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La trinchera en la guerra de la desigualdad

Por Colaboradores

Diciembre 31, 2020 03:00 a.m.

El 2020 será un año que formará parte de la memoria nuestra, como un lapso en el que, por la pandemia, perdimos temporalmente el contacto físico pero, paradójicamente, encontramos el sentido del valor que posee la cercanía. El aislamiento adquirió un sentido vital que no todas las personas tuvieron y con ello, salud y vida fueron el precio que millones pagaron. Fue un año que planteó la dicotomía entre aislarse o vivir en el peligro.

En los primeros meses del año, vimos a la distancia como en países de Asia y Europa la gente enfermaba y moría, mientras en México la inconciencia y la soberbia del poder desdeñaban el peligro que se ceñía sobre los más vulnerables. Fueron meses en los que pudimos extender los lazos de la empatía y la solidaridad para proteger a los nuestros. Pero no. Como sociedad, fuimos incapaces de levantar la voz con la fuerza suficiente para evitar el contagio de más de un millón de personas y salvar a más de 120 mil mexicanas y mexicanos que han perdido la vida.

A estas alturas, cabe preguntar: ¿En qué fallamos? ¿Cómo permitimos que esto sucediera?

Si bien se trata de una pandemia que arrastró con su ola de contagios a las economías de todos los países del mundo, existían alternativas para paliar los daños que ya se veían venir: Cerrar fronteras; colocar filtros sanitarios en aeropuertos y aduanas; aislarnos; usar gel antibacterial y cubrebocas; realizar pruebas y más pruebas para detectar contagios; apoyar a quienes perdieron sus ingresos; ayudar, ser empáticos.

Fallamos, porque no exigimos lo suficiente para que el gobierno dejara de lado su exceso de confianza y, en esa burbuja de ignorancia, asumiera con responsabilidad una estrategia sanitaria que protegiera a sus gobernados.

Fallamos, porque, como sociedad, no nos preparamos para recibir al virus. Sabíamos de las debilidades de salud de la población y aun así, una mente perversa decidió que no era necesario usar cubrebocas, ni hacer pruebas, ni dar los implementos necesarios al personal del sector salud para realizar su trabajo sin riesgos, ni destinar una parte del presupuesto público, que es de todos, para ayudar a quienes se quedaron sin trabajo y sin ingresos.

A unos días de concluir el año, solo podemos decir, con un amargo sabor de boca, que fallamos porque no convencimos al gobierno de corregir una estrategia de combate a la pandemia que, evidentemente, fracaso, ya que jamás logramos aplanar la curva de contagios, es más esa curva sigue en ascenso; jamás se identificaron los contagios, con pruebas, y nunca se domó la pandemia, como ha afirmado reiteradamente el Presidente.

Los saldos de este 2020 son negativos también en materia económica, que se reflejan en la pérdida de millones de empleos, el cierre de miles de empresas, la caída del producto interno bruto, que mantiene al país en una profunda recesión y la falta de incentivos, de parte del gobierno, para reactivar la economía, que hacen vislumbrar una larga y oscura noche para la mayoría de la población.

Este 2020, nos deja la invaluable lección del personal del sector salud, quienes diariamente, sin el material suficiente, enfrentaron al virus, con el propósito de sanar a las personas. Continúan viendo de frente a la muerte y, con todo y el cansancio, siguen luchando.

Por ello, en la trinchera de la desigualdad en que se convirtió el confinamiento, tenemos que exigir se apoye a quienes hoy padecen las consecuencias de la fallida estrategia de combate a la pandemia. La noche oscura aun será larga. Apoyemos, por favor.

(Diputada federal)