58 pueblos mágicos

Hace mucho he querido poner tres mapas en la pared de mi habitación, lo más grandes que se pueda. Uno del estado, otro de México y un mapamundi, para señalar con tachuelas de colores los lugares donde he estado. Solo por ego, o para ejercitar la memoria. Dedicaría unos segundos al día a ver dónde estuve, y escribir al menos una historia sobre cada uno.
En San Luis Potosí hay 58 municipios, y aunque no todos tienen lo que se llama atractivo turístico tienen a su manera magia. En su vida cotidiana, en las casas o en la vegetación, en sus leyendas y afanes por sobrevivir. Muchas historias en sus tierras y en sus cielos y paisajes solo conocidos por sus habitantes.
Aquismón, en la Huasteca potosina, obtuvo este jueves el nombramiento oficial de Pueblo Mágico, para formar parte de los 121 lugares que reconoce este programa de la Secretaría de Turismo de México por proteger su riqueza cultural.
Es allí, en plena Huasteca, donde se encuentra el centro ceremonial Bixom T’iiw, sede de los Voladores de Tamaletom (Tancanhuitz). Allí donde quedan cascadas, grutas. Verdores de selva. Es la cuna del Xantolo. La Huasteca tiene de todo, y Aquismón ya era mágico, solo se reconoció oficialmente.
Antes, San Luis Potosí contaba con dos lugares reconocidos como Pueblo Mágico: Xilitla y Real de Catorce, con su propia historia. Bosque, selva y desierto.
El Sótano de las Golondrinas y Tambaque son dos de los lugares recomendados en cualquier guía turística que se respete acerca del territorio potosino, y están en Aquismón, pero las historias de ese lugar van más allá del turismo de aventura.
La clave está en conocer y promover la riqueza cultural.
Mientras no haya un reconocimiento y defensa de nuestra cultura (en sentido amplio, en lo social e individual, en lo político), estaremos en indefensión ante los reclamos de la modernidad.
Además de San Luis Potosí y Soledad de Graciano Sánchez, donde he estado casi toda la vida, por motivos familiares conozco bien Villa Juárez, en cuya parroquia me casé hace casi veinte años, con su asado de bodas y su propio pueblo fantasma, Guaxcamá. Y por lo mismo conozco Cerritos, tierra de Rafael Nieto y de grandes amigos, donde espero se haga pronto el largamente planeado centro cultural en la estación del tren (y espero que si se hace sigan vendiendo gorditas). Es un agasajo estar en El Naranjo, donde ir a las cascadas o al menos al río es día de fiesta.
Estancias de varios días he tenido en Ciudad Valles, Real de Catorce, Matehuala, Rioverde, Salinas de Hidalgo, Santa María del Río, Tamazunchale, Tampacán, Tamuín, Tierra Nueva y Xilitla.
Aunque sea unas horas, de entrada por salida, he visitado Ahualulco del Sonido 13, Aquismón, Armadillo de los Infante, Axtla de Terrazas, Cárdenas, Cedral, Ciudad Fernández, Tancanhuitz, Ébano, Guadalcázar, Huehuetlán, Mexquitic de Carmona, San Ciro de Acosta, San Nicolás Tolentino, Santo Domingo, Tamasopo, Villa de Arriaga, Villa de Guadalupe, Villa de la Paz, Villa de Ramos, Villa de Reyes, Villa de Arista y Villa Hidalgo.
En aras de que lleguen las inversiones los gobiernos suelen olvidar las otras riquezas, animales y vegetales. Incentivar el turismo, como incentivar la industria, es necesario, pero hay que preguntarnos a qué costo. Sea el Sótano de las Golondrinas, La Media Luna o el Centro histórico del SLP hay que buscar no abusar de esta tierra (y sus aguas, por supuesto).
Nuestro pueblo, el que sea, tiene un espíritu con el que hay que convivir, tolerarlo a veces, amarlo o recordarlo. Aunque a la capital del estado muchos le siguen diciendo (cariñosa o burlonamente) Pueblo Quieto, ni la capital ni las cabeceras municipales son el pueblo del que hablaban los abuelos. Ese pueblo de ya no existe, cambia a cada momento. Acaso conserve rasgos y hay que tratar de rescatarlos.
Espero visitar los pueblos mágicos, reconocidos o no, que me faltan (ojalá para tallerear y con tiempo para conocer sus historias).
Y querer, a pesar de todo, al mío.
Me encuentro este poema de Salvador Espriu:

¡Oh, qué cansado estoy
de mi cobarde, vieja, tan salvaje tierra,
y cómo me gustaría alejarme,
hacia el norte,
en donde dicen que la gente es limpia
y noble, culta, rica, libre,
despierta y feliz!
Entonces, en la congregación, los hermanos dirían,
desaprobando: «Como el pájaro que deja el nido,
así el hombre que abandona su lugar»,
mientras yo, bien lejos, me reiría
de la ley y de la antigua sabiduría
de mi árido pueblo.
Pero no he de realizar nunca mi sueño
y aquí me quedaré hasta la muerte.
Pues soy también muy cobarde y salvaje
y amo, además,
con desesperado dolor,
a esta mi pobre,
sucia, triste, desdichada patria.

Reconocer la magia de un lugar no implica desconocer sus realidades, como la pobreza, la contaminación o la inseguridad, y recomiendo para tal fin textos de algunos colegas de El Colegio de San Luis, como Cecilia Costero, Agustín Ávila, Tomás Calvillo o Mauricio Guzmán. Ya los comentaremos.

Posdata: El doctor Padrón me recomendó (y lo agradezco) como cierre alternativo de mi anterior columna estos versos de Octavio Paz: “Y que a la hora de mi muerte logre / morir como los hombres y me alcance / el perdón y la vida perdurable / del polvo, de los frutos y del polvo”. Sea.

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