Mala memoria

Si Nicolás Maquiavelo, en su obra “El Príncipe”, hace un esbozo de los conceptos a tener en cuenta por un gobernante todopoderoso, Stefan Zweig, en su libro “Fouché, el genio tenebroso” da cuenta de la máxima expresión de un político real, dingo émulo del modelo del florentino.
José Fouché fue un abogado de origen un tanto obscuro que, en medio de la gestante Revolución Francesa, fue designado Diputado a la Asamblea Nacional, en la cual mostró sus habilidades, votando, finalmente, por la muerte del rey Luis XVI, defendiendo su decisión con un vehemente discurso mientras, según Zweig, en la bolsa del traje tenía otro para defender la vida del monarca; la decisión de cual leer dependía hacia donde se iba la corriente mayoritaria.
Con su habilidad para percibir los cambios políticos, Fouché ayudó al triunfo de la revolución; se enfrentó a Robespierre y ganó, logrando finalmente estar tras la conspiración en contra del otrora poderoso líder; se integró al Directorio y arrebató a Barras su presidencia con una jugada magistral; apoyó el levantamiento de Napoleón Bonaparte y su coronación como emperador; ayudó a los realistas en contra del corso; apoyó al general a su regreso a Francia a los cien días de su ocaso y, finalmente, ayudó a Luis XVIII a llegar al trono.
En su lucha contra Robespierre, Zweig hace la siguiente referencia: “También está ausente Fouché de la sesión del 9 de Termidor. Pero puede descansar, puede faltar; su obra está hecha, la red anudada, y decidida por fin la mayoría a no dejar escapar con vida al demasiado peligroso, al demasiado fuerte. Apenas Saint-Just, el escudero de Robespierre, empieza la discusión mortífera preparada contra los conspiradores, lo interrumpe Tallien, porque han acordado no dejar hablar a ninguno de los oradores peligrosos: ni Saint-Just ni Robespierre. Hay que estrangularlos antes de que puedan hablar, antes de que puedan acusar. Y así los oradores se apresuran, hábilmente dirigidos por el propicio presidente, uno tras otro, a la tribuna, y cuando Robespierre quiere defenderse, gritan, chillan y patalean, ahogando su voz. La cobardía contenida de seiscientas almas inseguras, el odio y la envidia acumulados durante semanas y meses, se echan ahora contra el hombre ante quien todos temblaron. A las seis de la tarde todo está decidido. Robespierre ha sido proscrito y es conducido a la cárcel.”
En otro pasaje, dice Zweig:” Pero una cosa no ha aprendido este viejo condottiere, este refinado psicólogo; una cosa que nadie podrá aprender: a luchar con espectros. Ha olvidado que por la Corte vaga un fantasma del pasado, como una Erinnia vengadora: la Duquesa de Angulema, la hija de Luis XVI y María Antonieta, la única de la familia que pudo escapar a la gran matanza. El Rey Luis XVIII quizá puede gobernar a Fouché; al fin y al cabo, tiene que agradecerle su trono a este jacobino;
y una herencia así suaviza a veces, aún en las más altas esferas (la historia da testimonio), el dolor fraternal. Para él también es más fácil perdonar, porque no ha presenciado en persona aquella época de horror. La Duquesa de Angulema, en cambio, la hija de Luis XVI y de María Antonieta, tiene en la sangre las visiones espantosas de su niñez. …¿Cómo no acordarse de los compañeros de Fouché, tocados por el gorro rojo, que la hicieron declarar y la atormentaron durante días enteros para que confesara el supuesto incesto de su madre, María Antonieta con su pequeño hijo, en el proceso contra la Reina? ¿Y cómo borrar de su sangre y de su memoria el momento de arrancarse de los brazos de su madre y de oír rodar allá abajo, sobre las piedras, el carro que la arrastraba a la guillotina? No, ella, la hija de Luis XVI y de María Antonieta, la prisionera del Temple, no ha leído estos horrores en los periódicos, como Luis XVIII, ni se los ha hecho contar por un tercero: los lleva como un estigma inextinguible en su alma infantil espantada, atormentada, martirizada. Y en su odio contra los asesinos de su padre, contra los verdugos de su madre, contra las visiones de horror de su infancia, contra todos los jacobinos y revolucionarios, aún no se ha aplacado, aún no se ha vengado.”
La lección que tomamos de la narración de Zweig es muy simple, pues hay un común denominador: oprimir, someter, abusar, pisotear a los individuos, genera a los peores enemigos. Y si el gobernante, el político, tiene mala memoria, sufre las consecuencias.
Por eso, por el levantamiento de esas voces cansadas de abusos, de esas conciencias sometidas por la fuerza, la amenaza o el chantaje; por esas víctimas silentes que solo esperaban la ocasión que la elección del primero de julio les dio, la venganza tuvo su oportunidad y se produjo un cambio de color en la geografía política nacional, estatal y municipal.
Del tricolor al monocromático, del amarillo, al azul.

@jchessal