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Ciudad del norte simboliza la división religiosa de la India

Por PULSO

Abril 19, 2023 09:32 p.m.

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AYODHYA, India (AP) — Syed Mohammad Munir Abidi dice que la India es un país que ha cambiado, uno que ya no reconoce.

Es una nación, agrega el hombre de 68 años, donde se ignora a los musulmanes, en la que se fomentan los ataques cada vez más frecuentes contra ellos, y donde un envalentonado gobierno de mayoría hindú aprovecha la oportunidad para poner a la comunidad minoritaria en su lugar.

Swami Ram Das piensa de otra manera, y hace eco de un sistema de creencias central para el nacionalismo hindú.

El sacerdote hindú de 48 años dice que la India se encuentra en una búsqueda para redimir su pasado religioso y que es fundamentalmente una nación hindú en la que las minorías, especialmente los musulmanes, deben respaldar la primacía hindú.

Abidi y Das son dos ciudadanos ordinarios que viven en una ciudad de un país de más de 1.400 millones de personas que está a punto de convertirse en la nación más poblada del mundo. Juntos encarnan los lados opuestos de una división religiosa profundamente arraigada que expone uno de los mayores retos que enfrenta la India: salvaguardar las libertades de su minoría musulmana en una época en que una ola creciente de nacionalismo hindú erosiona los cimientos seglares del país.

La India tendrá aproximadamente 1.4286 mil millones de habitantes frente a los 1.4257 mil millones de China a mediados de 2023, según proyecciones de las Naciones Unidas. Es hogar de unos 200 millones de musulmanes, los cuales conforman el grupo minoritario más grande del país, que es predominantemente hindú. Están dispersos en casi todos los rincones de la India, donde ha surgido una furia antimusulmana sistémica desde que el primer ministro Narendra Modi asumió el poder en 2014.

Aunque las fracturas entre comunidades de la India se remontan a su sangrienta partición en 1947, la mayoría de los indios ubican las raíces de las fallas tectónicas religiosas más recientes en una pequeña ciudad llena de templos en el norte del país, donde el movimiento nacionalista hindú recibió un fuerte impulso en 1992 después de que turbas hindúes demolieran una mezquita histórica para dar paso a un templo.

Desde entonces, la ciudad de Ayodhya se ha convertido, en muchos sentidos, en un microcosmos religioso de la India, donde un pasado diverso y multicultural ha sido opacado gradualmente por relaciones fracturadas entre hindúes y musulmanes.

Es también la ciudad que Abidi y Das llaman hogar.

Ambos han deambulado por sus calles estrechas y sinuosas invadidas por monos de los templos y monjes hindúes que piden limosna a los transeúntes a cambio de bendiciones. Han pasado por sus bazares bulliciosos donde se venden ídolos en miniatura de Rama a los peregrinos que visitan desde el vasto territorio interior del país. Han iniciado sus mañanas con llamados a orar que salen de los altavoces de las mezquitas y el canto de los himnos védicos en los templos.

Pero más allá de estas experiencias compartidas hay diferencias marcadas.

Para Das, un hombre de hombros amplios y complexión robusta, Ayodhya es el lugar de nacimiento de Rama, la deidad más venerada del hinduismo. La ciudad también alberga uno de los sitios más sagrados del hinduismo —el gran templo de Rama—, que abrirá sus puertas a los peregrinos el próximo año. Es imperativo que la ciudad se aferre a su carácter hindú, dice Das.

“Nuestros antepasados lucharon por este templo y sacrificaron vidas por él. Hoy su sueño se está cumpliendo”, agrega, rodeado por un grupo de adeptos.

El templo se construye donde la mezquita Babri, del siglo XVI, fue demolida por intransigentes hindúes que alegan que gobernantes musulmanes la construyeron en el lugar exacto donde nació Rama. Cuando fue arrasada el 6 de diciembre de 1992, Das estaba allí y observó a una horda hindú frenética subir a sus cúpulas redondeadas y derribarla con picos y barretas.

“Había tanta emoción por destruir esa estructura desprestigiada que a nadie le preocuparon los escombros que caían”, relata, lo que llevó a sus discípulos a corear “Jai Sri Ram”, o “Viva el Señor Rama”, una consigna que se ha convertido en un grito de batalla para los nacionalistas hindúes.

A la campaña de 30 años para construir el templo le siguió violencia religiosa y una amarga batalla jurídica por el sitio, que los hindúes ganaron en 2019. A los musulmanes les dieron tierras alternativas en las afueras de la ciudad para construir una nueva mezquita. Un año después, Modi asistió a la ceremonia de inauguración del templo.

