Helechos colgando de cúpulas de cristal, muros revestidos de geranios, túneles de fucsias, palmeras que llegan al techo: pasearse por el conjunto de invernaderos de los reyes de Bélgica es un viaje de sentidos por los pasillos de una de las joyas arquitectónicas nacionales.
Los colores de las flores pasan por todas las tonalidades de rosa, rojo, naranja y amarillo, las variedades de verde y una multitud de texturas desfilan por los pasillos, sumergidos en el fuerte perfume de las plantas.
Considerado el más grande complejo de invernaderos de Europa, con 2.5 hectáreas, los invernaderos de Laeken, como se llama el conjunto de obras, atrae atención tanto por las plantas raras y exóticas, como por su arquitectura art nouveau.
El complejo es el resultado del amor del rey Leopoldo II por las artes y la naturaleza y de sus ganas de explorar el mundo.
Decidido a unir sus pasiones, el monarca contrató el arquitecto Alphonse Balat, maestro de Victor Horta, ícono del art noveau belga, para concebir un proyecto que debería ser innovador.
Construidos en varias fases, como una continuación de un modesto invernadero erigido por los reyes holandeses cuando dominaban Bélgica, los invernaderos de Laeken combinaban hierro y cristal, lanzando una nueva tendencia que marcaría la época y ganaría alcance mundial.
Los trabajos arrancaron en 1874 y concluyeron en 1905, bajo el mando de los arquitectos Henri Maquet y Charles Girault, que asumieron el proyecto tras la muerte de Balat, en 1895.
Adyacente al Palacio Real de Laeken, el complejo fue inicialmente destinado a las grandes recepciones de la Casa Real, como la boda de la princesa Stéphanie con el archiduque Rodolfo de Austria, que marcó su inauguración.
De sus viajes al extranjero, Leopoldo II regresaba a menudo con nuevas especies de plantas o semillas.
Uno de los invernaderos fue construido especialmente para albergar a árboles y otras plantas tropicales procedentes del Congo, en aquella época colonia belga llamada Zaire.
La poca iluminación natural de la que disfruta Belgica no permitió que el proyecto fructificase y el invernadero alberga hoy plantas subtropicales, como palmeras, heveas y helechos.
La pasión del monarca por las plantas era tal que vivió sus últimos años de vida y murió, en diciembre de 1909, en el Pabellón de las Palmeras del complejo.
En los últimos 120 años, la familia real no ha cesado de añadir nuevos ejemplares a su colección botánica.
El último de ellos es un árbol cargado de simbolismo, ofrecido por la ciudad de Nueva York: la planta sobrevivió a la caída del World Trade Center tras los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Entre las plantas, llaman la atención también las macetas orientales adornadas con medinillas y diversas esculturas, como una copia de David de Donatello y un busto de Louis Paras, jardinero jefe del Palacio entre 1921 y 1939, esculpido por la reina Elizabeth en su taller, anexo a los invernaderos.
El público solo puede visitar el local durante tres semanas cada año, las primeras de la primavera, cuando la floración de las plantas está en pleno apogeo.
Este año, el complejo vuelve a cerrar las puertas el sábado, después de haber acogido a cerca de 115 mil visitantes.