¿Normal? No, gracias

Un adolescente espera adentro del salón, de pie junto a la puerta. Parece distraído, pero la cámara de un celular está encendida. En cuanto una compañera entra y se sienta en un mesabanco, se le va encima, la levanta del cabello y la golpea salvajemente. La grabación en video no para y se oyen risas de quienes presencian la escena. El video grabado en Quintana Roo, obvio, se hizo viral.

Tras la indignación en redes (lo que algunos llaman “linchamiento mediático”), el joven grabó un video justificándose, que sólo devolvió los golpes y malos tratos. Se dio a conocer otro video (previo, se supone) donde el mismo adolescente es atacado en cuanto entra al salón de clases por tres chicas, al parecer por su preferencia homosexual. Tampoco ellas se tientan el corazón para golpear sádicamente al adolescente con patadas o golpes a la cara.

No faltan escenas así, desgraciadamente. Además de la saña de quienes agreden físicamente al otro, es para revolver el estómago que nadie intente separarlos. Al contrario, los azuzan mientras graban todo en la esperanza de hacerse famosos, de tener los “me gusta” que necesita su ego.

¿Ha aumentado la violencia o solo se ha normalizado? Hay quienes opinan que siempre ha sido así, pero antes alguien entraba a parar la pelea. Otros dicen que lo único que ha cambiado es que todo mundo trae su cámara en su teléfono y se siente reportero.

Se nos hace normal que haya refrigeradores rodantes en las carreteras de México con 300 cadáveres, o que las mineras depreden cerros enteros y se queden con el agua de toda una región para sacar oro u otros minerales. Es normal la cantidad de muertos por día, los periodistas asesinados (ya hubo otro este viernes, en Chiapas). Es normal que se negocien los puestos claves de gobierno para quedar bien con los grupos que apoyaron o pueden apoyar (incluso a los que son contrarios, por aquello que dicen de que al amigo hay que tenerlo cerca y al enemigo, más).

Lo normal es agredir y burlarse del otro, por su aspecto, color de piel, creencias o sospechas. En la política no cantamos mal las rancheras. El sufijo “nazi” aplicado al contrario o contraria es el pan nuestro en las redes, o tachar de ignorante al que no piensa igual a uno.

(El lenguaje como privilegio de clase o necesidad mínima de cultura general en un político merece un espacio aparte. Véase el caso del flamante coordinador de la bancada federal perredista, el potosino que en tribuna dijo “ponido” en lugar de “puesto”.) La norma, de nuevo.

(A veces la burla, el chiste cruel, el insulto, se extienden a los amigos. Muchos chistes y comentarios machistas, por ejemplo, suelen soltarse en la comodidad del corrillo, igual que el chisme sobre el que está ausente en ese momento.) Si no tiene dinero, dicen, es su culpa, porque “echándole ganas” todo se puede.

Un día sí y otro también nos enteramos de un texto o hasta una prenda de alta costura que fue calcada de la vestimenta tradicional de alguna comunidad mexicana. Y es que hoy hasta plagiar (obra intelectual), consideran muchos, es normal. “Ningún profesor me había dicho que está mal”, me espetó no hace mucho un alumno de licenciatura cuando le mostré una página web con un texto igualito al suyo.

Acá en la colonia es normal dejar el carro en la banqueta de la casa. “Es que tengo dos. Total, casi ni pasa gente”. O “aprovechando”, dejar la basura en la esquina de la escuela de los hijos, así haya pasado apenas el camión. Hay una vecina que hasta macetas puso en la banqueta y creó su vivero particular. Otras casas, habilitadas como negocio, tienen motos, productos o lo que se les antoja.

Es normal que las filas en el súper sean largas, y haya que esperar una hora para que el de adelante cuente las moneditas con las que va a pagar, o no le funcione la tarjeta (y es normal que no den el cambio: de diez a noventa centavos suelen cerrarse en la unidad siguiente: la casa siempre gana).

Y… todo es tan normal. Desesperantemente. Dicen que la economía ha crecido y muchos no lo vemos. Que Hay menos inseguridad, pero el miedo al salir en la noche no desaparece.

Comparto “Felices los normales”, un poema de Fernández Retamar:

Felices los normales, esos seres extraños,
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

¿Los nuevos gobiernos serán tan normales como los actuales o recién salidos? Morticia Adams dijo: “La normalidad es una ilusión. Lo que es normal para una araña es el caos para una mosca”. Y sí. Hay pocas arañas alimentándose de muchas moscas, por eso no basta sacudirse mucho para escaparse de la red; quizá entre varias, organizadas.

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