Cuando mamá decoró la estancia, esbozaba una gran sonrisa. Hizo un movimiento enérgico con la mano para indicar a los cargadores en donde poner “la salita”. Papá la miraba… ella era tan tierna y tan femenina, su rostro… ¡ay su rostro! Podría darle la explicación al universo de la existencia del hombre y su propia piel era la culpable de tanto instante. Aquella estancia en color verde, la que todos llamábamos “la salita” fue el refugio de muchas tardes de muchos días. Tomemos en cuenta los milagros… porque fue ahí, precisamente en ese lugar, donde la vida confundía a esa mujer: mi madre, con el más bello cuento de hadas. Luciendo un rostro hermoso, con un toque de inocencia, mi padre la veía como un divino momento, como calma y reposo, como arte y suspiro. El mismo cielo era el tiempo. “La salita” vivía y nosotros estábamos ahí para lo que ya se había consagrado como en un promocional de un paisaje en captura. “La salita” era como una protección, como una idea del cielo, como el triunfo, era como la potencia, era la fuerza y el resguardo de nosotros para al mundo apoyando y favoreciendo nuestros corazones. Recuerdo a mamá, siempre risueña, aquella mujer de oro, de fuertes instantes e insistente en el amor que mucho me decía que la familia era un premio del cielo, es hoy mi madre mi más fuerte eslabón. Transforma el mundo y manifiesta en vivos latidos la explicación de las constelaciones. “La salita” hoy por hoy ya no existe, solo en nuestras memorias… incompresible que el tiempo haya huido por sus rincones y sus paredes de verdes tenues se hayan desvanecido. Escurriendo hasta el suelo y empapando nuestros pies para así, poder dejar las huellas del camino. Metodología de una gran vida. Fe de erratas: nada que cambiar.
cuentología
“La salita”
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