Como en todas las manifestaciones del arte, así como en la ciencia, política, los deportes y en la historia del desarrollo humano, las mujeres han tenido que dar gigantescos pasos y en un doble o triple esfuerzo para hacer sonar su voz emancipada. En la literatura, como creadoras o lectoras, el género femenino ha quedado en una historia al margen de los discursos oficiales ostentados por el patriarcado, pero no por ello han dejado de ser protagonistas, demiurgas y constructoras de universos infinitos que hasta la fecha podemos apreciar.
Se dice que las mujeres que leen son peligrosas, en sí, cualquier ser humano. Como lo dijo Vargas Llosa, “la literatura es fuego”, pero ¿qué significa el peligro en esta sentencia?, pues que, el discurso, el lenguaje o la escritura es un acto de rebelión, de contradicción, de crítica que incomoda o pone en tela de juicio las estructuras establecidas y obligadas. El discurso en sí otorga existencia y por este motivo, el lenguaje es un arma poderosa para la lucha de género.
Recordemos a Sherezade, la protagonista de “Las mil y una noches”, relato mítico de la literatura árabe. Ella es inteligente, y salva su vida narrando cada noche una historia al sultán que la puede decapitar a la mañana siguiente después de desposarla. El relato tiene un final inconcluso, lo que lo mantiene con un interés al sultán para continuar con la historia al día siguiente, noche tras noche, mil y una noches, hasta el infinito.
Varias filósofas e intelectuales han podido conquistar el terreno que por milenios les fue prohibido. Una de ellas es la escritora Margaret Cavendish, duquesa, científica y escritora, considerada la primera autora de ciencia ficción en el siglo XVII. Escribía poesía, teatro, filosofía, divulgación científica, utopías y en sus libros incitaba a la lectura a las mujeres, una acción demasiado irreverente para la época. En 1667 fue invitada a ser testigo de un experimento en la Royal Society con la condición de que no hablara, no preguntara o emitiera algún juicio. Esta institución científica que solo incluye a eminencias aceptó el ingreso de las mujeres hasta 1945. Sugiero leer “El mundo resplandeciente” una de sus obras más conocidas.
Y la que ha sido capitana en mi interés por el discurso de los feminismos o de la construcción de la identidad de las mujeres, es Virginia Woolf. En un ensayo, que fue una conferencia que ofreció hace más cien años, titulado “Una habitación propia”, centra la idea de que las mujeres deben tener dos cosas: un cuarto propio y dinero. La primera, remite a una libertad, espacio individual y personal donde fluye el pensamiento; y la segunda, una especie de libertad física con la capacidad de ser y decidir dónde estar por nosotras mismas. Estas dos libertades se nos han negado en la historia del tiempo, y considero que aún sucede, quizá de manera más sutil, pero con el monstruo patriarcal que sigue presente e impregnado en las células de nuestra sociedad. Woolf desglosa detalladamente cómo los hombres nos han construido, dictado y obligado a lo que las mujeres debemos ser, sin cuestionamiento alguno, y mucho menos considerando nuestra opinión.
Recuerden que la conmemoración del 8 de marzo no tiene que ver con devolver el odio o las injusticas de las que nuestro género ha sido sometido, sino surcar los caminos que nos fueron vetados y de los que solo deseamos brillar con luz propia.