Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
El saber que somos hijos, nos hace sentir que somos alguien. Y que grande, es el gozo de escuchar, que alguien te diga: “tú eres mi hijo”.
Porque al saber que somos hijos, tomamos conciencia, de que no estamos solos; ya que hay alguien, a quien le importa que nos vaya bien.
Y esa, es la garantía, de que siempre, contaremos con una mirada que nos proteja; porque Dios, está con nosotros, para ayudarnos a hacerle frente a la existencia.
Cuando nos embarga la angustia, y no sabemos ya, qué hacer, es maravilloso escuchar, que alguien nos diga: no te preocupes, pase lo que pase, “tú eres mi hijo”.
Hoy, nos dice el Evangelio, que cuando el Señor fue bautizado, “ llegó una voz que decía: tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”. (Lc.3). Estas palabras, son una maravillosa manifestación de amor.
Porque si Dios me dice: que soy su hijo, me hace sentir que le pertenezco, y que Él, siempre estará conmigo.
Escuchar que somos hijos, nos hace saber, que alguien está dispuesto a dar su vida por nosotros. Y él día que fuimos bautizados, Dios nos hizo sentir, lo mucho que valemos.
Cuando Dios dijo: “tú eres mi hijo”, nos hizo renacer, y nos devolvió las ganas de vivir.
Y a partir de entonces, el futuro dejo de ser preocupación, y se convirtió en una aventura; algo, que no tendremos que experimentar ya solos, porque Dios va a estar siempre con nosotros.
Por tanto, no olvidemos lo que dice el Salmo: “Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, me dan seguridad”. (Salm.22).