Oda al perro del vecino

“Alabado seas, mi Señor,
en todas tus criaturas,*
especialmente en el hermano sol,
por quien nos das el día
y nos iluminas.”
San Francisco de Asís

¡Oh pero del vecino que despierta antes que yo, para darme la noticia de que todavía no ha amanecido!
¡Oh perro que ladra diariamente antes de que el sol salga, agradezco que me recuerdes que, aun sin luz de día éste comienza con tus ladridos!
¡Oh perro que ladra y que ignoro si muerde, al igual que ignoro si tu dueño cuida de ti o te confina de madrugada, a un patio descuidado y húmedo sin agua o alimento.
¡Oh perro vecino de mis perro que a diario gime, aúlla y ladra casi a la misma hora! no sé si lo haces como un canto a la vida o como respuesta al abandono cotidiano de aquellos que prometieron ver por ti, el día que abrieron las puertas de su hogar contigo en brazos.

¡Oh perro que cuida la casa o ahuyenta extraños! te quiero contar que quise ya hace tiempo hablar con tu dueño, para saber si sufres o si eres caprichoso o si él preferiría que tuvieras otros dueños. Me contestó una voz electrónica detrás del timbre de intercomunicación para decirme tajantemente, que no metiera mis narices en su patio. Que por qué asumo que sufres o te lamentas.

Yo le quise explicar que lo sé por el tono de tus aullidos. Porque en mi ya larga vida he cohabitado con los de tu especie y con lo de la suya. Lo sé porque los míos al escucharte se inquietan e imitan tu lamento.

¡Oh perro del vecino! Desconozco si paseas los domingos o si te sacan diariamente. Si comes a tus horas y bebes cuando tienes sed. No sé si eres un perro de pelar sofisticado o perteneces a una de esas razas que los humanos han diseñado para su entretenimiento.

Lo que intuyo es que como todos los de tu linaje, llegaste a tus dueños para acompañarlos y mostrar con tu rabo la felicidad que sientes cuando los ves llegar. No sé si aún cuando te sacan del aislamiento, tienes la energía y el ánimo para mostrarte fiel al carácter de tu género o si te has convertido en una mascota indolente e indiferente, más bien temerosa.

¡Oh perro que habita a unas cuantas casas de la mía! oigo tu queja como la oímos en las treinta y tantas casas de este complejo residencial. Aquí en donde se vive en el supuesto de la buena vecindad y el bando de buen gobierno, no te puedo pedir que no me despiertes, aún cuando sea fin de semana porque te definen como un ser irracionalmente animal que se mueve por instinto. Aún cuando reconozco la inteligencia de los de tu naturaleza, sé que no está en ti terminar con tu suplicio y con el mío.

Quizá seas uno de esos perros que se adquieran para amedrentar pillos, desconocidos o vecinos no gratos. No sé si el hambre y el olvido son el condicionante, para convertirte en un perro bravo que inhiba visitantes con la fuerza de su ladrido.
Sólo quiero decirte que te entiendo aunque no entienda a tus amos. Que madrugaré contigo hasta que ellos se apiaden de tu sacrificio.

Imagino que no te han de faltar ganar de lanzarte sobre ellos mal te abren la puerta. Intuyo que la nobleza de tu estirpe antepone el respeto al humano, aún cuando la bestia lo rebase en fuerza bruta.

¡Oh perro del vecino no precisamente de al lado! imploro a San Francisco de Asís, patrón de los animales para que encuentres la paz. Para que como él lo hizo, tu amo te vea como a su hermano y junto a ti, entonando el “cántico a las criaturas*”, agradezca tu existencia y tu compañía como una bendición y no como una molestia.
¡Oh perro del vecino!