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El método Mireles

Cuando el subdirector fundador de Pulso don Juan Mireles Calderón mandaba llamar a su helada oficina, tuviera el nivel que tuviera en la redacción, el requerido o requerida se encaminaba respirando profundo y el resto lo miraba con pena solidaria.

Por Adriana Ochoa

Enero 28, 2024 03:00 a.m.

A

Distaba don Juan de ser un gritón miserable como el J.J. Jason que maltrata eternamente a Peter Parker, el hombre araña. Lo aterrador de don Juan era el modo como hacía que el requerido acabara descubriendo por sí mismo sus propios errores, algunos muy básicos o bochornosamente estúpidos. 

En la oficina de Mireles, el reportero, fotógrafo o editor despiezaba datos, entrevistas, documentos grabaciones, fotos, todo elemento que los había llevado a afirmar que hubo tal hecho; que don X dijo tal cosa de don Y; que las cifras de su nota o reportaje eran correctas, o el juicio de valor de una cabeza o sumario tenían soporte y no eran un disparate, una mentira o una burrada. 

En ese ejercicio de hacer que el propio reportero de trayectoria, la starlette más bisoña de la redacción, o quien diablos te creyeras ser, expusiera todo su cacharrerío, afloraban los propios yerros, un cálculo mal hecho, una declaración sacada de contexto, una intención abusiva o uno de esos porqués impresentables en su pieza periodística. 

A más de uno don Juan le hizo el favor hacerle enterarse que no tenía idea de lo que es una regla de tres. A otros les sacó los colores con el mero ejercicio de consultar un diccionario. Desinflaba a panfletarios y detectaba a los propagandistas.

No le gustaban las obviedades. Don Juan se desesperaba con esas espirales de conflictos interminables donde los bandos compiten por demostrar quién despotrica más. Le gustaba hacer un periódico con información que fuera útil para los lectores y evitar en lo posible esa línea maniquea, rabona y simplista según la cual a un lado están quienes lo hacen todo bien y, al otro, los que lo hacen todo mal… y viceversa. 

De esa oficina salía uno como de un examen. Lo vi sonreír cuando todo cuadraba en un buen reportaje, despejaba sus dudas y quedaba claro el origen del material; muchos nunca tuvieron esa oportunidad y se quedaron con la imagen del viejo de melena cana y barba escrutándoles como un escáner. Si la explicación solicitada resultaba un bodrio insostenible, miraba a la puerta y emitía un seco: “¿Es todo?”. 

Esa voz se convertía en un rugido para perfiles específicos: los necios, los pasaditos de lanza, los mentirosos, los irresponsables y los frívolos. Para los pendejos profundos hasta eso no, les tenía algo de compasión. 

El viejo Mireles era retador. En un oficio con mala fama por su propensión a las nubes del ego, a confundir la razón con la difusión y la opinión pública con la opinión publicada, siempre ayuda quién te enseña a dudar, a volver sobre los propios pasos. 

No sé si era o no su intención, pero don Juan te hacía crecer, si ese era tu interés profesional. Si rapapolvo escaldaba la vanidad, quedaba a tirarse a víctima, diseminar basura por los pasillos, revolcarse en su propia miseria o erigir en el imaginario el monumento al genio incomprendido del periodismo que algún día alguien en justicia levantaría.

En la entrega del doctorado honoris causa de la UASLP a los economistas Emilio Barriga Delgado y David Rogelio Colmenares, mientras escuchaba al primero, el viejo Mireles me tomó la memoria por asalto. El doctor Emilio Barriga ciertamente le da un aire, melenita corta y barba de candado, pero fue más bien su tono pausado, sin aspavientos, para hablar del federalismo y la moderna revisión de cuentas, como quien desmonta una pieza de relojería y explica de manera eficaz cómo funcionan las complicaciones astronómicas. 

Entendido que los organismos revisores del gasto no son armas políticas, que es anómalo usarlas como instrumentos de revancha o recursos de represión, vino la cátedra. 

“Por un lado, hay quienes conciben a la fiscalización como un acto de confrontación. Asumen que el cumplimiento de un mandato legal de vigilancia inherentemente implica rivalidad u hostilidad hacia el ente auditado. Por tanto, habría que retar a los entes y, si es posible, prejuzgarlos desde la comodidad de un escritorio”, expresó. 

 “Quienes piensan así, no sólo destapan su ignorancia, sino que probablemente imaginan, o anhelan, que la fiscalización sea un arma de poder personal. Cuando los juicios sumarios se convierten en la norma y buscan anteponerse a la realidad, desafortunadamente se generan espacios que privilegian la calumnia, por encima del entendimiento técnico y la lógica evidente”, enlazó. 

Identificado ahí mismo por su propio jefe, el auditor David Colmenares, como el técnico que encabezó la innovación de la Auditoria Superior de la Federación, Barriga desmenuzó para los presentes la envenenada controversia de varios días en torno al reconocimiento a los dos auditores. 

Para las universidades públicas, la ASF se convirtió en un mentor documentado del ejercicio del recurso federal, de tal suerte que el ex rector de la UNAM, Enrique Graue, les pidió una a auditoría al 100%. No solo establecieron nuevas tecnologías para revisar, sino la oferta de acompañamiento permanente en el ejercicio del gasto federal. Rediseñaron la relación auditor-auditado y entablaron canales de comunicación y asesoría con los distintos entes auditados ya no solo para detectar dispendios, fallas, corrupción o desvíos, sino para evitarlos, que es todavía mejor. Graue, presente en la entrega, fue uno de los integrantes de la comisión que avaló el reconocimiento.

“Es muy llamativo que haya quienes creen que los auditores somos amigos o enemigos de los entes auditados. Ni lo uno ni lo otro”, apuntó Barriga.

