MASACRE
La elección judicial disparó en círculo y dejó un tiradero de muertos y heridos. Por hoy nos referiremos únicamente a la de carácter federal.
Una primera víctima fue la democracia mexicana. Imperfecta, inmadura, frágil y los demás defectos que se le quieran encontrar, salió todavía peor librada; malherida, por la pérdida de uno de los pilares básicos de las llamadas democracias constitucionales, como se supone que era la nuestra: la división o separación de poderes. Esta forma de gobierno se sustenta en una idea principal: sin equilibrios ni contrapesos entre los poderes, éstos siempre tienden al abuso, al exceso. Es una idea que lleva 300 años vigente. Por algo será.
En su vertiente puramente electoral, esa misma democracia ha visto perder el prestigio y la confiabilidad alcanzados en tres décadas por un sistema que encabezado por el INE (originalmente IFE) convenció a los mexicanos de que sus votos contaban y se contaban. Desde su plena ciudadanización en 1996, el órgano electoral avanzó en la edificación de una estructura algo barroca y muy costosa, pero que redujo drásticamente los conflictos postelectorales violentos o callejeros, trasladándolos a los tribunales.
Pero quizá la pérdida mayor en este ámbito, que se sufrió el domingo pasado, es que se quedó sin sustento la afirmación de que "los votos los cuentan tus vecinos". Eso no ocurrió y no podemos tener la certeza de que vuelva a ocurrir. Esta vez nuestros vecinos recibieron las boletas, pero ni las contaron ni inutilizaron las sobrantes, ni armaron paquetes inviolables ni cuidaron una cadena de custodia hasta el lugar de los cómputos. Eso es un retroceso innegable.
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Obviamente que el INE también salió con heridas de consideración por su excesiva obsequiosidad ante el Poder Ejecutivo. Fácil de entender: sus consejeros, comenzando por la presidenta Taddei, se beneficiaron de poder experimentar en cabeza ajena. Es decir, vieron lo que estaba pasándole a la Suprema Corte, y han de haber pensado, de tontos(as) nos exponemos al mismo castigo.
¿Es válido considerar una democracia sana y funcional a aquella que no atrae a las urnas más que al 13 por ciento de los potenciales votantes?
Peor aún: según testimonios recogidos personalmente entre varios amigos que estuvieron como funcionarios de casilla en distintos rumbos de la ciudad, fue tristemente notorio que la inmensa mayoría de los ciudadanos que acudieron a votar eran mayores de 40 años. De los jóvenes, ni sus luces.
Esto, creo, lo explica bien una tesis del politólogo Carlos Bravo Regidor, quien dice que las elecciones del domingo estuvieron envueltas en una operación desmovilizadora del electorado. Desde el diseño de las boletas, la reglamentación de lo que se podía hacer o no para efectos de promoción de los candidatos, la reducción del número de casillas, todo tuvo un efecto ya comprobado: se desalentó la participación popular.
En una dimensión distinta, pero del mismo universo, la jornada electoral puso en su lugar la trascendencia, el significado, los alcances reales de la popularidad de los gobernantes. Una presidenta que hace poco alcanzó récords mundiales de aprobación popular con el 80 por ciento, avaló, respaldó y promocionó un proceso electoral que cierra en el 13 por ciento de participación ciudadana. Es decir, solo 13 de cada cien ciudadanos mexicanos empadronados atendieron su llamado. 87 de cada cien lo ignoraron. Y aquí hay un defecto de excesivo optimismo: se asume que esos 13 fueron atendiendo a la exhortativa de Claudia Sheinbaum Pardo. En realidad deben haber sido bastante menos.
Hay otro ángulo que puede parecer irrelevante pero que yo no lo veo así: el que quizá sea el mayor legado histórico-político de Andrés Manuel López Obrador -la reforma del Poder Judicial- hizo agua. Podrá estarse regodeando con la llegada a la presidencia de la Suprema Corte de un indígena oaxaqueño, y cuatro o cinco magistradas(os) más de su cuadra, pero el alejamiento de los ciudadanos, sobre todo jóvenes, de las mesas de votación, es una severa crítica a su ocurrencia.
MAS VÍCTIMAS
En el afán de ser singulares, únicos, es muy fácil caer en el ridículo. Ya podemos presumir de ser el único país del mundo que elige mediante el voto popular a todas sus personas juzgadoras y a quienes las vigilarán y disciplinarán.
Antes de ir más allá le comentó que gracias a un trabajo de investigación del periódico El País, publicado el sábado 31 de mayo, fue posible saber que, efectivamente, México es ya el único país que hace eso. Bolivia, que es un estado centralizado y tiene un solo poder judicial de alcance nacional, sin poderes estatales o regionales, solo elige a los 26 integrantes de sus cuatro principales tribunales. Estados Unidos elige jueces y magistrados de nivel estatal, en una parte de sus entidades federativas, con algunas variables entre ellos. En Japón se designa a los jueces y magistrados por el Ejecutivo, y a los 10 años van a una elección de ratificación. En Suiza y Venezuela se eligen a sus jueces de paz, que conocen de temas muy menores.
