La vida se construye todos los días con esos instantes que nos conforman, transforman y mantienen; con todas esas experiencias que vivimos e integramos a nuestro haber muy propio y personal, convirtiéndonos cada mañana en una persona distinta de la que, horas antes, acudió al sueño como respiro a la realidad.
Nos deja José Ortega y Gasset, mientras medita sobre el Quijote, una frase que envuelve una de las mayores verdades con las cuales me he encontrado: “yo soy yo y mis circunstancias”.
Somos lo que nos rodea, lo que vivimos, lo que comemos, lo que respiramos, lo que escuchamos; somos lo que pensamos, lo que decimos y lo que nos dicen; somos lo que sentimos y nos explicamos en buena medida con lo que interactuamos con nuestros semejantes; somos, en suma, todo aquello que circunda nuestro propio ser.
En ese devenir, nunca son iguales la consecuencia de la suma del nosotros y nuestras circunstancias, pues ante las individualidades, la interacción de las experiencias con nuestra propia entidad, da como resultado seres irrepetibles, únicos. Tampoco son iguales los momentos en el tiempo, siendo innegable, no obstante, que ahí están y ahí se quedarán, almacenados en el recuerdo, en la imborrable memoria de nuestra propia historia.
Aunque la vida nos acerca y nos aleja, nos aproxima y nos distancia, no puedo recordar mi infancia sin la presencia de mi prima Vicos, quien hoy adelanta el camino que a todos nos espera. Es imposible voltear a ver mi propia historia sin verme con ella y sus hermanos saliendo los domingos con mi tío Carlos a vivir esas experiencias que tanto aportaron a mí ser, hoy en día. El parque de Morales, hoy Juan H. Sánchez; la Presa de San José, el cerro de la Corona, la Sierra de Álvarez, todos lugares a donde acudíamos en esos paseos, nos vieron crecer, correr, jugar, encender fogatas y escuchar historias juntos.
Cenas navideñas esperadas desde el día siguiente de la anterior; salidas a andar en bicicleta en las calles de aquel San Luis que nos daba su amigable abrazo todos los días, con solo abrir la puerta. Subir aquel enorme árbol que había en el jardín de la casa de Doña Victoria, su abuela, la “abuelita Chata”, también mía por simple y arbitraria decisión que dictó el amor y el cariño; la misma Doña Victoria que nos daba a Vicos, a sus hermanos y a mí, dinero para que pusiéramos una charola en la puerta de su casa y vendiéramos dulces a quienes pasaban, para luego mandarnos ella misma comprar todo y darnos la satisfacción de concluir con éxito nuestra aventura comercial. Todo eso ocupa un lugar destacado en la biblioteca de mis ayeres, en donde, de cuando en cuando, echo un vistazo porque, como bien dejó apuntado el poeta romano Marcial: “disfrutar de los recuerdos es vivir dos veces”.
Hoy, mientras escribo estas líneas para compartir con mis lectores, deseo dejar testimonio de la imperiosa necesidad que tenemos de no abandonar nuestros recuerdos, de no dejar atrás la retrospectiva que nos permite conocer el presente a partir del pretérito.
Poco más puedo decir, salvo que, tratando de pensar en una palabra que pudiera definir a Vicos, no encuentro otra que no sea “tenacidad”. Si algo la caracterizaba era que se lanzaba con empeño y sin desistir a todo lo que ella consideraba correcto.
Estoy seguro que muchas personas pueden contar entre sus circunstancias, haberla conocido y recibido ese aporte a su presente, a lo que hoy son. Tenazmente, Vicos se lanzó a la vida con el fin de dejar huella imborrable y lo logró.
@jchessal
Nos deja José Ortega y Gasset, mientras medita sobre el Quijote, una frase que envuelve una de las mayores verdades con las cuales me he encontrado: “yo soy yo y mis circunstancias”.
Somos lo que nos rodea, lo que vivimos, lo que comemos, lo que respiramos, lo que escuchamos; somos lo que pensamos, lo que decimos y lo que nos dicen; somos lo que sentimos y nos explicamos en buena medida con lo que interactuamos con nuestros semejantes; somos, en suma, todo aquello que circunda nuestro propio ser.
En ese devenir, nunca son iguales la consecuencia de la suma del nosotros y nuestras circunstancias, pues ante las individualidades, la interacción de las experiencias con nuestra propia entidad, da como resultado seres irrepetibles, únicos. Tampoco son iguales los momentos en el tiempo, siendo innegable, no obstante, que ahí están y ahí se quedarán, almacenados en el recuerdo, en la imborrable memoria de nuestra propia historia.
Aunque la vida nos acerca y nos aleja, nos aproxima y nos distancia, no puedo recordar mi infancia sin la presencia de mi prima Vicos, quien hoy adelanta el camino que a todos nos espera. Es imposible voltear a ver mi propia historia sin verme con ella y sus hermanos saliendo los domingos con mi tío Carlos a vivir esas experiencias que tanto aportaron a mí ser, hoy en día. El parque de Morales, hoy Juan H. Sánchez; la Presa de San José, el cerro de la Corona, la Sierra de Álvarez, todos lugares a donde acudíamos en esos paseos, nos vieron crecer, correr, jugar, encender fogatas y escuchar historias juntos.
Cenas navideñas esperadas desde el día siguiente de la anterior; salidas a andar en bicicleta en las calles de aquel San Luis que nos daba su amigable abrazo todos los días, con solo abrir la puerta. Subir aquel enorme árbol que había en el jardín de la casa de Doña Victoria, su abuela, la “abuelita Chata”, también mía por simple y arbitraria decisión que dictó el amor y el cariño; la misma Doña Victoria que nos daba a Vicos, a sus hermanos y a mí, dinero para que pusiéramos una charola en la puerta de su casa y vendiéramos dulces a quienes pasaban, para luego mandarnos ella misma comprar todo y darnos la satisfacción de concluir con éxito nuestra aventura comercial. Todo eso ocupa un lugar destacado en la biblioteca de mis ayeres, en donde, de cuando en cuando, echo un vistazo porque, como bien dejó apuntado el poeta romano Marcial: “disfrutar de los recuerdos es vivir dos veces”.
Hoy, mientras escribo estas líneas para compartir con mis lectores, deseo dejar testimonio de la imperiosa necesidad que tenemos de no abandonar nuestros recuerdos, de no dejar atrás la retrospectiva que nos permite conocer el presente a partir del pretérito.
Poco más puedo decir, salvo que, tratando de pensar en una palabra que pudiera definir a Vicos, no encuentro otra que no sea “tenacidad”. Si algo la caracterizaba era que se lanzaba con empeño y sin desistir a todo lo que ella consideraba correcto.
Estoy seguro que muchas personas pueden contar entre sus circunstancias, haberla conocido y recibido ese aporte a su presente, a lo que hoy son. Tenazmente, Vicos se lanzó a la vida con el fin de dejar huella imborrable y lo logró.
@jchessal