El falso secuestro de “Juana”

¿Cómo operan los extorsionadores en la modalidad de “secuestro virtual”? Insultan y amenazan para asustar a sus víctimas y engañarlas a distancia para que ellas o sus familiares paguen un “rescate”.

Son las 9 dela mañana y la vida transcurre sin sobresaltos para “Juana”, una abuela de condición muy modesta que hacía sus quehaceres domésticos cuando recibió una llamada a su celular. Ni reparó en el número. Se sentó en un sillón y la retahíla de amenazas e insultos de un desconocido la sacaron mentalmente de su mundo.

Su interlocutor desconocido decía pertenecer a una banda delictiva y le aseguraba que tenía a “un familiar” secuestrado; siempre a gritos y con palabras altisonantes, el hombre le advirtió que le haría daño a “su familiar” si ella no seguía las instrucciones que el delincuente le indicaba. Rápido, “Juana” fue llevada al reino del miedo y de ahí ya no salió en las siguientes horas.

El desconocido le ordenó que debía abonar saldo a un número de telefonía celular en alguna tienda de conveniencia, el mismo número de donde le llamaban. Ella acudió de prisa a solicitar el saldo que abonó al número de sus extorsionadores.

AISLADA A DISTANCIA
Habían pasado 15 minutos desde que ella fue abordada vía telefónica y ya recibía instrucciones; no podía cortar la llamada y el vociferante le pedía datos personales que ella, asustada, proporcionó en un interrogatorio retorcido y machacante. Cuántos hijos, cómo se llaman dónde están

Le ordenaron cambiar el chip de su teléfono celular, mientras el desconocido le indicaba que necesitaba una fuerte cantidad de dinero para conseguir la liberación de su familiar y una vez cambiado el chip, debía comunicarse para seguir recibiendo instrucciones, o mataría a su familiar “secuestrado”. Para entonces, el interlocutor ya mencionaba nombres de sus hijos como si tuviera control sobre la situación.

El delincuente la mantenía ocupada en la llamada, una forma de aislarla. El tipo le advirtió que tenía gente que la seguía y que estaba pendiente de todos sus movimientos y entonces debía seguir todas las indicaciones si no quería sufrir daño también. Le ordenaban una y otra vez que no cortara la llamada porque matarían a uno de quienes decían tener secuestrados. Le prometían suplicios terribles para sus familiares y verdaderos actos de carnicería: que los cortarían en pedazos, que los ahogarían con una bolsa, que los matarían con el máximo dolor.

Temerosa por sus familiares que pudieran sufrir daño, “Juana” siguió las instrucciones; no reparó en que con el nuevo chip se quedó incomunicada para sus familiares y a merced total de los extorsionadores. Sin perder la conexión, le ordenaron internarse en un hotel. “Juana” no tenía tanto dinero para eso y preguntó por las tarifas, prohibitivas para ella. Por la zona del Eje Vial, dio con uno que ofrecía una tarifa accesible, pero le explicaron que era por ocho horas, “lo que dura un servicio”. - “Es que yo no soy de esas”-, les dijo la inocente abuela. Le ordenaron pagar un cuarto por 24 horas. Los del hotel ni se inmutaron porque la clienta no se despegaba del celular y recibía órdenes; cobraron y le dieron el cuarto.

UNA VÍCTIMA SIN POTENCIAL
El diálogo con los delincuentes continuó en su encierro y entonces se dieron cuenta que “Juana” no tenía empleo ni fuente de ingresos; obtuvieron entonces los datos del empleo de cada uno de ellos.

Le exigieron entonces que le pidiera a uno de sus familiares una cantidad de dinero a cambio de dejarla en paz. Ella le dijo que estaba hablando con una cabeza de familia muy humilde y que era prácticamente imposible depositar esa cantidad de dinero.
Los delincuentes disminuyeron el monto de su exigencia a decenas de miles de pesos pero aun así les fue imposible arrancarle dinero aunque ya habían recibido algo depositado a través de los sistemas electrónicos que usó la mujer secuestrada.
Por teléfono la amenazaban con ser golpeada y torturada.

El vociferante ahora alegaba que la mujer tenía que pagar porque ella había denunciado que él vendía droga y había perdido mercancía. Poco a poco y conforme avanzaron las horas, ella se dio cuenta de que gran parte de lo expresado por los delincuentes formaba parte de una trampa para dejarla en condición vulnerable y pedirle dinero.

La obligaron a comunicarse con familiares para pedirles dinero. Le hablaron a uno de ellos, con la misma técnica: tono imperativo, palabras altisonantes y amenazas de muerte y vejaciones terribles: “¡Si no pagas, te voy a entregar a tu madre colgada de un puente!”…

Ningún familiar ofreció pagar porque la familia es en realidad de muy escasos recursos. Pidieron ayuda a autoridades y empezó el rastreo. Se percataron de que las llamadas provenían de teléfonos con claves foráneas. Era un celular con número correspondiente al área de Zacatecas pero utilizado desde Tamaulipas, muy probablemente desde un penal. Les dijeron que no depositaran un solo peso y mantuvieran la calma mientras buscaban a “Juana” en hoteles, pensiones y otros lugares de hospedaje; nunca se les ocurrió el hotel cercano a la Policía Ministerial y Seguridad Pública.

Como se vencía la renta del cuarto, los delincuentes llamaron a “Juana” y le dieron la instrucción de esperar en la calle a un automóvil que pasaría por ella.
Asustada y con hambre, “Juana” salió del hotel y esperó; pasaron por ella en un auto sin placas. Con ella a la vista, se dieron cuenta que “Juana” no había sido una buena elección de víctima para sus fines: demasiado humilde para obtener de ella, o de su familia, las cantidades que exigían. Entre amenazas, la abandonaron calles después.
Sus hijos fueron por ella, con miedo y con esperanza. Pasados los días, las llamadas de números raros continuaron, pero ya no contestaron.