En este punto debo insistir en algo que ya antes comenté: si de los 195 países reconocidos por la ONU solo nosotros elegimos así al total de juzgadores, qué pasa, ¿somos unos genios incomprendidos y los demás unos tontos de capirote, o al revés? No hay duda de que el sentido común también salió lesionado.
Y en ese mismo punto de muertos y heridos, otra víctima en estado agónico es la coherencia en las acciones de gobierno y su incomprensible orden de prioridades. Dígame usted si no. Más de un experto en la materia, algunos inclusos abiertos simpatizantes de la 4T, llevan años advirtiendo que sin meterle mano a las fiscalías, a los cuerpos policiacos y a las defensorías de oficio, de poco o nada serviría cualquier reforma del Poder Judicial, por profunda y adecuada que fuera.
Obviamente, meter mano primero a fiscalías, policías y demás, hubiera llevado un tiempo del que López Obrador ya no disponía antes de cobrar agravios con los fifis de la Suprema Corte. La deducción es entristecedora: el interés nacional se sometió a las prisas del caudillo.
No sería justo excluir de la lista de víctimas de la elección dominical al Poder Legislativo, cuyas dos cámaras, apoyadas en la dudosa mayoría calificada que unos complacientes INE y TEPJF le entregaron a la coalición gobernante, se ajustaron lacayunamente a la consigna de no moverle "ni una coma" a las iniciativas lópezobradoristas. Renunciaron a su compromiso con principios que están en la naturaleza profunda de sus responsabilidades: deliberar, debatir, dialogar, consensuar, negociar. Nada de eso, acatamiento sumiso y ya.
Es un hecho (creo) que en septiembre próximo que asuman sus responsabilidades los nuevos ministros, magistrados y jueces, todo el gran aparato del Poder Judicial estará bajo sospecha. Sospecha de militancia o de abierta simpatía partidista; de sesgos ideológico o por lo menos políticos. Ojalá, por el bien del país, que en los hechos refuten esas suspicacias. ¿Cómo? Siendo buenos jueces.
Hay dos comentarios que sería un desperdicio no incluir aquí. El primero, el caso de la brillante académica Viridiana Ríos, que haciendo un gran esfuerzo personal y de equipo se lanzó a bucear en la larga lista de los candidatos(as) a ministros de la Corte y a magistrados, para analizar sus perfiles individuales y con base en ello señalar a los mejor calificados, los más experimentados y de buena fama. Obtuvo así una especie de acordeón personal con aquellos que según su muy serio y profesional trabajo deberían ser los nueve ministros(as) de la Suprema Corte, los cinco magistrados(as) del nuevo Tribunal de Disciplina Judicial y, me parece, también los dos integrantes que faltan en la Sala Superior del Tribunal Electoral.
Ninguno de ellos entró; ninguno de ellos alcanzó los votos suficientes para acceder al cargo que aspiraba; ninguno de ellos estuvo en los acordeones repartidos por Morena y sus aliados. Diría Carlos Monsiváis: "Para documentar nuestro optimismo".
Comprimidos
Estamos a dos años justos de las elecciones que tendrán verificativo el domingo 6 de junio del 2027. Por lo tanto, Ricardo Gallardo está próximo a rendir su cuarto informe de gobierno. Lo menciono porque como me hacía notar hace poco un viejo y sagaz amigo, "¡parece que fuera a rendir el quinto!". Razón tiene mi amigo y yo tengo una explicación personal para este fenómeno de aceleración de los hechos políticos en nuestro estado. No tardo mucho en platicárselas.
Me tiene verdaderamente sorprendido un fenómeno reciente. Sin duda que el equipo que maneja la imagen, la comunicación y el accionar político de la señora Ruth había venido siendo notoriamente eficiente. Mucha presencia, mucha difusión, astucia para consolidar su perfil de benefactora, y ya de plano proyectándola como la más probable sucesora de su esposo. Pero bastó que alguien les lanzara una mínima pedrada y se salieron de sus cabales y comenzaron a descomponerse.
Me lo dijo alguien que lo conoce bien: Andy López Beltrán es conocedor, es de buen trato y hasta simpático, pero es extremadamente holgazán. "En cuanto puede se tira a la hamaca o se junta con sus cuates al cotorreo", Los resultados electorales en Durango y Veracruz parecen confirmarlo.
Todo fue cosa de que Enrique Galindo dijera que la señora senadora no tenía facultades para intervenir en el equipamiento urbano, pero que la invitaba a coordinarse, y perdieron toda la sapiencia mostrada antes: mostraron o permitieron que la señora mostrara un carácter belicoso, desafiante, prepotente. La confesión de que "aunque no les guste voy a seguir poniendo baches (más allá del lapsus)", es un himno al abuso de poder, una oda a la prepotencia. ¿Ya perdieron el toque?
Una persona que conoce bien el tema y el sector, me platicó recientemente que los permisionarios transportistas que fueron contactados por la administración gallardista para movilizar a militantes del Verde al evento con la presidenta Claudia Sheinbaum en Villa Hidalgo, el pasado sábado 24 de mayo, se quedaron sorprendidos cuando vieron que la gente simplemente "no llegó". En localidades o colonias donde habitualmente recogen a 20 o 25 "movilizados", esta vez no pasaron de cinco. O faltó organización y promoción, o la gente se comienza a fastidiar.




