Tiempo de miércoles

Hay en la escena callejera un día como de película que promete misterio.
Un día que no parece haber tenido amanecer. Un día gris viendo el radio de un horizonte que algún día alguien creyó plano.
Un día polar en una ciudad con clima de desierto del altiplano.. Un día convexo y cóncavo. Sin forma y atemporal. Detenido en una bruma sin neblina que retira de los espacios públicos a todo aquel sin asunto urgente fuera de sus casas.
Una tarde con nostalgia del Sol de atardecer amarillo, que bien que mal, termina por aparecer casi siempre. Una mañana que pasó disfrazada de tarde-noche porque el sol se fue de paseo o de permiso sin goce de sueldo.
El día pasa en el reloj pero la luz solar que antaño la marcara, parece haber sido víctima de una maldición, condenada a quedarse en un cuarto oscuro hasta que no mejore su comportamiento.
Éstas son las frases absurdas que nacen en un teclado al que solo puede accederse mediante lo artificioso de la luz que emana de la pantalla de una tablet discontinuada, aún muy eficiente.
Los minutos no se derriten, se aferran queriendo dejar huella de unas horas que las manecillas no reconocen, aunque las marquen en su pequeña circunferencia en un reloj de pulso.
Hay en el tiempo esa manía a perderse en la ficción, el pasado y la nostalgia de lo que todavía no ha pasado.
Hay en el tiempo una necesidad de ser satisfecho con logros, medallas y reconocimientos. Como si al final del mismo, éstas se fundieran en el alma y el espíritu cuando se abandona el cuerpo y la tierra.
Las manos dejan que pase el tiempo y una sobre otra observan el no tiempo de un día que alguien alguna vez nombró miércoles. Sin mucho misterio un día como cualquier otro.