Aury y su lucha por una mejor vida
Migrante venezolana que ha enfrentado hambre y un viaje de retos
Aunque las fiestas decembrinas suelen ser un tiempo para compartir en familia, para muchos migrantes estas tradiciones quedan en pausa. Sus navidades son interrumpidas por la lucha constante por alcanzar un sueño: mejorar su calidad de vida y la de sus seres queridos.
En las calles cercanas a las vías del tren en el Barrio de Tlaxcala, Aury, una migrante venezolana, celebró la Navidad junto a su hija de 15 años y otros compañeros migrantes. Sin un hogar donde refugiarse y con el frío como compañía, esta familia encontró en la solidaridad de desconocidos un destello de esperanza: cobijas y alimentos que les permitieron sobrellevar la noche.
El 31 de diciembre tampoco traerá descanso. Madre e hija esperarán la llegada de un tren que, con suerte, las acercará un poco más a la frontera de Estados Unidos. Aury explica que prefieren esperar un tren menos cargado y que avance más lento, para garantizar la seguridad de las menores que las acompañan.
La historia de Aury como migrante comienza cuando dejó Venezuela porque su país ya no ofrecía un futuro viable para sus hijos. Como madre de cuatro, tomó la difícil decisión de dejar a tres de ellos al cuidado de su padre, mientras emprendía un viaje lleno de peligros.
“Trabajaba en la alcaldía, pero al ver tantas cosas que no estaban bien, supe que no había futuro para mí ahí. Salir de Venezuela es casi como traicionar a la patria; te vetan, te rechazan. Pero la realidad es que mis hijos estaban pasando hambre, y yo tenía que hacer algo”, explicó.
El viaje ha sido una lección de resistencia. Los intentos de secuestro, los días sin comer y las agresiones xenófobas son apenas algunos de los retos que ha enfrentado. “Nos tachan de criminales, pero solo queremos lo que todos: una vida mejor. No hacemos daño a nadie, estamos de paso”, afirmó.
Desde que salió de Venezuela, su travesía ha sido Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México. Entre los países que más recuerda destaca Honduras, al que describe como “un país de brazos abiertos”.
México, sin embargo, ha sido una experiencia agridulce. Aunque albergues como la Casa del Migrante les han brindado apoyo, también han enfrentado normas restrictivas que las obligaron a buscar alternativas. “Nos dijeron que nos iban a retirar los teléfonos al entrar, y nos incomodó esa parte porque nuestras familias necesitan saber cómo estamos. La distancia ya es dura, pero la incomunicación lo hace aún más complicado”, relató.