Seguimos hablando de amor, y no pude faltar el de los relatos trágicos de los que se habla una vez y otra vez. Necesidad inacabada y difícil de entender, como el propio amor, y que el arte parece no agotar.
Si nos instalamos en el medioevo, resalta la forma de concebir el matrimonio que, sobre todo en estratos sociales altos, se formulaba como una alianza para propósitos políticos, de sumar tierras, o por conveniencia e intereses familiares. Ejemplos, “Romeo y Julieta”, de Shakespeare, que no es de la Edad Media, pero se inspira en personajes de la época y con el conocido conflicto de los pleitos entre familias; o lo narrado en “El Decameron” de Boccacio sobre la pareja Ellisabetta y Lorenzo que bien representa la pintura de John Everett Millais o la del inglés William Holman Huntcon conocida como “Isabella y la maceta de albahaca”, que a su vez fue inspirada por el poema de John Keats sobre esta misma historia donde Ellisabetta siembra la cabeza de su amado para recordarlo eternamente; o la de Abelardo y Eloísa, historia que conocemos por sus cartas y por el libro que escribió Régine Pernoud que pueden encontrar facilmente. Estas historias clásicas fungen como inspiración en la literatura, música, pintura y escultura. Así, así, como si la fascinación emergiera porque no existe manera en que terminemos de comprenderlo. Pero centrémonos en la tragedia de Paolo y Francesca, ¡vaya historia, eh!, misma que cobra vida en “La divina comedia” y donde Francesca tiene que casarse por intereses de tierra con Giancotto Malatesta, pero se enamora perdidamente de Paolo, el hermano menor y mantienen encuentros escondidos. Ahí acostumbran leer la historia de Ginebra, esposa del rey Arturo que se enamora de Lancelot y de la que se derrumba todo un imperio (otra tragedia). El amor prohibido de Paolo y Francesca termina mal, Giancotto los manda matar y en “La divina comedia” cuando Dante llega al círculo de los lujuriosos, (¿dónde más podía estar?), Francesca siente profunda neceidad de contar la historia con su propia voz. Este pasaje – como todos los demas que he mencionado – se presenta como una cajita china o las matrioskas rusas, donde de un texto deviene otro y otro, considerando textos o tejidos las otras manifestaciones del arte. La famosa trageida es también punto de inspiración para pintores universales, como Gustave Doré, Anselm Feuerbach, William Dyce, Jean – Auguste Dominique, Francisco Díaz Carreño. Las pinturas (textos) se reconocen por el libro que acompaña a la pareja y que dejan caer, ya que se dice que no lo terminan de leer porque la relación se consumaba antes de llegar al final. En el teatro no se diga las innumerables veces que se ha representado, siendo la más famosa la de Gabriele D’Annunzio y obviamente llega a la ópera con la composición más conocida del italiano Ricardo Zandonai. En escultura, Rodin les rinde tributo con una de sus obras más conocidas, “El beso”, quien se inpiró al leer el pasaje de la obra de Dante Alighieri.
Todas estas interminables vueltas al relato en diferentes expresiones, es, como lo llama la crítica literaria, una “puesta en abismo”, donde la historia crece y crece volviéndose interminable con cada creación y re lectura de la misma, no solo en la literatura, sino en las demás expresiones del arte. Digamos que los receptores nos abismamos ante la magnitud de cada historia que está dispuesta a repetirse en todas las épocas considerarando que el sentido trágico de la vida (muerte) acompaña al amor del que también nos sentimos abismados.