Para Abidi, un hombre alto con ropa que cuelga de su cuerpo, marcó un capítulo triste para los musulmanes de la India.

“Los corazones de los musulmanes están rotos. Ningún musulmán se opone a la construcción del templo de Rama, pero ese tipo de cambios unilaterales están generando un impacto sobre la cultura de la India”, dice, alegando que la antigua mezquita era esencial para la identidad musulmana de la ciudad.

En cuanto a su ciudad, ya ha pasado por grandes cambios.

Durante décadas, la ciudad de Ayodhya formó parte del distrito Faizabad del estado de Uttar Pradesh. Pero en 2018, las autoridades cambiaron el nombre de todo el distrito de Faizabad a Ayodhya, una medida que reflejaba el patrón del gobierno de Modi de reemplazar nombres geográficos musulmanes destacados por nombres hindúes.

Para Abidi indica una tendencia preocupante: “Borrar todo lo que refleje remotamente la cultura musulmana”.

En la actualidad, Ayodhya está inmersa en una frenética construcción de hoteles, que atraen a decenas de miles de peregrinos hindúes. Trabajadores de la construcción están ocupados haciendo espacio para carreteras más anchas. Se prevé que todo eso impulse la economía de la ciudad. Pero a qué costo, piensa Abidi.

“La relación que solían compartir hindúes y musulmanes ya casi no se ve”, dice.

Las fallas tectónicas religiosas de la India se han vuelto más pronunciadas en el gobierno de Modi. Gran cantidad de musulmanes han sido linchados por turbas hindúes, acusados de comer carne de res o contrabandear vacas, un animal que los hindúes consideran sagrado. Los negocios musulmanes han sido boicoteados, sus localidades han sido arrasadas con bulldozers y sus lugares de culto han sido incendiados. En ocasiones ha habido exhortaciones abiertas para que sean sujetos de un genocidio.

Los críticos dicen que el silencio conspicuo de Modi respecto a tales ataques ha envalentonado a algunos de sus partidarios más extremos y ha posibilitado que haya más discursos de odio contra los musulmanes.

Los musulmanes han sido acusados falsamente de manipular a las mujeres hindúes para que se casen con ellos y para que tengan más hijos, con el fin de establecer su predominio. Los datos del gobierno muestran lo contrario: la composición religiosa de la India se ha mantenido estable en gran medida desde 1947, y la tasa de fertilidad de los musulmanes ha disminuido de 4,4 en 1992 a 2,3 en 2020.

“Nunca va a ser posible si miras los datos. Deberíamos olvidar e ignorar esta retórica”, dice Poonam Muttreja, director de la Population Foundation of India (Fundación de Población de la India).

Los musulmanes también tienen el nivel más bajo de alfabetización entre las principales comunidades religiosas indias. Han enfrentado discriminación en el empleo y la vivienda, y ocupan poco menos del 5% de los escaños del parlamento, su porcentaje más bajo de la historia.

Para Abidi, todo esto representa un futuro sombrío, uno donde el carácter seglar de la India sólo sobrevive en los recuerdos de la gente.

“Todo musulmán en la India de hoy se encuentra inseguro”, dice.

Das está en desacuerdo, y argumenta que los musulmanes todavía son libres de orar y practicar su religión. “Pero corregiremos los errores cometidos por los antepasados de ustedes", señaló.

Das se refiere a los mogoles que gobernaron la India antes de que los británicos la convirtieran en su colonia.

El desprecio por los gobernantes mogoles, que no son antepasados de los musulmanes indios y sólo compartían una fe similar, es característico de los nacionalistas hindúes de la India, que dicen que los mogoles destruyeron la cultura hindú. Ello ha llevado a los nacionalistas hindúes a buscar la propiedad de cientos de mezquitas históricas que dicen fueron construidas sobre templos demolidos.

En Ayodhya, los musulmanes que viven allí desde hace mucho han hecho concesiones para evitar tensiones con sus vecinos hindúes.

El año pasado, cuando la procesión de Muharram coincidió con un festival hindú, los dirigentes musulmanes cambiaron el horario de su marcha para evitar confrontaciones. Este año, los musulmanes de la ciudad tuvieron que renunciar a la venta y el consumo de carne durante otro festival hindú que coincidió con los primeros días del ramadán.

En un ambiente así, opina Abidi, sólo la tolerancia religiosa puede evitar que las fracturas entre comunidades de la India se agraven.

“La India sólo sobrevivirá si reparamos corazones y no los rompemos”, dice. ____ La cobertura religiosa de The Associated Press recibe apoyo a través de la colaboración de la AP con The Conversation US, con financiamiento de Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de este contenido.