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Una fila interminable de obituarios, formó parte de la muy triste publicación del diario estadounidense The New York Times, para retratar la verdadera tragedia de un virus que por igual a barrido con personas en su vida común, transportistas, médicos, enfermeras, personal camillero, periodistas, deportistas, artistas, policías, comerciantes, empleados de farmacias, bebés, niños, adultos jóvenes, adultos mayores, creyentes y no creyentes de la religión, habitantes y extranjeros.
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De ese tamaño es la tragedia en el país que hasta hace poco era considerado el más desarrollado del mundo. Un país con muy alta movilidad económica y enormes retos por resolver, en medio de comercios e industrias abiertos, y muy escasos controles para detener los contagios de un virus que está matando por la vía respiratoria a miles en todo el mundo, a pesar de la época de calor. El gran vehículo es la movilidad que algunos países europeos supieron resolver, y ni México ni Estados Unidos han frenado.
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Para entender lo expuesto, basta con la comparativa de abril de 2009 al mes de abril de 2020. En ambos periodos una pandemia se encontraba en su apogeo. Sin embargo, hace 11 años, los gobiernos locales y el Gobierno Federal consiguieron inmovilizar al país por unas cuantas semanas y detener el avance de la influenza A/H1-N1. Con la nueva pandemia, las medidas de mitigación parecen sólo estar destinadas a la voluntad y a la responsabilidad de las personas. No hay acción radical que detenga el avance de la pandemia. Gobiernos federal y locales apelan a la buena voluntad, cuando no es precisamente uno de los rasgos culturales de México.
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En la cultura de “la última y nos vamos”, nuestro país pasa de la pachanga a la tragedia en unos minutos. Se multiplican los contagios y las muertes y no hay tratamiento que valga para inmunizar. Muchos ciudadanos no se podían aguantar las ganas de salir con sus niños, y en una semana y media, centenares aportarán los contagios por romper el distanciamiento social y cambiar la salud por Mariachis y visitas imprudentes durante las celebraciones del 10 de mayo.
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Todavía a estas alturas y en medio de la supercarretera de la información, en la que PULSO también da cuenta de la verdadera dimensión de la pandemia, es posible escuchar los comentarios de operadores de transporte público y principalmente vehículos de alquiler y autobuses urbanos, que comentan que no creen en el coronavirus. Es necesario recordarles que no se trata de creencias, sino de responsabilidad. La SCT Estatal no ha podido someter al control a las líneas de transporte público. Los operadores siguen llenando los camiones, no restringen el uso a quienes carecen de cubrebocas, y hace varias semanas que desapareció el gel antibacterial para los usuarios.
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En el mismo centro histórico aún hay negocios abiertos de preparación de alimentos donde empleados o empleados no usan cubrebocas. Basta con darse una vuelta por la calle Díaz de León para constatarlo. Todavía abundan señoras con sus niños circulando libremente y algunos bares comienzan a volver a abrir, pero no se ve por ningún lado un protocolo cumplido.
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En medio de la pandemia, la mayor parte de los gobiernos de todos los niveles trabaja con la asignación directa de adquisición de insumos para atender la emergencia sanitaria. Precisamente el argumento de la asignación directa es la pandemia.
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¡HASTA MAÑANA!