“LA ETERNIDAD EN LA CIUDAD Y LOS PERROS”

Saben por qué una obra de arte literario se va convirtiendo en universal? Porque nunca muere ni caduca, por el contrario, se agranda, abarca -como el relato mítico- todos los tiempos y circunstancias, siempre está vigente, digamos, como un ejemplo de eternidad.

Hace un par de semanas que murió Kundera, alguien me dijo: “se mueren los clásicos” y me llamó la atención su comentario, porque en realidad siempre habrá clásicos, no todos, claro está, pero el tiempo es el aliado para que las grandes obras literarias vayan adentrándose en todos los recovecos de las experiencias humanas y se conviertan en obras a la que los receptores recurran una y otra, y otra vez, con el paso de los años.

Murió Kundera, pero ya otros han iniciado el camino y muchos más están por venir (espero), y en este sentido considero que algunas obras de Mario Vargas Llosa atienden a ese concepto de universalidad. 

En otras ocasiones escribí sobre los centenarios literarios del año 2022 y de los sesenta años de varias obras importantes de este 2023; una de ellas es la de “La ciudad y los perros”, la primera novela de Nobel peruano que comienza a tomar fuerza para convertirse en un referente clásico de las letras hispánicas.

Es en esa ópera prima donde el escritor conocía muy bien esa notable estructura literaria, con un andamiaje narratológico y con retórica excelsa que deseaba imprimir en su narrativa. 

Aún con polarizadas opiniones sobre el autor, sobre todo por sus ideas políticas, que en mí no frenan el gozo estético, al escritor se le debe reconocer su calidad literaria, sabiduría, capacidad de culto, y, sobre todo, el talento de poner de manifiesto los claroscuros intrínsecos de la humanidad: la crueldad, la barbarie, la injusticia social y la maldad. “La ciudad y los perros” (1963) es el ejemplo perfecto de la poética vargasllosiana que imprime en la mayoría de sus novelas y que englobo en dos ideas: una, los discursos dicotómicos o yuxtapuestos, el continuo diálogo, como la eterna lucha de contrarios desde los personajes, contextos, situaciones o capítulos alternados.

La segunda, el zigzagueo y la combinación de la razón y la imaginación, de lo objetivo con lo subjetivo, de la realidad y 

lo onírico.

Es un escritor que va soltando pistas a sus receptores, por lo que de manera recurrente exige a un lector activo, ávido de conocimiento y curioso. Con grades cinceladas en el lenguaje entrecruza los planos temporales, es decir, el pasado con el futuro, en el presente, etc. 

Suspende ideas o argumentos que después el lector retoma y hace conexiones para entender la trama, pero, sobre todo, lo que le admiro, es la destreza para narrar las historias con precisión y amplísimo léxico.

Con astucia introduce voces y voces de los personajes y lo hace de manera excelsa que en una primera instancia el lector no lo nota. Resalta la herencia de la prosa esmerada y “la palabra justa” de Flaubert, así como las ideas de jugar con los espacios, planos y narradores, como lo proponía Faulkner. Es un orfebre de la palabra y ya no caben más expresiones por las que usted debería considerar leer a Mario Vargas Llosa, ya que, a los sesenta años de esta primera novela, podemos ser testigos de la evolución de una novela que en cientos de años más seguirá siendo un referente de la literatura en nuestra lengua.

@vanecortescolis