenes. Los habitantes transitan por sus calles y avenidas, expuestos a condiciones visuales que resultan tan extremas como cambiantes.
Sin embargo, existe un elemento en el dinámico paisaje urbano que persiste por su naturaleza inamovible, la escultura pública.
Así, dentro del complejo universo visual en el que nos desenvolvemos, las esculturas son imágenes fijas, símbolos que pueden “leerse” y con los que la población dialoga cotidianamente, forman parte de un sistema de comunicación en el que la historia de cada pieza y la manera de relacionarse con ella moldea la identidad colectiva.
Ejes de la narrativa urbana
El investigador Rafael Ahumada Barajas, afirma que interpretamos lo que vemos: “interpretar imágenes es poner en acción una serie de operaciones distintas y variadas, las cuales determinan diferentes niveles de comprensión”. En ese sentido, las esculturas que se emplazan en el centro histórico de San Luis Potosí pueden ser tomadas como ejes de una narrativa de la ciudad que otorga a la población sentido de pertenencia y conciencia social. De esa forma, a continuación, ofrecemos una selección de obras que sirven como puntos de referencia para una visita por el corazón de la ciudad, la historia detrás de cada escultura revela su trascendencia y convierte un simple paseo en toda una experiencia significativa.
El recorrido
Comenzamos el recorrido en la Calzada de Guadalupe, justo frente al Santuario, en la explanada encontramos a La penitente, escultura de bronce a tamaño natural de una mujer en rodillas. La figura simboliza a los creyentes que llegan al templo con el propósito de cumplir una manda, pedir un favor a la virgen o perdón por sus fallas. Instalada en el 2012 es una de seis piezas del artista plástico Mario Cuevas instaladas en las calles de la capital potosina.
Partiendo de ese punto, hacia el centro histórico por el andador de la otrora Avenida Juárez, interesantes obras de arte saldrán a nuestro encuentro. Al pasar frente al Centro de las Artes, una pieza monumental de bronce nos da la bienvenida en la entrada de la que antigua penitenciaría estatal, La Inventora del Atole. Personaje fantástico creado por la artista Leonora Carrington, este ser, personifica lo real y lo imaginario, un híbrido de naturaleza mágica producto de la mente surrealista de su autora.
Continuamos nuestro camino hasta llegar a la emblemática Caja del agua, símbolo por excelencia de la ciudad. La estructura circular realizada en cantera y bellamente ornamentada al estilo neoclásico servía como depósito del vital líquido que bajaba del manantial de la Cañada del Lobo en la Sierra de San Miguelito.
La pieza data de 1835, el autor del diseño fue José Guerrero Solachi y su ejecutor Juan N. Sanabria.
Este punto es ideal para imaginar la vida en la capital potosina durante el siglo XIX, pues nos ubicamos en el mismo espacio donde se reunían los “aguadores”, encargados de abastecer a las familias aledañas en grandes vasijas de barro llamadas “Chochocoles”. Para una visión más precisa de quienes realizaban este oficio, podemos observar a los también llamados “tortugos” al resguardo de la Caja del Agua. Esta, es una escultura a tamaño natural denominada El aguador, también creación de Mario Cuevas e instalada en el 2012.
A escasos metros de este conjunto de piezas, entre Sevilla y Olmedo, y la calle Miguel Barragán se encuentra una plazoleta dedicada al sacerdote y militar insurgente José María Morelos y Pavón, quien participara en el movimiento independentista de México. El monumento se erigió en 1949 obra de cantera del reconocido escultor Joaquín Arias.
Rumbo al Centro Histórico
Continuamos por el corredor comercial de la calle Zaragoza, en la esquina con Universidad será necesario levantar la mirada al remate de la orilla de la casona color marrón que ahí se ubica. Una escultura grotesca permanece inmóvil mirando a los transeúntes: es una gárgola, un ser imaginario representado generalmente en piedra con características monstruosas.
