Sin tecnología, tratan de ser autodidactas

En la Montaña de Guerrero, la pobreza y falta de tecnología hace imposible la educación

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Sin tecnología, tratan de ser autodidactas

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Metlatónoc, Gro.- Ofelia Montealegre Vázquez está sentada en un banco elaborando un huipil de telar de cintura; de vez en cuando con la mano derecha mece a su hija de dos meses de nacida que duerme en una hamaca. Elia, su hija de ocho años, en una pequeña mesa resuelve ejercicios de español que le entregó su profesor como parte del nuevo ciclo escolar.

En la comunidad de Yuvinani, municipio de Metlatónoc, en la Montaña de Guerrero, Ofelia y sus dos hijas habitan en un cuarto de paredes de madera percudida de tanto humo, con techo de láminas de cartón y piso de tierra.

Elia resuelve sola los ejercicios escolares; los que puede, porque apenas comienza a comprender el español y por eso la última semana entregó a su profesor los ejercicios incompletos.

Cada 15 días recibe un compilado de ejercicios de las diferentes materias del tercer grado de primaria. En su casa, la niña no cuenta con televisor ni celular, menos con una computadora. Es más, en su pueblo no hay señal de internet ni de televisión abierta.

Aunado a esto, Elia tiene que ayudar con las labores de la casa: lava ropa, los trastes, barre, alimenta a sus animales y, cuando toca, va al campo a limpiar o a abonar la milpa. En realidad, hace tareas cuando algunas de estas actividades no se le cruzan.

“Nunca hemos tenido celular, no nos alcanza para comprar uno y no sabemos usarlo”, dice Ofelia en tu’un savi (su lengua nativa) que luego traduce el profesor Leonel Rivero.

“¿Y cómo le ayudan con sus tareas a Elia?”, se le pregunta. “No le ayudamos, yo no sé leer ni escribir, tampoco hablo español, nunca pisé la escuela”, responde con un gesto de frustración.

De adolescente, sus padres la obligaron a casarse con Honorato Mercenario, un hombre al que le buscaban una mujer para que lo atendiera. Ella tiene 35 años, dos hijas con Honorato y sus días no han variado mucho, pues la pobreza no se la puede despegar.

La escasez en la casa de Ofelia es permanente: todos los días es una apuesta para conseguir algo de comida, encontrar un trabajo cortando leña, limpiando milpas, de albañilería o esperando que alguien le compre una prenda a la que dedicó hasta dos meses de trabajo, por 200 o 300 pesos.