26 de abril de 1986, la peor tragedia nuclear en Chernóbil, una región que actualmente está en guerra. Unos 4,000 kms entre Ucrania y Bielorrusia han quedado excluidos de la vida humana. La historia la conocen y las consecuencias siguen en marcha.
Ese obligado abandono, sorpresivamente para los científicos, comprueba que la vida silvestre ha vuelto generosamente después del desastre.
Plantas y animales se han desarrollado y parece ser que lo nuclear es para estas especies, ajeno, lo que hace preguntarme ¿es más peligrosa la mano humana que un desastre nuclear para esos seres vivos?
Este pensamiento volvió con angustia a mi mente porque terminé hace unos minutos, antes de escribir estas líneas, la novela “Solo un poco aquí” de la colombiana María Ospina Pizano.
Novela merecedora de muchos reconocimientos, entre ellos el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en la última FIL del 2023 y que tiene una propuesta narrativa sensible y creativa, ya que se trata, no de una fábula, sino de un “diálogo inter especies”, como la propia autora lo define. Sí, los animales, como los perros, las aves, bichos, insectos, un puercoespín, entre otros, hablan, sienten, reflexionan, es decir, se genera una empatía excelsa de la escritora por darle voz y pensamiento (muy humanoide la acción, pero bueno) a los que creemos –por soberbia humana- no la tienen. Incluso el narrador, se palpa en el argumento, no es un animal; utiliza de manera recurrente el adverbio de posibilidad “quizá”, porque supone, intuye y no afirma que los animales sientan o actúen así, es decir, respeta la ausencia del conocimiento profundo que tenemos por estos mundos. ¿Qué pasa con la compasión o conmoción en torno a estas diversas especies de las que poco hemos aprendido?
La lectura deja un sentimiento que me incomoda, al darme cuenta que seguimos viviendo una “fantasía antropocéntrica” como Ospina la llama, donde suponemos que los terrícolas están en el centro de los seres vivientes, y peor aún, que cada una de estas especies están al servicio y necesidades de nosotros mismos.
Escribir sobre animales es una actividad antigua, y al mismo tiempo ha sido limitada o subrogada el interés al dejarlo solo para los cuentos infantiles, y olvidamos que esa mirada de los niños que se sorprenden e interesan por cualquier animal,
se va perdiendo conforme vamos creciendo.
Ni siquiera consideramos qué pasa con el curso de esas aves migratorias que van y vienen y en pocos meses su ruta ha cambiado, porque su bosque desapareció y los edificios interfieren su camino o sentido, que es uno de los temas que refigura Ospina: ¿quién piensa en su viaje migratorio? ¿Quién considera unas políticas públicas multi especie? ¿Dónde está esa sensibilidad y reconocimiento para los seres que han habitado el planeta mucho antes que nosotros?
Los mensajes y las preguntas me llegan al mismo tiempo, cuando leyendo la novela oí una nota radiofónica que comentaba los estudios de una prestigiosa universidad en Estado Unidos que confirma que hasta el momento no existe una era antropocéntrica o no hemos sido merecedores de una era, como ocurrió con la del hielo o como la mesozoica de los dinosaurios. Aún no nos alcanza el reconocimiento para los libros de las ciencias naturales y nuestra existencia en ese dilatada y –casi infinita- línea del tiempo,
parece nulificada.
Esta lectura hace un llamado a poner en cuestión nuestra soberbia. La novela, que recomiendo ampliamente, con un tono poético y estrategias narrativas bien elaboradas, exige a los lectores una reflexión sobre la adaptación, inclusión, empatía, el abandono y evidentemente a detenernos a observar, sentir, incluir todos aquellos seres que nos han cedido –con voluntad o no- su planeta.