El origen de estas criaturas se remonta a la Edad Media y se relaciona con el auge de los bestiarios y los tormentos del infierno. Su uso se popularizó como protección de los templos y viviendas pues se creía que alejaba a los espíritus malignos.
Si seguimos por la calle Universidad hasta el Templo de San Agustín y doblamos por Mariano Escobedo para llegar a la Plaza del Carmen, junto al Museo Nacional de la Máscara en las bancas del jardín adyacente encontraremos una escena inmortalizada en bronce, dos cariñosos niños jugando con su papá, el Monumento al padre tiene una placa en la que puede leerse: “Sólo un padre es poseedor del arte necesario para inspirar en sus hijos el respeto, el amor y la amistad al mismo tiempo”. Su autor es Mario Cuevas y fue develada en el 2008.
Un poco más adelante, en la plaza frente al Templo de Nuestra Señora del Carmen se encuentra un singular personaje encapuchado que se hace presente en los días de Semana Santa, se trata de El Cofrade, escultura de bronce que conmemora la Pasión de Cristo durante la procesión del Silencio, representación de la tradicional fiesta y sexta pieza de Mario Cuevas, fue develada en el 2012.
Después, nos dirigimos por la calle Manuel José Othón para llegar a Plaza de Armas. Ahí encontraremos otros ejemplos escultóricos que conviven con la población y que materializan personajes legendarios. La primera pieza se ubica frente a la Catedral Metropolitana y es la representación en bronce de un personaje popular en los años ochenta: José Moreno Díaz, mejor conocido como el Señor de las palomas debido a su dedicación al cuidado y protección de estas aves.
Se dice que acudía dos veces al día para alimentarlas, y, los palominos al verlo volaban hacía él para posarse en sus hombros y comer directamente de sus manos. Al otro extremo de la Plaza de Armas, en la esquina que conforma Carranza con 5 de Mayo se encuentra un edificio que desde su construcción en 1892 fue sede de actividades mercantiles, el cual, actualmente comercializa tecnología. Esta construcción porfiriana, en la parte alta remata con una escultura del dios romano Mercurio, hijo de Zeus y Maya, la más grande y tímida de las Pléyades. Su correspondencia con la deidad griega es Hermes, mensajero de los dioses quien fuera considerado el protector de las actividades mercantiles.
Seguimos nuestro camino por el pasaje que nos lleva a la Plaza de Los Fundadores, en donde se encuentra emplazada la estatua de San Luis IX, Rey de Francia, develada como parte de los festejos para conmemorar al santo patrono de la ciudad en el 2012.
El monarca se encuentra parado sobre un montículo que representa el cerro de San Pedro, con dos lingotes, uno de oro y otro de plata, que simbolizan las riquezas del pueblo minero.
De aquí podemos ir al Jardín Guerrero por la calle Ildefonso Díaz de León y dirigirnos hacía la calle Aldama donde encontraremos la personificación en bronce a tamaño natural de Juan de Dios Azios Ramírez, conocido como Juan del Jarro, clarividente y filósofo popular, protagonista de varias leyendas potosinas. La autoría de ambas piezas pertenece a Mario Cuevas quien realizó una colección de obras que responden a criterios contemporáneos en la escultura, ya que se encuentran desprovistas de una base, los personajes están a nivel de piso y constituyen una representación de figuras populares con un fuerte arraigo en la cultura de la ciudad.
Puntos de referencia
La velocidad de la cotidianidad vuelve invisible algunos elementos escultóricos para quienes pasan frente a ellos, mientras otros se vuelven puntos de referencia para la convivencia diaria de los potosinos y sus visitantes.
El destacado escultor Federico Silva señaló cómo “el arte, entonces, contribuye a dar a la sociedad mexicana su identidad, destino y toma de conciencia”.
El área pública de una ciudad como San Luis Potosí es esencial para que la sociedad se defina como grupo, es una zona dedicada a la comunicación en el que la población encuentra un sentido de pertenencia y visibilidad como comunidad.