Ni dónde caerse muerto

Solo el que carga el cajón sabe lo que pesa el muerto, dice la sabiduría popular. ¿A cuántos apocalipsis hemos sobrevivido este año? ¿A cuántos más hemos de enfrentarnos? Altares y disfraces. Festejar a nuestros muertos no es poca cosa.
Dice un meme que después del “¿no me da mi calaverita?” ya solo quedan el “desde el cielo una hermosa mañana” y el “entren, santos peregrinos” para terminar el año. Habría que añadir esta vez “la cuarta transformación”, y a ver qué nos depara el año nuevo.
Esta semana hubo quien anunció el fin de la confianza, el luto nacional. Como si antes no hubiéramos tenido motivos suficientes. El inicio formal del cambio de poderes (pocas veces tan bien dicho) dejará ver hasta dónde las frases publicitarias (“no soy florero”, la más reciente) se hacen realidad. Por lo pronto ya se hizo una consulta y ya se convocó a una marcha en contra del resultado. Que si ilegal, que si a modo, que opinó quien no debía… No sé. Quizá es como cuando ella me pregunta cuál vestido se pone (o compra), y al final se pone (o compra) el que se le da la gana, pero me siento tomado en cuenta.
Por lo pronto, esta semana el luto se hermanó con la fiesta del día de muertos, festividad que de por sí ya hibridada con el Halloween ha adquirido nuevas tonalidades gracias a las películas Spectre (2015) y Coco (Disney, 2017).
Del Xantolo al Coco’s Party hay un solo paso.
Altares de diversa calidad y precio se montaron en casas, escuelas y oficinas de gobierno, el de Palacio Municipal dedicado al regular poeta Francisco González Bocanegra, y el de Palacio de Gobierno al ídem escultor Joaquín Árias. En la Plaza del Carmen se pudo visitar el también ya tradicional altar con la colección particular de calaveras en papel maché (Pedro Infante, María Félix, Santo el Enmascarado de Plata) de Funerales Hernández.
“Llega la muerte luciendo mil llamativos colores”, dice la canción de Francisco el Charro Avitia.
Frente a Palacio, una araña gigante y muchas cruces rosas nos recordaron que en México hay un feminicidio cada tres horas, y que 60 % de las potosinas ha sufrido algún tipo de violencia.
En San Luis Potosí es tradición ir al Panteón del Saucito a llevar flores y arreglar tumbas. Predomina el olor a cempasúchil, y los vivos Se le quitó el color amarillo pollo a la barda del panteón y se le puso uno rojizo. La vendimia no faltó y el estruendo innecesario de los cohetes, tampoco.
Debería declararse al Saucito Pueblo Mágico. Sus habitantes lo merecen.
El Mercado República también es parada obligatoria en el camino al Mictlán potosino. Aunque menos que hace años (cuando se inauguró), que se llenaban muchos pasillos, hay dulces de muerto de todo tipo: frutas de dulce, panes, camote, calaveras de dulce y de amaranto, juguetes y todo lo que se necesita para el altar. Hoy el pasillo de los dulces, exterior, el que da a 16 de Septiembre, está lleno de tiendas de ropa. Hay que adentrarse al mercado y ver cómo se vive la muerte, como se comercia y se le puede sacar provecho.
Del otro lado, en el pasillo exterior pegado a la calle de Moctezuma, desde una semana antes las yerberías y tiendas de remedios lucen los más diversos modelos de la Santa Muerte, y el mero día hay comida en grande, amenizada por al menos un par de grupos musicales.
El letrero “disfraces de fantasía”, en uno de los puestos del mercado, no es redundante si lo pensamos bien. Siempre nos disfrazamos, pero pocas veces lo hacemos con la intención de fantasear, de ponernos lúdicos. Casi todos los disfraces son para defendernos o convencer, para fingir una personalidad.
¿Con qué disfraz nos van a recordar?
Muchos no se quedaron con las ganas de al menos hacerse unos trazos en la cara para imitar las cuencas y la sonrisa descarnada que todos vamos a llevar más temprano o más tarde.
Dice Herbert Marcuse, en Eros y civilización: “El hombre aprende que en cualquier forma no puede durar, que todo placer es breve, que para todas las cosas finitas la hora de su nacimiento es la hora de su muerte –y que no puede ser de otro modo”.
A veces nos enojamos o agredimos por las cosas más nimias. Como si tuviéramos tiempo. “Cuánto tiempo perdí, ¡ay!, cuánto tiempo”, se queja Renato Leduc en su famoso soneto.
El camino al infierno está empedrado de flores de cempasúchil, por eso escribo y me gusta que me lean, antes de que alguien más tenga que escribir mi esquela y mi epitafio.
Quiero pensar que esa persona que me lee querrá acompañarme cuando toque el momento de “colgar los tenis”, “entregar el equipo”, “irse a tragar tierra para toda la eternidad”. Cuando toque “roncarla”, pues.
Ojalá quienes no tenemos ni dónde caernos muertos tengamos oportunidad ante los que se pasan de vivos.
Me despido (esta semana tan solo, espero) con un poema de Juan Luis Panero:

“Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte,
la memoria que borra y desfigura
y la sombra de la muerte que aguarda.
Sólo fantasmales recuerdos y la nada
se reparten tu herencia sin destino.
Después de sucios tratos y mentiras,
de gestos a destiempo y de palabras
-irreales palabras ilusorias-,
sólo un testamento de ceniza
que el viento mueve, esparce y desordena”.

Vaya un recuerdo a algunos de mis muertos frescos (de quienes en su momento publicamos algo en el blog): Una Pérez Ruiz, Burt Reynolds, Huberto Batis, Vicente Verdú, Aretha Franklin, V. S. Naipaul, María Luisa la China Mendoza, Anthony Bourdain, Philip Roth, Tom Wolfe, Gerard Genette, Milos Forman, Stephen Hawking, Liliana Bodot, Claribel Alegría, Nicanor Parra, Úrsula K. Le Guin, Dolores O’Riordan, Pablo García Baena, Jhony Hallyday, Hector Ojeda, Elisa Carlos, Horacia Fajardo, Arturo Szymanski y Victoria Palau.
Quizá nos veamos alguna vez.

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