Se fue hace un siglo y lo “kafkiano” se desbordó en nuestro universo. Tan potente es la literatura del escritor checo, que, con el tiempo y el uso, se fue construyendo el adjetivo que la lengua española registra como “una situación inquietante por su absurdidad o carencia de lógica, que recuerda a la atmósfera de las novelas de Kafka” y muy ad hoc a nuestro país.
Su prosa accesible y transparente, sin tanto rebuscamiento, se construye como magia, tanto, que logra penetrar en el nivel reflexivo de la especie humana sin que nadie se salve, y digamos que, a principios del siglo XX, el autor de legua alemana ya predecía el futuro o las sociedades banales, huecas o líquidas como la define el filósofo Zygmunt Bauman o las “sociedades del cansancio” del pensador contemporáneo Byung-Chual Han.
Kafka y su narrativa son una escisión o punto de inflexión determinante no solo en la historia de la literatura sino del pensamiento y actuar de los terrícolas.
Con sus escritos y dibujos (de trazos firmes y aferrados) abre la posibilidad de concebir el mundo y la compleja estructura humana y colocarla en un terreno de lo incómodo, y más allá de ofrecer un placer estético, se instaura en nuestra mente con el fastidio o hastío, lo angustioso, que es a la vez, inherente a nuestro ser.
Nos tensa, inquieta, conduce a la reflexión, aprieta el alma, empuja a reconocer sentimientos o sensaciones que a veces no sabemos que habitan en nosotros, asfixia las normas, sacude lo cotidiano, en pocas palabras nos extralimita, desnuda en sí nuestra condición humanoide.
El autor checo ha sido tan grande que el mundo se lo pelea, sus manuscritos pasaron por ese camino de lo kafkiano, después de que su amigo Max Brod lo desobedeció al no quemarlos ni desaparecerlos: lo exigieron los checos, se lo adjudican los alemanes y lo adoptan ferozmente los judíos, de hecho, sus escritos, después de años de debates se resguardan ya, en la Biblioteca Nacional de Israel.
Alrededor del mundo las celebraciones no se hacen esperar y seguramente se extenderán durante todo el año, pero lo fácil del asunto es que ustedes pueden tomar una de sus obras y vivir, a través de la lectura, esa metamorfosis de las que les
he hablado.
Las opciones son diversas: “Carta al padre”, “El proceso”, “El castillo”, o pueden apreciar sus cuadernos de dibujos que a través de los trazos también se refleja el estilo del autor, pero sin duda alguna, “La metamorfosis” o “La transformación” según la traducción, es mi consentido, una especie de libro sagrado al que se vuelve una y otra vez. Si ya lo leyeron, vuelvan a hacerlo, el cambio es continuo, los que no lo han hecho, sientan la transformación.
Es un libro de lo eterno, interminable, mágico y sacará de cada lector aquello netamente kafkiano que llevamos dentro y que a veces no sabemos que poseemos. Honremos así la partida del autor del bicho.