Política de Estado

Se dice que las comparaciones son odiosas, pero es necesario contrastar posturas políticas en asuntos trascendentes para nuestro país para tener claros los niveles en los que se mueven determinados personajes públicos. Tal es el caso de los diferentes posicionamientos asumidos, recientemente, por el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, por una parte, y por otra el tristemente célebre ex-presidente Vicente Fox, con respecto al tema del denominado “fracking” o método de fracturación hidráulica para la extracción petrolera y de gas natural.

AMLO ha sido enfático en oponerse a que sea utilizado en su mandato ese método pernicioso de perforación por los daños ambientales que podría ocasionar y que nos habla de una preocupación que tiene que ver con el futuro de las próximas generaciones y no solamente por la devastación ecológica que ya se ha ocasionado históricamente. En contraste, el ex-presidente Fox, fiel a su estilo pendenciero y protagónico, más que portador de algo de luz y congruencia en sus escasas entendederas, deplora que no se contemple el “fracking” porque, según eso, sería “una gran oportunidad” para sacar al país de la pobreza.

Evidentemente, la visión de Fox en este asunto es la que él mismo ofreció cuando mal-gobernó el país: la de “un gobierno de, por y para empresarios”, con cero sensibilidad social y compromiso con el cuidado del medio ambiente. Baste recordar como acudió personalmente a torcerle el brazo a quien fuera presidente municipal de Cerro de San Pedro, Oscar Loredo, para que cediera a las presiones de la Minera San Xavier, en un acto por demás miserable que exhibió su abyecto servilismo para con los representantes del capital minero trasnacional. Ahora, convertido en socio de compañías extranjeras petroleras, el señor de las víboras prietas se lanza en defensa del “fracking”, sin reparar que, tal vez involuntariamente, cae por extensión en lo que José Steinsleger catalogara como “fracking cerebral” (“La Jornada”, 11 de septiembre de 2013), esto es, confundiendo la gimnasia con la magnesia, pensando que actuar éticamente es decidir conforme a ciertos “principios”… “sus principios”. Tampoco se debe olvidar que Fox consumía “Prozac” para tratar de superar el frecuente estado “sonso” en el que era pillado, derivado entre otras causas, por el “toloache” que, dicen, le suministraba la señora Martha.

La postura de López Obrador sobre el “fracking” responde a una preocupación social generalizada sobre el agotamiento de nuestros recursos naturales y que se ha agudizado en los últimos años, sobre todo con la entrada en vigor del TLCAN en 1994, propiciando una tendencia al saqueo que, además, con el denominado “boom” de la exportación de materias primas desde principios del presente siglo, ha impactado gravemente la naturaleza y generado además conflictos socio-ambientales que se traducen en violaciones a derechos humanos. También se han documentado “ventajas competitivas” que tienen que ver con la “captura política” de personeros del Estado mexicano mediante sobornos y actos de corrupción para favorecer inversiones de capital en condiciones muy lucrativas para unos cuantos. El sello de las administraciones foxista, calderonista y peñista ha sido, precisamente, el de la corrupción y la impunidad en favor de los representantes de variados poderes fácticos entre los que destacan, por supuesto, los personeros del gran capital trasnacional financiero y especulativo orientado al despojo y disfrute de nuestros recursos naturales.

Por tanto, en materia medio ambiental y de protección del patrimonio nacional, es más que urgente contar con una política de Estado que anteponga los intereses nacionales y de la mayoría de la sociedad al de los personeros del gran capital depredador que, solamente, considera el gran lucro económico y no el beneficio integral de la población mediante el respeto de sus medios y modos de vida. Para ello se requiere contar con una visión de Estado, en términos de ir más allá de un simple ejercicio gubernamental fincado en la administración de la cosa pública, procediendo, por el bien de todos, a lo que Rhina Roux señala en “El príncipe mexicano” como “la comprensión de las variadas formas en las que se expresa la política de las clases subalternas”. En suma, una visión que implica algo más que asumirse como simple gobernante que goza del mando derivado de un cierto consenso electoral, contando con un plus expresado en la capacidad ético-política de ser obedecido (contar con una autoridad plena que deriva de la práctica del mandar-obedeciendo). Por supuesto que Fox, Calderón y Peña han carecido de esas prendas y su visión política ha sido la de operar como meros pájaros de cuenta que, cual “chachalacas”, todavía insisten en parlotear con total cinismo y demagogia para sus causas que, por supuesto, nunca fueron las del pueblo de México.