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Metepec, Méx.- “La sazón que da guisar en este tipo de cazuelas [de barro] es muy distinto al que dan las cacerolas de aluminio. Se ha perdido mucho el hábito de usarlas, pero seguimos intentando [venderlas] porque es una forma de vida, es lo mejor que me pasó para sacar adelante a todos en mi familia”, aseguró Lino García Fernández, uno de los 12 artesanos que aún elaboran este tipo de productos en el Pueblo Mágico de Metepec.
“El uso de cazuelas de barro fue desplazado por el teflón u otra tecnología que desbancó a los utensilios de cocina tradicionales como las arroceras, lo que ha provocado el cierre de talleres familiares”, lamentó.
García Fernández contó que este oficio lo aprendió a los 8 años gracias a las enseñanzas de sus padres y fue con este trabajo que varias generaciones salieron adelante.
Con el tiempo y el cambio en las necesidades de la gente en Metepec y el Valle de Toluca, Lino y sus dos hermanos aprendieron a hacer cazuelas con capacidades de un kilo hasta las más grandes, de 20, cuyos costos al mayoreo rondan de los 100 a los 600 pesos, precios que se duplican cuando se venden al menudeo.
Lino platicó que tiene dos hijos, quienes no continuaron con el oficio, sino que estudiaron contaduría. Orgulloso, señaló que “todo lo que hemos hecho es gracias al barro”.
Cada una de las piezas incluye tres tipos de barro: rojo, arenoso y negro, la consistencia que genera su mezcla es distinta al resto del que se moldea para los árboles de la vida, piezas decorativas como eclipses, cruces o catrinas.
El barro se bate, muele y seca para después amasarlo como si se tratara de nixtamal con un metate sobre un suelo de cemento.
Todo este trabajo se realiza en el mismo lugar, es un cuarto de apenas dos metros cuadrados en donde están las piezas ya moldeadas. Lino García desea que sus nietos algún día aprendan el oficio para preservarlo.
“El uso de cazuelas de barro fue desplazado por el teflón u otra tecnología que desbancó a los utensilios de cocina tradicionales como las arroceras, lo que ha provocado el cierre de talleres familiares”, lamentó.
García Fernández contó que este oficio lo aprendió a los 8 años gracias a las enseñanzas de sus padres y fue con este trabajo que varias generaciones salieron adelante.
Con el tiempo y el cambio en las necesidades de la gente en Metepec y el Valle de Toluca, Lino y sus dos hermanos aprendieron a hacer cazuelas con capacidades de un kilo hasta las más grandes, de 20, cuyos costos al mayoreo rondan de los 100 a los 600 pesos, precios que se duplican cuando se venden al menudeo.
Lino platicó que tiene dos hijos, quienes no continuaron con el oficio, sino que estudiaron contaduría. Orgulloso, señaló que “todo lo que hemos hecho es gracias al barro”.
Cada una de las piezas incluye tres tipos de barro: rojo, arenoso y negro, la consistencia que genera su mezcla es distinta al resto del que se moldea para los árboles de la vida, piezas decorativas como eclipses, cruces o catrinas.
El barro se bate, muele y seca para después amasarlo como si se tratara de nixtamal con un metate sobre un suelo de cemento.
Todo este trabajo se realiza en el mismo lugar, es un cuarto de apenas dos metros cuadrados en donde están las piezas ya moldeadas. Lino García desea que sus nietos algún día aprendan el oficio para preservarlo.