 “La interlocución y el diálogo respetuoso e inteligente son cualidades que no todos poseen, por eso con frecuencia algunos están en búsqueda de confrontaciones para reducir una realidad compleja a un juego de poder, incluso con el atrevimiento de querer dañar el nombre de las instituciones”, siguió.

 “Deben existir leyes y reglamentos que protejan a los auditores en el ejercicio de sus funciones; sin embargo, eso no es suficiente para asegurar la calidad de su desempeño ni su distanciamiento de cualquier interés ajeno a la institución. Eso solo se logra con independencia mental”, dijo. 

Inevitable pensar en el triste papel de instrumento de extorsión al que han conducido los últimos gobiernos y legislaturas a la ex Auditoría Superior del Estado, hoy rebautizada Instituto de Fiscalización Superior del Estado. El IFSE no es más que una gata revolcada para hacer creer que atrás quedó la ASE de “La Ecuación Corrupta” y las extorsiones de diputados a los alcaldes. Le cambiaron el nombre, nada más; los protagonistas de ese cartel ahí andan, tan campantes. ¿”Independencia mental”?, impensable. 

 “Para mí, independencia mental es igual a fortaleza intelectual. No hay riesgo de sumisión cuando el intelecto domina. Caso contrario sucede cuando las personas desatienden la técnica, para convertirse en polemistas”, desgranó. Técnica, no cacerías de brujas, montadesvíos ni herramientas para aplastar a los que disienten y paralizar con amenazas a quien se topen. 

Don David Colmenares, auditor superior de la Federación y jefe de Barriga, habló desde las convicciones federalistas y el sentido de crecimiento con las instituciones auditadas en el manejo de los recursos, en especial las universidades. 

Ahí estaba, en primera fila, como invitado y como amigo de David Colmenares, Luciano Concheiro, subsecretario de Educación Superior de la SEP. Se dirigió a Concheiro para recordar años de lucha estudiantil, desde el bazucazo de San Ildefonso en el 68 y lo que éste desencadenó.

Llevaba un discurso de varias hojas, con relatoría técnica de los fines de la innovación en la auditoria, entre otras cosas. Ahí mismo decidió que era demasiado, descartó varias páginas y se concentró en una lección: las auditorías tienen la responsabilidad no sólo de revisar ejercicios de gasto y buscar la aplicación de la ley para quienes incurren en actos de corrupción, sino también de asesorar y contribuir a mejorar los procesos de los entes fiscalizados.  Lejos, muy lejos, la anticuada visión de las auditorías como brazo represivo de gobiernos. 

Un técnico impulsor de innovaciones para la eficiencia y un humanista convencido del papel formativo de las instituciones para mejorar la aplicación del dinero público. Una cátedra de federalismo a dos voces serena, clara, soportada, de frente. 

Vale para el que quiera acrecentar su horizonte. Y si ese no es su interés, se ofrecen las opciones de los derrotados por “El método Mireles”: tirarse a víctima, diseminar basura recalentada por los rincones, revolcarse en su propia miseria o diseñar, en su imaginario, el monumento al polemista incomprendido que crean merecer. 

ROLLOS SUELTOS

¿PARA CUÁNDO? No era su intención, pero el diputado local Rubén Guajardo metió en un problema al PRI con su registro para la interna tricolor rumbo a la candidatura frentista para la alcaldía capitalina, pues ni siquiera está claro si el PRI pretendía hacer un proceso interno. 

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EL COMPAÑERITO. Ya con el inquieto Rubén registrado, alguna cosa tendrá que hacer Sara Rocha, dirigente estatal del tricolor, y además lo mejor armada en el aspecto legal, porque se recordará a quién escogió el inquieto diputado como su abogado en el proceso, nada menos el abogado José Guadalupe Durón Santillán, exrepresentante del PRI ante autoridades electorales y exsecretario de gobierno. 

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DE REFLEJOS RÁPIDOS. Sara tiene que agradecerle el enredo que enfrenta con el panista registrado nada menos que al alcalde capitalino, Enrique Galindo Ceballos, quien a modo de consolación, y en público, tuvo a bien sugerirle al diputado Guajardo que buscara participar en el PRI en la interna por la alcaldía capitalina, ya que el PAN le cerró la puerta con el siglado para un priista. El panista agarró la sugerencia y buscó de asesor legal a Durón, otro que la pescó al canto y ahí los tienen para la foto del registro, con chamarra roja (la de Rubén prestada), muy sonrientes.

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EL ADICIONAL. La curiosa pareja del panista y el triceratop Duronensis que le acompaña (dino del cretácico tricolor y peso pesado del litigio) llamó de inmediato la atención hasta del gobernador: “¿De dónde lo sacaste?”, le preguntó a Guajardo. Además de la visibilidad, hay otro punto a considerar: los dos andan de lo más divertidos con el registro. Y cuando un político encuentra divertido jugársela… que se preocupen los otros. 

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PROBLEMA ESTÉTICO. Un muralito dedicado a la charrería, bien dibujado pero no precisamente bonito, en un muro interior del Palacio de Gobierno. Sin marco, de un tamaño francamente corto y mal dispuesto al aventón. Hay gustos como colores, pero no parece atinado que a la sede del Ejecutivo le pinten cuanto sea gusto personal del mandatario. Sólo queda agradecer que no le dé por los calendarios clásicos de taller moflero, con damas frondosonas sobre tacones de acrílico. 

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FEÍTO. Que el secretario de Turismo Estatal, Juan Carlos Machinena, quede envuelto en señalamientos en redes por la apropiación del mérito sobre el galardón internacional “Excelencias Gourmet” para el Ayuntamiento capitalino. Hay algo que es obvio: no ha pegado una donde está.