Familia y escuela Capítulo 66: Familias sobreprotectoras
Uno de los estilos de crianza más recurrentes dentro de las familias latinoamericanas, sin duda es el de sobreproteger a los hijos, no obstante, la edad que ellos tengan.
Es una extensión en los seres humanos, al acontecimiento de nacer; a diferencia de otros seres vivos, nos encontramos desprovistos de la capacidad de auto cuidarnos y tenemos la necesidad de depender de otros, sobre todo en nuestro desarrollo temprano.
Se muestra, por parte de los padres y muchas personas adultas, una tendencia hacia el cuidado total de todos los pasos, acciones y experiencias por las que van transitando los menores.
Resulta razonablemente lógica la dependencia que, los pequeños muestran para las actividades básicas como la alimentación, el aseo, el vestirse, entre otras más; de hecho, la supervivencia de ellos está en juego.
Pero a medida que los hijos van evolucionando y aprendiendo a valerse por ellos mismos, algunas familias y particularmente los padres o tutores a cargo de ellos, siguen atendiendo y resolviendo sus necesidades, sin permitirles que ellos hagan siquiera el intento.
Estas actitudes se van desarrollando y reforzando desde infancias tempranas; tenemos el ejemplo del bebé que estando en su cuna, “corralito” o espacio en donde se le deposita, al estar manipulando sus juguetes, de repente avienta alguno de ellos, a lo que el padre de familia reacciona de inmediato y apresuradamente lo recoge y se lo devuelve; en ese momento el niño “entiende la dinámica” y vuelve a aventar otro juguete hacia otro lado y, en efecto, el padre vuelve inmediatamente a traerlo, hasta llegar el momento en que aunque los papás no estén presentes, el niño los llama, gritando o con llanto, para que le resuelvan “el problema”.
Se comprende que estas acciones van desarrollando lo que se ha definido como: “apego” que alguna de sus características se manifiesta por esa codependencia que se genera entre padres e hijos; los primeros por apoyar y resolverles todo lo que se presente y, los segundos, por no intentar actuar y esperar a que les sea resuelta cualquier situación.
Cuando este apego se pone a prueba, es decir, cuando por circunstancias sociales y culturales se tiene que seguir y transitar por las diferentes etapas del desarrollo de cada persona en comunidad, resulta muy interesante observar algunas experiencias, por ejemplo en la educación formal.
Las maestras y maestros de preescolar podrán dar testimonio de cómo algunos padres “primerizos” dejan a sus hijos casi forzados y con el llanto manifiesto el primer día de clases; pero a su vez, estos papás, están con la angustia (incluso llanto) de haberlos dejado y están asomándose por la reja o ventana del salón, para verificar que se encuentre bien.
En los niveles educativos de primaria, incluso en secundaria y hasta bachillerato, tenemos a los papás que “ayudan” a sus hijos con sus tareas y trabajos, teniendo algunos casos en donde literalmente ellos son quienes los elaboran totalmente.
Resulta muy recurrente observar trabajos de excelente calidad, en donde se nota de manera clara, que fueron elaborados por un adulto; pero todavía resulta más interesante ver que los alumnos los presentan como si fueran elaborados por ellos, con tanta naturalidad y convencidos de que es lo correcto; y los maestros, a pesar de que se dan cuenta del engaño, fingen que no lo vieron y algunos solo comentan de manera pícara: “…dile a tu mamá que obtuvo un diez”.
Las familias que practican esta forma de trato hacia sus hijos, por naturaleza siempre ven y se dirigen a ellos como si nunca hubieran crecido o emigrado del hogar, abundando en cuidados y en acciones cariñosas y en nombrarlos con diminutivos: “chiquito” “mi bebé” aunque éstos tengan 30 años o más.
Estas características de protección y apego, no pueden ser catalogadas de manera directa como negativas o que no son las idóneas para un correcto desarrollo de su personalidad; a este respecto existen dos posturas:
La primera, en donde efectivamente, al no permitir los padres el desarrollo y autonomía de los hijos, los están encauzando a no saberse ganar la vida, ni defenderse; a tener excusas para todo, convirtiéndose en “infantiloides”.
Por otro lado, como parte del crecimiento y maduración de todo ser humano, existe el momento en que al estar solo frente a los problemas o cualquier situación que se presente, tiene que reaccionar tarde que temprano; es decir, el desapego se da de forma necesaria y a veces hasta dolorosa; no son tontos, por su propio criterio van comprendiendo que es natural este cambio.
Así que, si formas parte de una familia en donde ves a tus hijos todavía como niños, aunque sean adultos; o bien, si ya de adulto llegas a casa de tus padres y te tratan como un infante, no opongas resistencia; solo hay que entender que forma parte de una cultura en donde se demuestra el amor entre los integrantes de la familia y que no por fuerza es síntoma de crear personas que no se puedan valer por sí mismas.
Comentarios: gibarra@uaslp.mx