La necesidad e incluso la escasez de oportunidades ha llevado a que cada vez más mujeres abandonen el ámbito doméstico para buscar el sustento fuera de casa, aun cuando ello implique incorporarse a trabajos que hasta hace pocos años se consideraban exclusivos de los hombres.
Es el caso de Laura y Martha dos mujeres que dejaron a un lado los prejuicios y buscaron salir adelante por sus hijos. Aunque sigue siendo inusual verlas en oficios que demandan gran fuerza física, por ejemplo, cargar materiales pesados. La presencia femenina en la albañilería, la mecánica y el reciclaje de chatarra crece día con día.
Manejando fierros viejos
Laura Patricia Pardo Filoteo, de 37 años, originaria de Soledad de Graciano Sánchez.
Hace casi tres años se sumó a la chatarrería familiar, negocio que hasta entonces atendía su esposo. Cuando él perdió su empleo, Laura decidió unirse para sacar adelante a la familia.
Durante años trabajó en distintas áreas del Ayuntamiento de Soledad, siempre en puestos que no implicaban esfuerzo físico; sin embargo, circunstancias ajenas la llevaron a renunciar y "meterse de lleno" en un giro que, admite, al principio le resultó muy duro.
En la compraventa de chatarra lo primero es levantar materiales ligeros y pesados, pesarlos y luego cargarlos a la camioneta para venderlos en otros puntos: PET, papel, fierro...
Para evitar lesiones, Laura trabaja con cuidado, pues una mala maniobra podría terminar en cortaduras o caídas, sobre todo al manipular objetos filosos.
"Me encargo del trabajo rudo: cargar PET, archivo, chatarra; revisar metales como cobre, bronce, aluminio y acero", explica.
Además de la fuerza, tuvo que aprender a distinguir entre materiales. En el PET, por ejemplo, hay tipos que se reciclan y otros que no; en los metales, el cobre auténtico puede confundirse con cables de telefonía o internet.
"Empecé desde cero: reconocer metales y chatarra. A veces llegan con material mezclado que llamamos gallina y hay que separarlo.
También debo revisar todo: no falta quien intente vender algo haciéndolo pasar por cobre o bronce".
La inseguridad es otro riesgo. En una ocasión unos jóvenes en motocicleta intentaron asaltar la chatarrería.
"Estaba con mis hijos y la persona que me ayuda. Preguntaron si vendíamos metales; dijimos que no y notamos sus intenciones. Grité que cerraran la puerta y se fueron. Por fortuna no pasó a mayores".
Tras el incidente instalaron una malla para restringir el acceso hasta el área de pago.
También evitan comprar piezas robadas, como rieles de tren o cobre de líneas telefónicas, pues las autoridades supervisan periódicamente sus operaciones.
Como en cualquier negocio, hay días muy movidos y otros más flojos. La clave, dice Laura, es una buena administración. Lo que más compran es chatarra y botes
de aluminio.
"Además de que es un negocio familiar, sabía que debía echarle ganas y aprender. Es un sacrificio, pero quiero salir adelante"
Hoy, aunque logra equilibrar su papel de madre y trabajadora, admite que hay jornadas especialmente cansadas: vigilar la chatarrería, llevar a los niños a la escuela, preparar comidas y atender las tareas del hogar. Nada se detiene, pero el esfuerzo vale la pena.
Entre metales, brochas y jornadas dobles, enfrentan riesgos, desigualdad y cansancio con una sola meta: salir adelante por sus hijos
¿Más mezcla maistra?
Hace más de diez años, Martha Vianey Solís Rodríguez decidió cambiar la escoba por la brocha y se inició como pintora, yesera y tablarroquera; la curiosidad la llevó a probar un oficio muy distinto al de intendente, que había desempeñado desde joven.
Con apenas 26 años se adentró en un mundo dominado por hombres. Sabía que contaba con la fuerza y la capacidad para aprender, de modo que las barreras de género nunca la detuvieron.
Al principio sus compañeros se extrañaban de ver a una mujer en la obra y algunos lanzaban comentarios incómodos, pero Martha no les dio importancia: sus ganas de salir adelante pesaban más que las opiniones ajenas.
"Las mujeres podemos, igual que los hombres, siempre que nos demos la oportunidad y nos fijemos una meta.
No hay que dejarse vencer por el ´no puedes´", puntualizó.
Lo más difícil, recuerda, no fueron las críticas, sino la falta de instalaciones básicas en las zonas en construcción: sin sanitarios disponibles, las jornadas se volvían especialmente complicadas para ella. A ello se sumaba el segundo turno que le esperaba en casa: limpiar, cocinar y atender a sus hijos.
Con el tiempo aprendió a organizarse y a equilibrar todas
sus responsabilidades.
Comenzó con lo esencial de la pintura: lijar, rezanar, aplicar yeso, detallar fachadas e impermeabilizar. La dureza de los materiales le agrietaba la piel, sus manos, más sensibles que las de muchos compañeros, sufrían y pronto comprendió que la manicura quedaría relegada.
Hoy su mayor motor son sus dos hijos y su nieto. Por ellos y con el apoyo de su pareja nunca ha pensado en rendirse.
"Es un gran reto ser esposa, ama de casa, madre y trabajar en la construcción, pero la clave está en encontrar la fuerza para todo."
Gracias a su dedicación y la calidad de su trabajo, ha consolidado una cartera propia de clientes y las inmobiliarias la buscan con frecuencia. Muchos, después de dudar al verla trabajar, terminan felicitándola por los impecables resultados de su trabajo.