La cabeza llena como una papelera y la caja de papeles más llena que la propia cabeza.
Hacer limpia de closets, cajas y escritorios es algo que la mayoría posponemos. Y yo más que por flojera para evitar encontrarme con objetos o documentos de” valor simbólico” que me impiden deshacerme de ellos.
Los seres humanos guardamos como si fuera una doble naturaleza. Coleccionamos y almacenamos como una labor de supervivencia. Como si al deshacernos del ropón, -el moño, las calificaciones, los exámenes de la universidad, o las fotografías de antiguos amores- empezáramos a despedirnos de lo que hemos sido y lo que hemos construido para bien o para mal; extraviando la personalidad y el sello que nos hace ser quienes somos.
Algunos destinan los días de asueto o parte de sus vacaciones para hacer estas labores como parte de una estrategia de remodelación o cambio de domicilio. Otros, porque la familia ha crecido o porque es necesario hospedar a alguno de nuestros padres o a un familiar que no puede valerse por sí mismo.
Mi mamá – como muchas- con todo y lo ordenada que era para esto de clósets, cajones, mantenimiento, pintura, cortinas y demás chunches de la casa paterna, al llegar más allá de la tercera edad nunca quiso volver a ocuparse de desviejar ropa u otros objetos domésticos. Tampoco cuando sus hijos creímos que era oportuno, jamás aceptó vender su casa para cambiarse a algo más práctico. Será que desprenderse del territorio y de aquello que le da personalidad a ese terreno personal, es apreciado como un paso hacia la muerte. Quizá ella así lo sentía aunque nunca lo manifestó.
Yo tengo una caja en mis narices hace casi dos meses. Está aquí, frente a mí y me acompaña durante toda la jornada desde el sofá. Antes de esos dos meses, llevaba estacionada otros más en un pasillo “lista” para ser desocupada y enviada a los cachivaches o al reúso
Al contrario de esta versión de humanos, hay quienes se muestran más prácticos. Pudiera ser y de resultar verdad, que los responsables de la administración municipal anterior no tuvieron empacho en “hacer limpia” general de cajones, archiveros y otros enseres de oficina. Así lo reportan algunos medios de comunicación dedicados al chisme político y otros que intentan mayor objetividad en sus notas periodísticas. Labor titánica bien orquestada llevaron a cabo, que impediría aclarar lo confuso que resulten algunos asuntos del 1 de octubre “endelante”.
En general, posponer o adelantarse, dependerá en mucho de la premura de las circunstancias, del tamaño del riesgo que exista si se posterga la labor.
Todos podemos imaginar una razón y muchas por lo que los funcionarios salientes tomaron lo suyo y lo ajeno (repito: de ser verdad tal rumor mediático).
Mientras que en el ámbito doméstico, el riesgo consiste en la formación de telarañas tejidas alrededor de nuestras cajas arrinconadas o bien, en la falta de capacidad del disco duro de nuestros celulares o computadoras. Al final esto no daña ni a propios ni a extraños. Y los riesgos no pasan de una discusión o un malestar que se resuelve en la esfera de la privacidad.
Y si bien, estos papeles que esperan turno han estado durmiendo el sueño de los justos antes de tiempo, creo que les ha llegado la hora y con ellos a mi también pues es momento de tirar a la basura viejas ideas, conceptos caducos y máximas sin vigencia.
Hacer limpia de closets, cajas y escritorios es algo que la mayoría posponemos. Y yo más que por flojera para evitar encontrarme con objetos o documentos de” valor simbólico” que me impiden deshacerme de ellos.
Los seres humanos guardamos como si fuera una doble naturaleza. Coleccionamos y almacenamos como una labor de supervivencia. Como si al deshacernos del ropón, -el moño, las calificaciones, los exámenes de la universidad, o las fotografías de antiguos amores- empezáramos a despedirnos de lo que hemos sido y lo que hemos construido para bien o para mal; extraviando la personalidad y el sello que nos hace ser quienes somos.
Algunos destinan los días de asueto o parte de sus vacaciones para hacer estas labores como parte de una estrategia de remodelación o cambio de domicilio. Otros, porque la familia ha crecido o porque es necesario hospedar a alguno de nuestros padres o a un familiar que no puede valerse por sí mismo.
Mi mamá – como muchas- con todo y lo ordenada que era para esto de clósets, cajones, mantenimiento, pintura, cortinas y demás chunches de la casa paterna, al llegar más allá de la tercera edad nunca quiso volver a ocuparse de desviejar ropa u otros objetos domésticos. Tampoco cuando sus hijos creímos que era oportuno, jamás aceptó vender su casa para cambiarse a algo más práctico. Será que desprenderse del territorio y de aquello que le da personalidad a ese terreno personal, es apreciado como un paso hacia la muerte. Quizá ella así lo sentía aunque nunca lo manifestó.
Yo tengo una caja en mis narices hace casi dos meses. Está aquí, frente a mí y me acompaña durante toda la jornada desde el sofá. Antes de esos dos meses, llevaba estacionada otros más en un pasillo “lista” para ser desocupada y enviada a los cachivaches o al reúso
Al contrario de esta versión de humanos, hay quienes se muestran más prácticos. Pudiera ser y de resultar verdad, que los responsables de la administración municipal anterior no tuvieron empacho en “hacer limpia” general de cajones, archiveros y otros enseres de oficina. Así lo reportan algunos medios de comunicación dedicados al chisme político y otros que intentan mayor objetividad en sus notas periodísticas. Labor titánica bien orquestada llevaron a cabo, que impediría aclarar lo confuso que resulten algunos asuntos del 1 de octubre “endelante”.
En general, posponer o adelantarse, dependerá en mucho de la premura de las circunstancias, del tamaño del riesgo que exista si se posterga la labor.
Todos podemos imaginar una razón y muchas por lo que los funcionarios salientes tomaron lo suyo y lo ajeno (repito: de ser verdad tal rumor mediático).
Mientras que en el ámbito doméstico, el riesgo consiste en la formación de telarañas tejidas alrededor de nuestras cajas arrinconadas o bien, en la falta de capacidad del disco duro de nuestros celulares o computadoras. Al final esto no daña ni a propios ni a extraños. Y los riesgos no pasan de una discusión o un malestar que se resuelve en la esfera de la privacidad.
Y si bien, estos papeles que esperan turno han estado durmiendo el sueño de los justos antes de tiempo, creo que les ha llegado la hora y con ellos a mi también pues es momento de tirar a la basura viejas ideas, conceptos caducos y máximas sin vigencia.